¿Por qué las marchas del 21 de septiembre no fueron lo que se esperaba?

¿Por qué las marchas del 21 de septiembre no fueron lo que se esperaba?

Al llamado no respondieron muchos de los sectores que sí lo hicieron el año pasado. ¿Qué hace falta para consolidar la unidad del movimiento popular?

Por: Tiberio Gutiérrez Echeverri
septiembre 29, 2020
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¿Por qué las marchas del 21 de septiembre no fueron lo que se esperaba?
Foto: Leonel Cordero

Estas reflexiones tienen por objeto analizar cómo ha cambiado el estado de ánimo del movimiento popular durante los seis meses de pandemia del coronavirus, con todas las trasformaciones a que se ha visto obligada la sociedad en la economía, en las relaciones sociales, en la educación, en el trabajo y, además, sus repercusiones en el modo de pensar de la gente y en la visión que tienen del gobierno; así como también valorar la capacidad de convocatoria de las centrales obreras (CUT- CGT-CTC) en esta “nueva normalidad”, decretada por el gobierno a partir del 1 de septiembre.

Lo primero que tenemos que hacer es caracterizar el nuevo momento político, económico y social, comparado con el momento del paro nacional del 21 de noviembre del 2019. Por supuesto que hay muchas y muy profundas diferencias. La pandemia ha cambiado el mundo del trabajo, de las relaciones sociales, la visión del sistema de salud, el carácter de clase del gobierno, la correlación de fuerzas sociales y políticas, las manifestaciones de la violencia paramilitar, del clan del golfo, de las “disidencias” de las Farc, de los “grupos armados organizados residuales” al margen de la ley, el ELN, y los diferentes matices de las “autodefensas de Urabá”; en Cauca, Nariño, Valle, Putumayo, Santander, Chocó, Antioquia, para hablar de los territorios donde ha estado más ostensible y sostenida en el tiempo; de la violencia intrafamiliar, del feminicidio, de las masacres, del asesinato de líderes sociales y excombatientes de las extintas Farc; todas estas manifestaciones agravadas por los efectos del COVID-19.

En lo que va corrido del 2020 se han presentado 61 masacres en 19 departamentos, con 245 víctimas; 270 líderes asesinados y 230 excombatientes de las Farc desde la firma del acuerdo de paz (Semanario Voz Nº 3047).

Si las condiciones estaban latentes o manifiestas entes de la pandemia, con la aparición del virus las cosas se complicaron en todo sentido: el gobierno nacional y los gobiernos locales tuvieron que variar sus presupuestos, planes de inversión y programas sociales, lo mismo que las fuentes fiscales y de financiación, a tal punto de que ya está adelantando una reforma laboral con el Decreto 1174 de agosto de 2020, sobre el trabajo por horas para los que ganan menos del salario mínimo legal y estamos ad portas de una reforma del sistema pensional y de una nueva reforma tributaria para el año entrante.

Hemos entrado pues en una nueva etapa, la “nueva normalidad”, caracterizada por la crisis económica, social y política, profundizada por las consecuencias del coronavirus, crisis que ha tenido su principal expresión en la asonada del 9 de septiembre con un saldo de 14 muertos y de 5 CAI destruidos o dañados en Bogotá, ante lo cual el gobierno nacional cerró filas en defensa de la policía, achacándole la culpa de las acciones a los vándalos, al ELN o a las “disidencias” de las Farc.

El pliego petitorio de emergencia del comando nacional de paro, presentado a mediados de junio, aún no ha habido forma de discutirlo y consensuarlo con el gobierno nacional, de tal manera que hasta el momento no ha habido ningún acercamiento.

En estas condiciones las centrales obreras llaman a una jornada de protesta por la paz, por la vida y contra la violencia, además de los puntos del pliego de peticiones, llamado que fue respondido positivamente por el jefe del Partido Liberal, César Gaviria, por el expresidente Juan Manuel Santos, quien llamó a salir en defensa de los acuerdos de paz; por los partidos y movimientos de oposición y por la opinión democrática del país, pero cuyos resultados en la participación ciudadana no llegaron a ser lo que se esperaba con relación a la jornada de protesta del 21 de noviembre de 2019.

Obviamente hay varios factores que explican la situación, entre ellos el hecho de la seguridad contra la contaminación del coronavirus, pero, a la vez, es inexplicable cómo el 9 de septiembre se presentó una asonada espontánea (si fue dirigida por el ELN, entonces esta guerrilla tiene una fuerza política muy grande en Bogotá), mientras que la respuesta a la convocatoria de las centrales obreras para el 21 de septiembre no tuvo la participación y resonancia que se esperaba en Bogotá, Medellín, Cali, B/quilla, y B/manga.

¿A qué se debe este fenómeno? ¿Cuál es la capacidad de convocatoria que tienen las centrales obreras? ¿Por qué después del asesinato de Javier Ordóñez, que se hizo viral por las redes sociales, salen los jóvenes espontáneamente a repudiar el crimen, atacando algunos de los CAI como “centros de represión y de tortura” en Bogotá, confrontación que produjo 14 muertos de jóvenes estudiantes y trabajadores por balas de la policía, 135 heridos y cerca de quinientos retenidos, y a los diez días después el movimiento no responde con la misma contundencia?

¿Quién motivó y movilizó semejante asonada enardecida contra la policía en algunos de los CAI de Bogotá? Esta es la pregunta que tenemos que estudiar y responder para poder calibrar cuál es la tendencia predominante en la lucha de masas en el momento actual. No vaya a ser que el movimiento popular se está quedando estancado con consignas que no movilizan sino a muy poca gente. ¿Cuál es el grupo político, social o cultural que está movilizando a los estudiantes al combate directo con la policía?

