¿Por qué es tan fácil estafar a los colombianos?

¿Por qué es tan fácil estafar a los colombianos?

Navegamos desde pequeños en imaginarios con aroma a verdades absolutas, crecemos en un mundo mágico, animado, de fantasía, mitos urbanos y sueños reparados

Por: WILLIAM PULIDO CARDOZO
junio 13, 2018
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
¿Por qué es tan fácil estafar a los colombianos?

Yo no sé si a usted ya lo han estafado, pero a pesar de las precauciones, a mí sí: exactamente el domingo 2 de octubre de 2016 y el pasado domingo 27 de mayo de 2018.

Estafar en Colombia es un ejercicio más cotidiano y permanente de lo que creemos, tal vez por tal motivo algunos programas periodísticos eligen como tema central para sus programas de investigación la promoción de portales falsos, robos, fleteos, estafas en la compra-venta de carros, paquetes de turismo, lotes, bienes inmuebles, elementos tecnológicos, prendas, zapatillas de marca y hasta el sueño de conseguir a la “princesa o el príncipe azul”, con acento gringo, ojos verdes, azules, tal vez miel pero eso sí lejos de poseer algún tipo de rasgo indígena porque tal vez algunos (as) colombianos (as) inmersos en un complejo de inferioridad supondrían que si el acento no es extranjero la adquisición étnica sería una “estafa”.

La estafa en nuestro país ha tomado dimensiones estructurales y se ha convertido en una cultura, en la cual es más fácil estafar que no ser estafado. Navegamos desde pequeñitos en imaginarios con aroma a verdades absolutas: "Mire, mijito, no vaya por allá que le sale el Coco”,  "Sumercé llegó al mundo porque lo trajo la cigüeña",  "Papá Noel baja con todos los regalos por esa chimenea", "A las 12 en punto nace el niño Dios", "Si no dice la verdad se le crece la nariz", "Si la gente tiene relaciones sexuales en semana santa puede quedar pegada", "El ratón Pérez se comió el diente que se le cayó", etc.

De esta manera vamos creciendo en un mundo mágico, animado, de fantasía, “mitos” urbanos, sueños reparados. Se trata de un fenómeno natural, sencillamente porque hace parte del mundo que debemos recorrer en la infancia. Pienso yo que el riesgo siempre ha estado, está y estará en saber en qué momento debemos romper la frontera entre la realidad y la fantasía, so pena de no caer en un mundo abismal, fantasmagórico, donde ya de adultos sigamos creyendo en “mitos”, historias fantásticas, falacias, chismes, embustes, disparates y hasta cuentos chinos. Para la muestra un botón: “Si es presidente Petro nos vamos a volver como Venezuela”, “Santos es comunista”, “Las Farc se tomarán el poder”. Ni hablar del castrochavismo, que es un simple insulto a lo que los mitos como tal han representado para la evolución de las sociedades.

En fin, hay que tener cuidado con el papel que juega el lenguaje en la consecución de la democracia, la construcción de memoria histórica y del tejido social como tal. Además, es un riesgo hablar por hablar en un  país que se está acostumbrando a eso y a insultar por insultar, más aún en la coyuntura electoral que se vive.

El lenguaje sin fundamento, sin sustento, sin investigación, sin contexto y sin memoria histórica se está desgastando, prostituyendo y denigrando. Cada concepto en el panorama de la política debe ser utilizado por una voz autorizada, debe estar rodeado de un contexto y un fundamento epistemológico. Por ejemplo, no es lo mismo que decir el guerrillero de las Farc que el exguerrillero del M 19: cada uno obedece a una etapa de nacimiento, desarrollo, operaciones militares, ideología, procesos de paz, indulto y desmovilización diferentes en la historia. Cabe decir que nadie pone en duda el poder criminal de las Farc y la trágica cicatriz dejada en la memoria colectiva de nuestro país.

En consecuencia, es irresponsable afirmar que las guerrillas en Colombia obedecen a los mismos referentes teóricos e ideológicos; es absurdo afirmar que Santos es comunista; es un oportunismo político ocultar las masacres propiciadas por los paramilitares y el mismo Estado; es divertido, pero a su vez lamentable creer que el candidato de la Colombia Humana va a convertir a Colombia en Venezuela (además, este juego de palabras es macabro y supremamente ofensivo contra el pueblo venezolano, me pregunto qué pensarán los venezolanos que salen de su país maltratados por la ineptitud de su gobierno y se encuentran con un país “hermano”, que de manera oportunista los compara no para ayudarlos sino para ridiculizarlos, humillarlos, denigrar su buen nombre por la tragedia que están viviendo).

Cuénteme usted, ¿acaso le gustaría que si los resultados de su hijo en el colegio no fueran los deseados, todos los niños, profesores y padres de familia estuvieran recalcando que si se juntan con él se infectarán, se contagiarán? Esto tiene nombre propio, se trata de una guerra sucia propiciada por la campaña de un partido político, caracterizado por su dudosa reputación, que ha construido todo un andamiaje “lingüístico”, ha difundido y convertido en una impronta e insumo la situación del país hermano, del cual se abastecen sus seguidores para designar los principios filosóficos del partido xenófobo en mención: “No permitiremos que Colombia sea una segunda Venezuela”.

