¿Por qué le tienen tanto miedo a los estudiantes?
Opinión

¿Por qué le tienen tanto miedo a los estudiantes?

Esta protesta es una voz tan soberna, tan intimidante, porque su fuerza no proviene de las armas ni de la violencia, pero sí es una fuerza fundadora y transformadora

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noviembre 26, 2018
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Leo y escucho a mucha gente reprochándole a los estudiantes que se les está yendo la mano con tanta protestadera, que se van a echar a la gente encima, que ya están cansones, o aún peor, manchando la protesta con toda suerte de teorías de la conspiración: que los estudiantes no tienen ningún interés en negociar, que hay componentes subversivos entre sus líderes, etc.

Lo que los estudiantes están defendiendo es un patrimonio de todos: la educación pública. Así que no, no se les está yendo la mano, están bastante solos. Luchan con pocos recursos, con lo mejor de su imaginación y sus mejores argumentos, y lo hacen bien. Y no, no es mucha la protestadera. En lugar de estar estudiando, les tocó apersonarse a ellos de algo que debió resolver el Congreso desde hace mucho.

La ley 30 de 1992 desregularizó la oferta privada de educación. Es a esa ley a la que le debemos el habernos llenado de universidades privadas de garaje. Esa misma ley se encargó de crear el desfinanciamiento estructural que padece la educación, que es la razón por la que en 25 años no se ha creado ni una sola universidad pública. Lo que está pasando, es que se están cayendo a pedazos. No hay una sola universidad pública en el país que no tenga una sección clausurada por riesgo de derrumbe. Se están quedando sin laboratorios, se están quedando atrás en tecnología, no tienen con que pagar a sus maestros. Así que no, los estudiantes no están haciendo suficiente bulla, porque evidentemente estos gobiernos no han entendido que la situación es inaceptable, y el Congreso tampoco parece interesado en representar esta causa.

 

Algo está muy mal en un país con una visión tan torcida del desarrollo,
que se niega a apostarle a la educación,
y sigue financiando una guerra que se suponía terminada

 

 

El problema no es solo de recursos, que nunca sobran. Ministro de Hacienda que se respete, llega a darnos lecciones sobre sostenibilidad fiscal. Nunca hay con qué pagar por los derechos. Pero eso sí, si es para la guerra, se lo rebuscan sin rogar. El trasfondo de la disputa no es la plata, sino la visión de desarrollo, el país que soñamos. Y algo está muy mal en un país con una visión dominante tan torcida del desarrollo, que se niega a apostarle a la educación, a la innovación y a la investigación y sigue financiando una guerra que se suponía terminada, ahondando un gasto militar que sí que es una verdadera bomba para la economía.

Recordaba con sensatez Carolina Olarte en su artículo sobre el tema, que una protesta que no incomoda, no es protesta. Este es un Estado de Derecho, manifestarse es una garantía. Así que quien tenga evidencia de qué hay elementos subversivos entre los líderes, tiene el deber de denunciar con nombre propio, aportar las pruebas, señalar las circunstancias específicas. Lo que no se puede seguir haciendo es desinformando con esa desmemoria canalla con la que a propósito se olvida que esas acusaciones sin fundamento han contribuido a la desaparición de miles de estudiantes y defensores de derechos humanos que se han atrevido a levantar la voz (y eso no es un chisme, es un hecho documentado, con nombres, con rostros, con familias que siguen buscando).

El que acusa sin pruebas, porque no las hay, olvida, como decía el maestro Héctor Abad, que “la universidad está en la mira de los que desean que nadie cuestione nada, que todos pensemos igual; es el blanco de aquellos para quienes el saber y el pensamiento crítico son un peligro social, por lo cual utilizan el arma del terror para que ese interlocutor crítico de la sociedad pierda su equilibrio, caiga en la desesperación de los sometidos por la vía del escarmiento”.

Los estudiantes con su protesta causan mucho miedo. Como repensando a Derrida, el Estado le tiene mucho miedo a la fuerza de las convicciones, a la voz de la verdad y la razón, porque esta es la fuerza capaz de refundar y transformar las relaciones de derecho. Esa voz que sale a la calle, no solo está admitiendo que el Congreso no los representa, sino que se ha vuelto inútil, que ya no representa nada ni a nadie. Por eso esta protesta es una voz tan soberna, tan intimidante, porque su fuerza no proviene de las armas ni de la violencia, pero si es una fuerza fundadora y transformadora.

Así que con esta columna quiero celebrar la protesta estudiantil y, sobre todo, agradecerla. Es hora de sacudir este platanal, a ver si algún día aprendemos a unirnos contra la injusticia con la misma convicción con la que nos juntamos a celebrar un gol.

 

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