¿Por qué nos gusta creer en extraterrestres?

¿Por qué nos gusta creer en extraterrestres?

La cultura va en picada y la televisión cada vez más se llena de programas banales, que no tienen ningún sustento, dedicados a las más descabelladas teorías

Por: Carlos David Martínez Ramírez
mayo 17, 2019
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¿Por qué nos gusta creer en extraterrestres?
Foto: Pixabay

En lo que concierne a la producción de la televisión cultural, creo que este es el peor momento en toda su historia, basta ver la banalidad de varios programas en History ChannelDiscovery Channel para entender que poco o nada tienen de “culturales”; aunque es claro que no conviene ser fatalistas, en algunos programas se puede destacar algo interesante o pertinente para entender un poco de la historia “reciente” de nuestra civilización, y seguramente hay “clásicos” muy buenos.

El caso sobre el que quiero reflexionar tiene que ver con el boom de programas sobre alienígenas, los cuales entiendo como producciones muy baratas, ya que sus audiovisuales, en términos colombianos, se caracterizan por ser reencauches de varios contenidos de programas otrora culturales.

No soy una autoridad en física, por lo que mi opinión no cuenta con relación a si existen extraterrestres o no, puede que existan formas de vida celular, pero no con la forma humanoide que nos caricaturizan en la televisión, lo diré directamente: no existen los extraterrestres, si existieran están muy lejos para que los alcancemos a conocer, y si llegaramos a conocerlos la imagen que nos llegaría demoraría tanto tiempo en llegar (después de recorrer tantos millones de años luz) que no correspondería con un tiempo presente y no tendríamos forma de saber su situación actual.

Carl Sagan, quien sí era una autoridad en varios temas relacionados, ya cuestionaba el ridículo programa de que somos resultado de un experimento genético extraterrestre cuando afirmaba en su libro El mundo y sus demonios: la ciencia como una luz en la oscuridad: “¿Cómo podríamos ser resultado los humanos de un programa de cría extraterrestre cuando compartimos el 99,6% de genes activos con los chimpancés?”. También cuestionaba con muchas lógica la creencia de experimentación biológica: “¿Por qué unos seres tan avanzados en física e ingeniería —que cruzan grandes distancias interestelares y atraviesan paredes como fantasmas— son tan atrasados en lo que respecta a la biología? ¿Por qué, si los extraterrestres intentan llevar sus asuntos en secreto no eliminan perfectamente todos los recuerdos de las abducciones? ¿Demasiado difícil para ellos? ¿Por qué los instrumentos de examen son macroscópicos (…)? ¿Por qué tomarse la molestia de repetidos encuentros sexuales entre extraterrestres y humanos? ¿Por qué no robar unos cuantos óvulos y esperma, leer todo el código genético entero y fabricar luego tantas copias como se quiera con las variaciones genéticas que se quiera? Hasta nosotros, los humanos, que todavía no podemos cruzar rápidamente el espacio interestelar ni atravesar las paredes, podemos clonar células”.

El filósofo y sociólogo marxista Henri Lefebvre señala en su obra The Production of Space que muchos intelectuales occidentales tienden a entender el espacio como algo dado, desde Descartes retomando a Aristóteles, como un contenedor de diferentes variables, dejando a un lado discusiones importantes sobre la construcción social, material y política del espacio. Antes de que me acusen de mamerto-castrochavista, lo que quiero señalar es que en este tipo de programas sobre alienígenas ciertamente es posible evidenciar ideologías sobre cómo se dimensiona el espacio humano, piénsese por ejemplo en el miedo que debe dar atravesar el Triángulo de las Bermudas, un espacio, más que privado, enigmáticamente peligroso.

Aunque este análisis puede parecer complejo, realmente es muy fácil señalar que en “cualquier” expresión hay ideologías, pero es ahí donde está la cuestión, en cómo los procesos educativos (o la socialización, o la endoculturación, si se prefiere) permiten democratizar el escepticismo, como lo decía Carl Sagan: “La idea general de una aplicación democrática del escepticismo es que todo el mundo debería tener las herramientas esenciales para valorar eficaz y constructivamente las afirmaciones de conocimiento”.

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