Plazas Vega, el chivo expiatorio

Plazas Vega, el chivo expiatorio

"No hay que ser un uribista purasangre o un paladín de la extrema derecha para encontrar razonable la inocencia de Plazas Vega"

Por: Juan David Torres
diciembre 23, 2015
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Plazas Vega, el chivo expiatorio

El debate sobre los aciagos hechos que acontecieron en el palacio de justicia ha permanecido sumamente polarizado. Los criterios utilizados al analizar este suceso siempre han sido los del grado de culpabilidad y el maniqueísmo. De esta manera, se nos ha planteado la disyuntiva: ¿quién tuvo más la culpa, el M-19 por tomarse el palacio, o el ejército por la implacable retoma? Inclusive, se han generalizado una pléyade de asuntos en cada extremo de la discusión. Quienes se inclinan, tanto por la primera (entre estos, el coronel Plazas Vega), como por la segunda hipótesis, vierten un sinfín de suposiciones en un mismo saco, desviando así la discusión de un camino que conduzca a la verdad. De estas abstracciones infundadas, azuzadas por la polarización, surgen los chivos expiatorios en la discusión, aquellos a quienes hay que señalar a toda costa para saciar la sed de justicia.

Reconstruir la verdad del palacio desde los fanatismos es bastante inadecuado. Asumir que el M-19 tuvo toda la culpa es ignorar flagrantemente las prácticas de terror que utilizó la inteligencia del ejército para reconocer a los rehenes. Es desvirtuar la condición humana de once personas que estaban a cargo del B-2 y desaparecieron. Es una salida facilista y ladina al sufrimiento de estas familias, pues, bajo esta óptica, el que atacó primero es quien debe responder y punto. De esta manera, si de señalar culpables se trata, como los 35 directamente involucrados están muertos, ahí están los chivos expiatorios de Antonio Navarro (quien ni se encontraba en el país en el momento de la toma), Gustavo Petro, entre otros ex dirigentes del M-19. No nos extraña este tipo de raciocinio miope.

Por otro lado, es igual de preocupante la posición desde la cual el ejército es el mayor culpable. Lo es porque ha permitido que se justifiquen atropellos jurídicos mediante argucias y generalizaciones ridículas. Todo esto se da a raíz de la confusión y el hermetismo en el cual sucedieron los hechos. De esta manera, se ve al ejército como un todo, ignorando así sus subdivisiones y las decisiones particulares que se pueden llegar a tomar en cada una de ellas. Igualmente, el “delito” de la cadena de mando se hace incuestionable. En la búsqueda de culpables, aquella sed de justicia bastante comprensible, las declaraciones de Plazas Vega “defendiendo la democracia”, inherentes a la memoria colectiva de los hechos, permiten su mácula y su subsiguiente conversión en chivo expiatorio.

De Plazas Vega se insiste en que este orquestó la totalidad de la retoma cuando se ha repetido hasta el cansancio que su labor era trasladar rehenes hasta la casa del florero. Su responsabilidad no iba más allá. Las subdivisiones del ejército impedían que su jurisdicción llegara a las labores de inteligencia del B-2. Sin embargo, y no contentos con esto, lo han buscado difamar, utilizando testigos con declaraciones cuestionables y espurias, las cuales ni coinciden con los hechos y salen a la luz pública de manera impertinente. Condenar a un hombre por algo en lo que no estuvo al mando (la identificación de rehenes), por documentos comprometedores sin su firma o por las poco oportunas declaraciones, contradictorias en tiempo, lugar y hasta apellido, de Édgar Villamizar, es completamente abyecto.

No hay que ser un uribista purasangre o un paladín de la extrema derecha para encontrar razonable la inocencia de Plazas Vega. No se equivoquen señores, eso no nos hace ni enemigos de la paz, ni genocidas ni merecedores de cualquier epíteto nauseabundo como los que suelen utilizar. Igualmente, no hay nada de “castro chavista” en defender la idea de que, a pesar de la despreciable iniciativa del M-19, la respuesta del Estado fue la más desatinada posible, y peor aún, llegó a ser una estrategia terrorista en las prácticas de tortura y desaparición que utilizaron las unidades de inteligencia a cargo de identificar a los rehenes que salieron del palacio.

¿Acaso no es posible plantear una posición ecuánime, alejada de los fanatismos? ¿No será posible dignificar la memoria de los desaparecidos, sin buscar salidas facilistas o ensañarse irracionalmente contra una persona? Por el momento, la libertad de un hombre inocente es un paso formidable, el cual nos permite reconsiderar la noción de verdad y memoria que realmente queremos construir.

@TorresJD96

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