Por otra parte, afirmar de manera recalcitrante y asfixiante que votar por Petro es permitir que nos convirtamos en Venezuela sin ni siquiera conocer a fondo el programa político de la Colombia Humana y más grave aun, prediciendo el futuro con asombrosa exactitud, casi hasta con hora y día, es la más clara muestra de por qué muchos colombianos (más de 7 millones) poseen el perfil idóneo, tallado como anillo al dedo para ser estafados y de hecho lo han sido en las mismas fechas en las cuales lo fui yo (2 de octubre de 2016 y 27 de mayo de 2018). Lo anterior, no por votar por el candidato del partido en mención, haciendo uso de la libertad de sufragio, sino por votar bajo amenaza, con la espada en la yugular y el fusil apuntando a nuestro pecho, exclamando con angustia y desespero: "si no votan por Duque nos convertiremos en una segunda Venezuela".

Desde el gobierno de Belisario Betancourt, por exponer el más reciente, se han experimentado diversas estrategias que han buscado convencer a los grupos guerrilleros de su desmovilización. Diría yo cada gobierno se ha disputado el privilegio de figurar en los anales de la historia como aquel que logró convencer a estos grupos armados de que el camino de la política es el mejor para intentar buscar una nación con más justicia social.

Así mismo, ahora que guerrilleros como Navarro Wolff (destacado por su gestión como alcalde de Pasto, senador y gobernador de Nariño) o Gustavo Petro (exalcalde de Bogotá y candidato presidencial 2018-2022), se presentan sin armas pero con ideas, e incluso con un panorama más claro de lo que verdaderamente se necesita hacer en este país para superar la brecha de la desigualdad, ahora que codo a codo y frente a frente el candidato de la Colombia Humana evidencia que un exguerrillero conoce mejor el país y demuestra mejor preparación hasta rayar con la brillantez en los debates sobre los verdaderos problemas del país, hasta el punto de hacer pasar apuros y dejar hasta en ridículo a los candidatos de otros partidos, les sale a deber a todos aquellos detractores que en algún momento anhelaban un proceso de paz que lograra desmovilizar los grupos insurgentes; ahora que se presentan sin fusil, les critican y anteponen un eterno apelativo de eternos terroristas, como si los procesos de paz no fueran validos, excepto si dicho proceso hubiese sido promovido por un grupo político determinado, en este caso el de Álvaro Uribe.

Afirmar que quien desenmascara a Álvaro Uribe es un “H.P guerrillero", creer que las Farc son lo mismo que el M-19, catalogar a Santos como comunista, omitir las masacres de los paras y sus nexos con Uribe, lo único que demuestra es la bajeza moral e intelectual de los uribistas, su minoría de edad, su analfabetismo político, su ignorancia, desconocimiento de la historia, descaro, complicidad con el crimen y hasta compatibilidad con la fechoría.

Los seguidores del “mesías” saben cuán podrida está la olla, pero prefieren comer callados porque la cultura de la trampa sí paga, por eso promueven a ultranza la defensa de su patrón porque saben que sin tetas sí hay paraíso y sí nacimos pa’ semilla, reafirmando el perfil del Centro Democrático como secta y no como partido. Está claro que el problema no es Uribe, son sus seguidores. En toda sociedad existen mafiosos, sicarios, delincuentes, ladrones y políticos con los anteriores adjetivos calificativos, lo extraño es por qué existen tantos ciegos y fanáticos seguidores de estos macabros personajes de la historia. No sería nada atrevido suponer que cada elector se identifica en algo con su elegido, cada elector en el fondo degusta, se deleita y comparte la complicidad de su malhechor porque cada elector es en el fondo malhechor y/o patológicamente “ingenuo”.

Eso nos pasa por no saber en qué momento debemos romper la frontera que nos impide identificar y diferenciar entre la fantasía y la realidad, por eso el Coco, el ratón Pérez, la cigüeña, Pinocho y Papa Noel son tan “reales” para los adultos, como el castrochavismo; es decir  la realidad raya con la ridiculez. Señoras y señores, esta es la razón por la cual es tan fácil estafar a los colombianos.

Tal vez y lamentablemente (y deseo de corazón me equivoque), el próximo 17 de junio de 2018 quede escrito en los anales de la historia porque el jefe de un cartel, apoyado por los partidos políticos más corruptos de la historia, formando el frente de vergüenza más grande que una sociedad haya podido imaginar y parir, quede indirectamente elegido. Él, cerrando los ojos, alzando la espada e invocando a Dios en el nombre de la estafa, la injusticia, los falsos positivos, el paramilitarismo y el Ubérrimo, podría imponer a un desconocido en la carrera presidencial, jurando un pacto eterno para salvarnos de las garras de un exguerrillero que por dejar de ser guerrillero, cambiar armas por ideas, odio por perdón y daños por reparación, fue, ha sido y será condenado por los siglos de los siglos. ¡Amén!

¿Entonces qué?, ¿nos vamos a dejar nuevamente estafar? Eh, eh, eh, epa Colombia.

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