A propósito de la hipoteca inversa propuesta por el gobierno nacional de Colombia, bien valdría la pena adoptar un piloto de lo que yo llamo la "pensión inversa".
Se trata de una novedosa política pública en beneficio de la población muy adulta de Colombia, que en muchos casos afronta difíciles condiciones de subsistencia.
El esquema es sencillo: partiendo de la base de que la expectativa de vida en Colombia está en 76 años y basándonos en una caracterización de esa población, tomamos al colombiano más longevo, tenga la edad que tenga, y le asignamos una pensión que no necesariamente pueda estar representada en dinero, sino en especie: asistencia geriátrica y gerontológica.
¿Requisitos? Ser colombiano de nacimiento, tener cédula de ciudadanía, ostentar su fecha de nacimiento y comprobar que no posee ningún tipo de pensión o renta. Aquí no se trata de semanas cotizadas, ni de uno u otro régimen pensional. Se trata de llevar una política pública a una población vulnerable, sujeta a especial protección del Estado y de por sí, arrinconada y olvidada.
La pensión inversa es solo para el beneficiario, no se podría sustituir o transferir, pues es de carácter intuitae personae. El paso inexorable del tiempo y la bendición de conservar su vida serán la patente para recibir este beneficio.
Y mientras tanto, recibiremos las bendiciones de quienes aún esperan una pensión, así sea de manera inversa.