Ponga sus testículos entre estas planchas...
Opinión

Ponga sus testículos entre estas planchas...

Por:
febrero 18, 2014
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.

No estoy paranoica. Tampoco descubrí el agua tibia: nuestro sistema de salud es abominable y la medicina es de lo más patriarcal que hay.

Como pago mucha plata y hace mucho tiempo por concepto de seguridad social, me dejo convencer periódicamente por mi novio para que aproveche mi afiliación a una EPS y vaya a chequear mi salud.

Hace casi dos años que no voy desde que, la última vez, un médico joven y apuesto, al preguntarle por qué mira más a la pantalla que a los pacientes, me dijo que tenía que llenar bien el formato. Yme respondió, sin ningún remordimiento, que si llegaba una mujer maltratada, él tampoco tenía tiempo de orientarla ni de remitirla. Que las golpeadas llegaban a urgencias, me explicó. Le pregunté si en urgencias era el lugar para ingresarla a una ruta de restitución de sus derechos y su vida y ahí sí me miró: Con lástima, con impaciencia por estar frente a una mujer tan loca. Me dijo: “En urgencias es donde menos tiempo se le puede quemar a esos asuntos”. Me di por vencida y escarmenté por mucho tiempo.

Este año, aprovechando el principio de año, voy a pedir un control y a tratar de que me examinen mis persistentes y antiguos dolores en las piernas, la cadera, las manos. Me preocupa además mi irresponsable ingesta de agua cruda y guarapo en la Amazonía, en enero pasado. Quiero purgarme.  La doctora, que me mira un poco más que el traumatizador joven, me responde maquinalmente que hay una batería de exámenes que me va a mandar: Química sanguínea, parcial de orina, citología vaginal y mamografía. ¿Y mis dolores? ¿Y mi purgante?

No importa a lo que vayas, sales de allí con una orden estándar para los exámenes que corresponden a una mujer de tu edad. O con la consabida fórmula del ibuprofeno, la medicina que todo lo cura.

Mejor que nada, pienso y después de mil llamadas me voy a mi cita de mamografía.

Con un frío de páramo, me quito la blusa y pregunto, gracias a una alerta de cáncer de tiroides, si tienen protector para el cuello. La auxiliar me dice que sí y me pone un cuello rígido. Luego baja la temible plancha metálica y me dice que ponga un seno encima. Luego me hala del seno, porque al ser tan pequeño, no queda tanta masa encima de la plancha. Me dice que agache la cabeza hacia atrás y claro: el protector de cuello estorba. Me hala más duro el seno, hasta que me quejo. Se empieza a impacientar.

Me pregunta si tengo cáncer de tiroides. Le explico que es una medida preventiva. “Entonces, quítese el protector, total solo serán cinco segundos de radiación”. Me niego. Ya visiblemente enojada, hala de mi seno y deja caer la otra plancha sobre él. Me dice que espere quieta y respire profundo. Intento hacerlo. Todo empieza de nuevo con el otro seno.

Cuando toca el tercer aplastamiento de seno, esta vez la plancha está en sentido vertical. Debo extender mi brazo y prenderme de una manija metálica. Ahora no solo sufro por la posición de mi cuerpo, intentando extender el brazo, tirar la cabeza hacia atrás, pellizcada la parte interna de mi brazo, pellizcado mi seno con la plancha, sino por el regaño amargo de la técnica, que me dice que todo lo hago mal, que eso no debería doler tanto, etc.

Recuerdo mil episodios en los que profesionales de la medicina descalifican el dolor que sienten las mujeres. En el momento del parto, por ejemplo, cuando le reprochan a la parturienta a gritos delante de toda la  gente: “Deje la bulla… ¿cómo cuando lo estaba haciendo no gritaba, mija?

O en la citología, cuando un doctor que ni siquiera tiene útero te dice: Esto no duele, porque el cuello del útero no tiene nervios.

Creo que la medicina en general es un escenario que fácilmente se deshumaniza y trata a las personas como “pacientes”, minusválidos, deficitarios, etc. Pero atención, que creo que con las mujeres se ensaña ese sistema perverso, siempre esperando que las mujeres sufran en silencio, tal vez como un eco milenario de los castigos que merecemos las “hijas de Eva”, quienes debemos expiar nuestras desobediencias y pecados con dolor.

Prueba de ello es el diagnóstico del cáncer de próstata. En cuestión de una década, el examen de tacto rectal, con un dedito enguantado y envaselinado, ante las protestas de los hombres, no por el dolor físico, sino por el simbolismo de su ano, léase su virilidad, “perforada” y “mancillada” por un dedo extraño, dio paso a una prueba de sangre en la que se detectan los antígenos.

Las mujeres llevamos siglos acostándonos en camillas, que más parecen potros de tortura, diseñadas por misóginos doctores europeos, sometiéndonos a partos en posiciones que dificultan el deslizamiento del feto, abriendo nuestras piernas en ángulos de gimnastas y permitiendo que manos y objetos de metal y plástico hurguen nuestras entrañas. Y también algunas décadas metiendo nuestros senos entre planchas metálicas que los aplastan dolorosamente.

Pregunto si hay testiculografía y con sorna, la enfermera me dice: “A los hombres les mandan ecografías, ¿cómo se le ocurre que les vamos a hacer meter los testículos entre dos planchas?”

Sigue a Las2orillas.co en Google News
-.
0

Día de las insumisas y las libertarias

¿Dónde escondes tu racismo?

Los comentarios son realizados por los usuarios del portal y no representan la opinión ni el pensamiento de Las2Orillas.CO
Lo invitamos a leer y a debatir de forma respetuosa.
-
comments powered by Disqus
--Publicidad--