Por el sendero de los danzarines

Por el sendero de los danzarines

Por: Nancy Ayala Tamayo
abril 28, 2014
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Por el sendero de los danzarines
Imagen Nota Ciudadana

En el Museo de Antioquia vi el mural “La Danza del Café” realizado por el artista plástico colombiano Pedro Nel Gómez en 1936. Allí aparecen mujeres y hombres en el acto de recoger granos de café de los árboles y depositarlos en canastos. Sus brazos y cuerpos parecen danzar.

Era la época del optimismo liberal. Un poco más adelante la obra del maestro y de los de su escuela fue descalificada con el epíteto de “arte degenerado” por sus detractores, en medio de la avanzada conservadora convertida en La Violencia.
Maestro Gómez, le pregunté a su memoria mientras contemplaba el mural, ¿sabe dónde están hoy sus danzarines? Mientras regresaba al Quindío me pareció escuchar el eco desgarrado de una voz. El grito de Munch. La Violencia…ese otro mural de nuestra historia, inconcluso, que se ha pintado en buena parte con pigmentos color sangre extraídos de los rojos del grano maduro del café.

El departamento del Quindío hace parte de la zona cafetera colombiana con alrededor de 500.000 habitantes. Desde comienzos del siglo veinte su territorio se fue dibujando como una sola ciudad entre cafetales, impregnando los sentidos con vapores y aromas salidos por entre sus hendijas. La pequeñez del territorio y la gran conectividad física entre pueblos, veredas y caminos lo hace fácilmente transitable. Así, cualquier transeúnte tiene a su permanente disposición, al lado de los cafetales que aún permanecen, la vista de una cordillera que se resiste a abandonar su presencia selvática, una topografía montañosa e irregular, cañadas y bosques, el fluir de ríos y multitud de quebradas que descienden de las cordilleras, y músicas de coloridas y diversas aves. Este paisaje lleno de verdes se aloja en el imaginario de quien lo recorre sin conocerlo, como si estuviera en “El Edén”. Este “Paisaje Cultural Cafetero” ingreso en 2011 a la lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO. Con esta marca de calidad la afluencia de visitantes cercanos y extranjeros se ha hecho más notoria.
Septiembre de 2013. El país se encuentra sacudido por una ola de movilizaciones campesinas reclamando mejores condiciones de vida para ellos y sus familias. Abro mi facebook y hago click en un video. Registra un momento de la movilización de decididos campesinos cafeteros en Calarcá. Los agentes del ESMAD vestidos de Robocop intervienen. La cámara hace un tembloroso paneo. Veo mucha agitación y oigo voces iracundas quejándose del atropello. Hay una persona herida. También aparece un hombre de edad, quien luego dijo tener 77 años, saliendo de la multitud. La cámara registra su rostro angustiado diciendo: mire usted… mientras se le quiebra la voz y alza sus manos para ahuyentar las lágrimas que ruedan por sus mejillas.

Comienzos de 2014. Camino hasta la vereda Palestina del municipio de Salento. En la vía encontré avisos promocionando tours en predios cafeteros. Me dirigí al de don Elías, un hombre de edad. La casa era pequeña, hecha con materiales sencillos pintados de alegre color. Su mujer se veía atareada en la cocina. Don Elías recibía turistas, en su mayoría extranjeros. Una de las familias colombianas que aún se refugian debajo de estas matas, me dije. Acordamos que lo visitaría otro día.

Cuando volví me recibió con los sonrientes ojos que ya le había descubierto desde cuando lo conocí y me extrañó verlo tan activo. Es que soy una persona como todas, un ser viviente con ganas de trabajar, dijo cuando se lo expresé. Me contó que desde hace 20 años vive con su familia en este cafetal de 4 hectáreas. La actividad turística la empezó hace 7 años.

