Pitana, fútbol y política

Pitana, fútbol y política

"El error del árbitro y de sus inservibles compañeros del VAR nos recuerda que un pueblo se condena a la miseria si sabe mas de fútbol que de su constitución política"

Por: Mauricio Felipe Garay Quiñonez
junio 25, 2021
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Pitana, fútbol y política

“Cuando la pelota, por accidente, le golpea el cuerpo, todo el público recuerda a su madre” (Eduardo Galeano, El fútbol a sol y sombra).

Durante más de siglo los árbitros vestían de luto, quizá porque en cada encuentro asistían a su propio funeral. Hoy disimulan con colores, pero todavía pareciera que su trabajo consiste en despertar el odio de la hinchada, ya que suelen equivocarse a favor de los equipos poderosos que juegan de local.

Los que vimos la derrota 1x2 de Colombia frente a Brasil asistimos al ocaso de quien, en 2018, fuera proclamado por la Federación Internacional de Historia y Estadística como el mejor árbitro del mundo. Néstor Pitana nos hizo recordar que no hay mayor galardón para los árbitros que la invisibilidad pues cuando figuran son víctimas de arbitrarios señalamientos sobre la vencida honra de sus madres.

Pitana, a pesar de su buena condición física, tiene de estatura 1,92, la ausencia de talento lo condenó a ser juez de un deporte que hubiera preferido jugar. Intento jugar al básquet y tampoco le fue muy bien. También participó en el año 1997 como extra en algunas escenas de la película argentina La furia, protagonizada por el cantante Diego Torres.

En una trama que refleja la corrupción y el narcotráfico en las altas esferas estatales el papel de Néstor fue el de un guardia penitenciario, y como en el cine tampoco dio grandes pasos, en junio de 2007, debutó como réferi en la Primera División, administrando justicia en un partido entre Colón y Rosario Central. Desde entonces se dedicó a este oficio ingrato que depende de un buen salario y de un amor infinito al juego.

El árbitro, sudando mares y jadeando, es el único que está obligado a galopar todo el tiempo, entre los 22 protagonistas, en el sagrado rectángulo verde, y mientras la pelota salta y rueda, él aguanta insultos, abucheos y maldiciones con abnegado estoicismo. Con el silbato en la boca exhala los vientos de la fatalidad al otorgar o anular goles. Los vencidos pierden por él y los triunfadores ganan a pesar de él. Pero sin él sería todo peor y si no existiera tendríamos que inventarlo porque es un mal necesario para el deporte.

Presionado por las circunstancias actúa de acuerdo a su perspectiva y conciencia improvisando en plena carrera y como es humano, demasiado humano, cada vez que se equivoca, todos se acuerdan de la sagrada señora que tuvo la mala fortuna de parirlo.

Es triste, pero en Colombia el fútbol siempre ha sido la herramienta de la aristocracia dirigente para despolitizar al pueblo: el primer torneo de fútbol colombiano se disputó, en el año 1948, con el único objetivo de desvanecer las múltiples manifestaciones provocadas por el asesinato de Gaitán, crimen orquestado por las elites corruptas que siempre nos han gobernado.

En Colombia, acostumbrados al barro de la corrupción y las derrotas, consideramos que el marcador es un capricho innecesario y, como muchas veces los nuestros terminan hundidos en el abismo del conformismo, optamos casi siempre por mirar a los futbolistas de reojo, sin muchas expectativas. Pero el légamo de resultados adversos, democracias fallidas y de goles fallados frente al arco, nos ha enseñado a gozar del futbol y de la vida sin exigirle mucho al despiadado azar. Porque si nuestra alegría dependiera del marcador seriamos peritos de la congoja, doctos en pérdidas inesperadas y versados en frustradas posibilidades.

Pero es imposible ignorar que el deporte es otra herramienta para el cambio social. La pelota se mancha de sangre si los que corren en las canchas olvidan las invasiones, las comunas y guetos donde aprendieron a jugar entre amigos y vecinos. La pelota se tiñe de rojo cuando juegas un partido casi con los oídos y los ojos cerrados frente a las crisis social fuera dl estadio.

Esto fue lo que entendió la selección de Brasil al oponerse a la realización de la copa América en un país mal gobernado y flagelado por los contagios: asumieron que los futbolistas son también artistas y, por lo tanto, tienen más poder que los políticos que destrozan su nación.

Muy lejos en talento y conciencia de los jugadores colombianos que guardaron silencio frente a la posibilidad de ser sede del torneo sudamericano en medio de un estallido social de inconformidad.

Hoy que el fútbol colombiano se ha vuelto un bostezo monótono, con atletas que, castrados por su salario, no juegan a hacer goles sino a reprimirlos, amarrados a regímenes tácticos que sujetan la imaginación, atrofiando la fantasía y renunciando a la utopía.

La mayoría de jugadores colombianos adolecen de iniciativa social y política, y otros consideran que esta pone en riesgo su trabajo, ya que no es necesario enredar la piola buscando belleza y calidad manejando ambos perfiles si su toque toque mediocre e improductivo les da buen dinero en un país donde reina el hambre, el desempleo y la corrupción.

La inmersión del fútbol en lo social es inevitable pues la cancha es también una esfera política y también una vía para difundir valores democráticos. La solidaridad consciente de los seleccionados brasileros es muy meritoria en un deporte donde hay jugadores tan egoístas que aceptan otros diez en su equipo solamente porque es obligatorio.