A este llamado a la protesta del 21 de septiembre no respondieron los campesinos cafeteros, ni los paneleros, ni los de la minga indígena del cauca, ni los de la marcha del Cauca a Bogotá, ni los profesores y estudiantes universitarios, ni mucho menos los trabajadores sindicalizados en las tres centrales obreras, en la medida que deberían haber respondido, dadas las condiciones de desempleo, violencia, miseria, desplazamiento e informalidad, como sí lo hicieron el 21 de noviembre de 2019, inclusive con llamado del gobierno y de la prensa a una movilización pacífica, que de una u otra forma era una convocación a participar en la manifestación.

No quiere decir que la marcha del 21 septiembre haya sido mala; lo que pasa es que el momento político amerita una marcha de protesta social y política con participación numerosa de la ciudadanía, alta calidad de las consignas, beligerancia política de clase, organización, fraternidad y creatividad en sus manifestaciones simbólicas de los diferentes grupos, partidos, movimientos y organizaciones participantes.

¿Qué tan cercano está el pliego petitorio de emergencia del comando nacional de paro (renta básica, reforma del sistema de salud, defensa de la producción agraria e industrial nacional, matrícula cero, no privatización de activos de Ecopetrol) de las necesidades, angustias, expectativas y sentimientos de las mayorías inconformes? ¿Cuál es la capacidad convocatoria de las centrales obreras? ¿Es oportuno el momento de la protesta? ¿Se rodearon suficientemente de artistas de la televisión, de deportistas y líderes culturales, de cantantes, teatreros y periodistas democráticos? ¿Será que a la gente la mueve solamente el sentimiento, las pasiones y las grandes personalidades?

Lo que viene ahora es el debate de control político y la moción de censura al ministro de Defensa, que puede llegar a caldear los ánimos pero que en todo caso dejará huella en la situación política nacional contribuyendo a profundizar la crisis de gobernabilidad y dando más espacio a la opinión pública democrática.

¿Será que hay que sacar la convocatoria de las marchas y de las protestas nacionales del marco de las centrales obreras y ponerla en manos de un movimiento mucho más amplio que recoja el sentimiento de las mayorías con unas consignas que movilicen las pasiones y los sentimientos de los indignados?, ¿algo así como una especie de frente amplio democrático?

En todo caso hay que estar muy atentos a los llamados del gobierno a la “conversación nacional” con los sectores del movimiento, uno por uno, con el fin de dividirlo y desgastarlo frente a la opinión pública.

Otro aspecto tiene que ver con la táctica y la estrategia política para el manejo de la lucha de masas en estos dos años de gobierno que le quedan al proyecto de la ultraderecha en Colombia. El movimiento popular no debe estar planteando manifestaciones de protesta todos los días en cualquier parte, a cualquier hora y en forma aislada, de tal manera que no impactan en forma contundente la opinión pública y por el contrario desgastan las consignas y el movimiento sin conseguir aunque sean pequeños triunfos en su desarrollo.

Hay que tratar de concretar los puntos principales de la lucha: renta básica, matrícula cero, computadores e internet, programas de empleo, reforma laboral, pensiones, salud, reforma tributaria, privatización activos de Ecopetrol, cumplimiento de los acuerdos pactados con minga indígena, estudiantes, profesores y maestros, campesinos, afrodescendientes, acuerdos de La Habana, desmantelamiento del Esmad y reforma de la Policía, tratar de concentrarlos en una o dos consignas que movilice a las mayorías.

Entre otras cosas, ¿de qué va a servir la estrategia del gobierno para reactivar la economía y el empleo con su programa denominado “Economía para la gente”, lanzado en Cali por el presidente el sábado pasado? (pero este es otro asunto que comentaremos en el próximo artículo).

Hay que sacar la convocatoria de las centrales obreras hacia un frente amplio democrático con participación de periodistas, prensa, radio, televisión, redes sociales y consignas concretas.

Se podría arrancar con un programa de preparación del paro nacional por sectores, verdaderos conversatorios cada dos meses, por ejemplo, como se ha planteado con la semana de la indignación en el mes de octubre, con participación de la minga indígena y movimientos campesinos en las vías intermunicipales, y con paneles y conferencias virtuales y concentraciones significativas en las grandes ciudades.

Me parece fuera de lugar la discusión interna sobre si participan o no vehículos automotores, motos, bicicletas, en fin, ojalá participaran los taxistas, los camioneros, los motociclistas, que tienen grandes problemas como gremios (Uber, gasolina, acpm, fletes, seguridad) y que han participado de varios paros en el país, lo mismo hay que darle campo sin tanto problema a todo aquel que quiera participar en su carro particular.

Se ha hablado mucho de sí es oportuno llamar a la movilización en esta nueva etapa de la pandemia, en esta “nueva normalidad”, con el levantamiento del gobierno de las medidas de protección sanitaria, porque, argumentan, se podría provocar otro contagio masivo como está ocurriendo en estos momentos en España, todo porque pudo más la presión de los empresarios, del sector financiero y de algunos sectores de la clase política, pero viéndolo bien, si la gente tiene que salir a trabajar para no morirse de hambre a riesgo de contraer el coronavirus, pues con el mismo criterio la gente debe salir a protestar contra las medidas antipopulares del gobierno.

Como conclusión de esta introducción al debate sobre el tema, podemos decir que en estos momentos el movimiento popular tiene que privilegiar la unidad de acción política a partir de objetivos programáticos y formas de lucha comunes para poder potenciar los diversos espacios y niveles de indignación popular hacia una gran protesta nacional.

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