-Como el turismo ha aumentado tanto en Colombia y sobre todo en Salento, dice, me ha ayudado a sobrevivir, sobre todo en las épocas en que no hay cosecha. No es que se gane gran cantidad de plata, pero gracias a esto no me falta la panela diaria, continúa. Hablamos de la situación de la caficultura. Conoce que en Colombia solo se desarrolla la primera parte del proceso y que la segunda y más compleja que incluye el tostado y comercialización en mercados internacionales se lleva a cabo por empresas que tienen centro de operaciones en Estados Unidos, Europa y Japón.
La primera fase se ejecuta en plantaciones y trilladoras. En las plantaciones los oficios son hechos por mayordomos, alimentadores, patrones de corte, caseros, patieros, recolectores, gariteros, vuelteros. En las trilladoras los han realizado gerentes, supervisores, operarios, laboratoristas, saloneras, escogedoras, braceros, marcadores y chuzadores.
Sigo en mi correría. En las plantaciones, la recolección es el trabajo que requiere mayor número de trabajadores. Algunas veces es compartido por hombres y mujeres. El oficio como alimentadores lo asumen normalmente los mayordomos, quienes lo delegan en sus esposas como uno más de los oficios domésticos. En ellas he visto los ojos detrás de la máscara que ponen en sus rostros. Interrogan. Entretanto, deben alimentar grandes grupos de trabajadores.

En las trilladoras el oficio que más requirió personal hasta los años 80 fue el de las escogedoras del grano, puesto ocupado por mujeres en condiciones laborales muy degradadas. Muchas eran madres solteras o sus maridos se habían marchado y solas afrontaban la responsabilidad de los hijos. Solo consiguieron hongos producidos por el polvo, dice Martha Garzón en una investigación sobre sus condiciones laborales hecha en 2002.

Poco a poco las máquinas las desplazaron masivamente de sus trabajos. Las que quedaban hacían jornadas de doce horas diarias. Les siguieron pagando por el peso del café de mala calidad que recogían en el día. Por cada kilo les entregaban tres mil pesos en promedio. En un turno reunían cuatro kilos. En un mes no llegaban al salario mínimo, dice Fernando Umaña Mejía, en reportaje publicado en El Tiempo el 25 de Junio de 2006. En la actualidad es un oficio casi extinguido. ¿Qué camino habrán tomado?, me pregunto.

Continúo por los senderos del café. Dicen que los jornaleros envuelven sus cabezas en trapos tratando de protegerlas del sol y de los insectos. Yo creo que buscan protección de las miradas invasoras, porque igual, sus pieles terminan manchadas y picadas. En épocas de cosecha, salen grandes grupos de entre los cafetales como trashumantes sin destino. Muchos miran entre desconfiados y desafiantes. A ellos y a los pequeños propietarios lo único que sus historias les han legado son callos en las manos.
- Con las entradas del turismo, evito deudas. También decidí tostar y empacar parte de los granos que produzco y vendo a los visitantes. Antes, entre cosechas, al igual que otros cafeteros, normalmente me endeudaba con los prestamistas, dice don Elías.
Sé de ellos. Son los comerciantes de las compras de café, muchos de ellos agiotistas que se han apoderado de un sinnúmero de propiedades de pequeños campesinos. Les facilitan dinero sobre la base de la siguiente cosecha y así el ciclo de endeudamiento se vuelve permanente y termina por ahogarlos. Los grandes tienen facilidades ante los bancos.

Don Elías no sabe qué tanto durará el negocio. Reclama que los insumos para las plagas están muy caros e insiste en que ahora el café no tiene precio suficiente. Siente como una amenaza la inestabilidad del dólar. Da pérdida, comenta recordando que la vida de hace 20 años, cuando compró su cafetal, era mejor. También prueba otras variedades como la Castilla, que es la última novedad introducida por la Federación de Cafeteros. Confía.

-Porque es una bebida que se consume a nivel mundial, porque en todas las oficinas a donde voy, el tinto se sirve todo el día. Si se acabara el café yo no tendría otro producto para sembrar y vivir. Es lo que me ha dado la vida, confiesa preocupado. Ya no tengo fuerzas para trabajar la tierra como antes, reconoce. Con sus 75 años y cuatro hectáreas de café que no dan para mucho, resiste.