Cuando se habla del compromiso político de los jugadores, se habla del gran Sócrates, uno de los integrantes del radiante y desventurado Brasil del Mundial de España 82, famoso por sus cintas en la cabeza con mensajes sociales, tan efectivo con la pelota en los pies como criticando el sometimiento político de su patria, con una belleza para jugar y una gran intelecto para defender desde la cancha a los pobres del mundo, con su metro noventa es sinónimo de fútbol estético y ofensivo, lleno de recursos para jugar de primera intención, fácil y rápido; un centrocampista con una inigualable visión de juego, una técnica excelsa, que le permitía ejecutar con éxito todo aquello que le desfilaba por la imaginación, y hasta fue capaz de aprender la lengua Yoruba para reivindicar las raíces africanas que hollaron las tierras latinoamericanas.

Sócrates celebraba sus goles con su puño cerrado en lo alto, movimiento asociado a la poética comunista, y que usaba como símbolo contra la dictadura militar brasileña.

Cuando los periodistas le preguntaban sobre tácticas para los partidos o sobre las peculiaridades del próximo rival, daba respuestas rápidas, sencillas, y luego criticaba el sistema de salud, la educación o los derechos laborales en Brasil. Una de sus frases más célebres es:

Muchas veces pienso si podremos algún día encauzar este entusiasmo que gastamos en el fútbol hacia algo más productivo para la sociedad, pues a fin de cuentas el fútbol y la tierra tienen algo en común: ambos son una bola. Y detrás de la pelota vemos niños y adultos, blancos y negros, con la misma filosofía, todos fantaseando una vida mejor.

En 1983 profetizó su desaparición final; "Quiero morir un domingo y con el Corinthians campeón" y así sucedió el 4 de diciembre del 2011 cuando el equipo de sus afectos se coronó campeón frente al Palmeiras y su espíritu se disolvió en el verde lienzo de las canchas del mundo. Gracias a Sócrates no podemos negar el vínculo entre Política y Deporte.

Una de las peores páginas de la guerra colombiana fue escrita entre los días 16 y 22 de febrero del año 2000 en la pequeña población de El salado, departamento de Bolívar.

Los paramilitares, después de quemar el pueblo, reunieron a la gente en el potrero donde los niños pateaban bolas de trapo hinchando las cansadas mallas de pescar. Las AUC asesinaron a 14 personas mientras un conjunto musical animaba la masacre con sus gaitas y tambores. Algunos de estos infames, vistiendo los gloriosos colores del ejército nacional, jugaban al futbol con las esféricas irregulares que les proporcionaban los decapitados.

Entre el 22 y el 24 de mayo de 2001, pocos días antes de la inauguración de la copa América realizada en territorio colombiano, en zona rural del municipio de Tierralta, Córdoba, la extinta guerrilla de las Farc arrancó de sus terruños a 30 campesinos acusándolos de sembrar y raspar la coca que aún tienen los paracos en el Nudo del Paramillo. Días después, rio abajo, los pescadores hallaron con sus redes los restos mutilados.

En esta misma región sangrante del departamento de Córdoba, el 2 de junio de 2001 el líder del pueblo Embera Katio Kimy Pernía Domicó, fue asesinado a manos de paramilitares por defender el lugar donde había nacido; el Rio Sinú. Kimy, cuyo nombre en lengua embera significa punta de lanza defendía el territorio de su pueblo desplazado por la construcción de la represa hidroeléctrica de Urrá; su cuerpo desmembrado fue arrojado a las aguas del rio que fue su cuna y hoy es su tumba. (Arrojo mis soledades al Sinú, escribió Raúl Gómez)

El 29 de julio la selección Colombia se coronó campeón sin haber enfrentado a Brasil o Uruguay, ni al seleccionado argentino que no participó en este torneo por miedo al conflicto armado que estallaba lejos de los estadios. La alegría quedó manchada porque fue realizada en el momento más crudo del conflicto armado colombiano con cientos de desapariciones y asesinatos que no fueron silenciados con los goles de Víctor Aristizábal.

La ausencia del combinado argentino, nos hizo remembrar el partido de repechaje que no se llevó a cabo entre Chile y la URSS para asistir al Mundial de Alemania 74, ya que los soviéticos se rehusaron a jugar en el Estadio Nacional de Santiago que, meses antes, había sido utilizado como centro de detención y tortura de los opositores del régimen militar del general Pinochet.

En el flagelado municipio de Tierralta se está construyendo un coliseo que llevará por nombre Miguel Borja y tendrá como objetivo político alejar a cientos de jóvenes de los colmillos de las bandas paramilitares que devoran el departamento. Ojalá se haga realidad este proyecto social y no quede en ruinas el coliseo pues los politiqueros cordobeses practican la corrupción como deporte.

La pelota se manchó de sangre en los partidos de Copa Libertadores, disputados en el mes de mayo, en los estadios colombianos rodeados por miles de policías. Y es que lo único que es más feo que un estadio vacío donde callan los tambores, donde no hay bengalas y donde la tribuna popular parece un corazón que ha cesado sus latidos, más horrendo aún es un estadio rodeado de protestas, ahogadas por la fuerza bruta de gases y macanas que intentan ablandar la conciencia indignada de un pueblo que ya no cree que perder es cuestión de método.

Esa vergüenza social y deportiva será recordada siempre, porque los futbolistas debieron entender que estaban participando de algo más que en un simple partido de fútbol, sabiendo que desde ahí aportan su grano de arena para recobrar la dignidad de nuestro país. Porque en el fútbol, y en la vida, se puede ganar o perder, pero siempre con justicia y democracia.

El error de Pitana, y de sus inservibles compañeros del VAR, nos recuerda que un pueblo se condena a la miseria si sabe más de fútbol que de su constitución política y si le exige más a un árbitro que a sus gobernantes incompetentes.

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