Recuerdo el mito de la propiedad democrática de la tierra en el Quindío. Esa es una de las largas y encubiertas historias de despojo en Colombia. Así lo dice el antropólogo Jaime Arocha en una investigación sobre la violencia en el Quindío, publicada en 1979. Con maromas jurídicas o bajo amenaza los propietarios dividían grandes tierras en pequeñas unidades, o bien compraban propiedades pequeñas en diversos lugares que en conjunto hacían un latifundio. Como me lo contó un día un barón cafetero perteneciente a las directivas de la Federación de Cafeteros, estaba pendiente de los cafeteros endeudados y cuando ya no podían más, les compraba la tierra por un bajo precio.

Entretanto, en mis recorridos por las veredas, veo que las variedades Caturro y Castilla se han tomado hasta el último rincón de las tierras cafeteras desplazando definitivamente huertos para producir alimentos. A los verdaderos campesinos les fue imposible poner en su lugar la tecnología. Esa es otra historia aun no bien conocida. Al final, los cafeteros ubicados en la base de la pirámide han sido los más afectados.

Estoy en otro paso de la ciudad entre cafetales. La concentración de la tierra ha desplazado del circuito económico masas flotantes de desarraigados que deambulan por las calles. “Cómpreme esta pulserita, le quedara muy linda en la mano. Necesito comer algo”, dicen desfilando por mi lado los muchos que intentan vender todo tipo de chucherías.

Entretanto, dueños antiguos y nuevos de propiedades de mayor tamaño que han podido acumular grandes capitales y mejores infraestructuras, están transformando aceleradamente sus tierras en alojamientos y centros de recreación. O como lo dijera una propietaria de tierras perteneciente a una adinerada familia de la región interesada en proyectos inmobiliarios “tenemos que ver como vendemos este hermoso paisaje a los extranjeros”. El “paisaje cultural cafetero” atrae turistas.
Pero en un minúsculo trozo de esta ciudad entre cafetales, don Elías con sus años se aferra a la esperanza. Sopesa su estrategia para sobrevivir. Se encuentra a un paso del desarraigo.

Las estadísticas dan indicios. El área cultivada en el Quindío ha descendido de 44.520 hectáreas en 2002 a 28.880 en 2013. El café pesaba 60% en las exportaciones del país en 1970 y solo el 5% en 2011. La migración fuera de Colombia, muchas veces como mulas del narcotráfico, aparece como una opción. Abunda el desempleo. Abundan las mujeres que enfrentan solas la crianza de sus hijos. Abundan los niños que han sido dejados por sus padres al cuidado de terceros, mientras ellos emigran en busca de la oportunidad que aquí les es negada. Después de casi un siglo y medio de haberse iniciado las primeras plantaciones en la región, el promedio de escolaridad es de 3.7 años.

En su crónica sobre Sri Lanka titulada “El sí de los niños” Martín Caparrós señala: “todavía no está nada claro, en estas tierras, que la prostitución infantil sea algo grave. Es, para muchos, una forma relativamente fácil e inofensiva de conseguir algún dinero. Hace tiempo que esta gente dejó sus actividades habituales –el cultivo o la pesca– ante el espejismo del turismo: en general, malviven de vender cositas o de ofrecer servicios más o menos confusos. Los agentes de viajes, los hoteleros, las compañías aéreas también sacan tajada. Los turistas están produciendo cambios en el mundo”.

Luego de un tiempo descorro el telón. Los danzarines inician su último movimiento. Se elevan en salto vertiginoso, se sostienen, y al regresar al piso tambalean. Caen. El pintor llora. Hubiera querido convertir en pinceles las puntas de aquellos delicados pies sostenidos en el aire, y con ellos pintar un mural tal como se lo había enseñado su maestro Wang-Fo.

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