No basta con que muchos, quizás mayoría, desaprueben en Estados Unidos un gobierno como el de Trump. O, en estas latitudes tropicales, el de Petro. El problema, allá y acá, es que la oposición carece de liderazgos que puedan convertirse en alternativas que inspiren confianza.
En Estados Unidos, de acuerdo con una encuesta del Washington Post-ABC-Ipsos (02.11.2025), Donald Trump, que no ha completado su primer año de gobierno, atraviesa los peores niveles de aprobación desde el asalto al Capitolio. La mayoría rechaza el uso excesivo de decretos, el manejo de las tarifas, el envío de la Guardia Nacional a ciudades gobernadas por demócratas y el abuso de la fuerza contra inmigrantes, entre otras arbitrariedades.
Sin embargo, lo más sorprendente de las encuestas se refiere a los opositores: a pesar del rechazo, el Partido Demócrata no es beneficiario de la desaprobación de Trump. Parece anestesiado, incapaz de obtener réditos de la impopularidad del presidente convicto.
Solía ocurrir que el desgaste del gobierno impulsara a la oposición. Hoy no. Hoy el rechazo no se transfiere. Queda en el aire. La ciudadanía castiga, pero no confía.
Y ahí está el espejo colombiano.
Petro es impopular. No obstante, los escándalos que involucran a copartidarios suyos (tipo UNGRD o el del antiguo director del DAPRE, hoy asilado en Nicaragua), de su hijo, o del presidente de Ecopetrol, no se traducen en favorabilidad hacia ningún candidato de oposición. El apoyo de Petro a Maduro, que permanece ilegalmente en el poder, tampoco parece ser capitalizable ni por el centro ni por la derecha colombianas.
El rejo que el presidente les da a los suyos, en público, no parece beneficiar a la oposición
En otras palabras: guardadas las proporciones, el partido de Trump podría repetir dentro de tres años, y en Colombia el Pacto Histórico —o alguna coalición sucedánea— podría triunfar en junio del 26.
¿Por qué?
Porque la ciudadanía ha entrado en otro paradigma:
La desconfianza es transversal.
Así, Trump no cae para que suban los demócratas. Y por estos lares, Petro no cae para que la oposición tenga garantizado el triunfo en las elecciones presidenciales del 26.
Una poderosa razón: la corrupción es antigua.
Trump y su familia se enriquecen, manda a juzgar a sus adversarios políticos y castiga a antiguos aliados. Los líderes demócratas, aunque más sutiles, también se enriquecieron y perdieron contacto con los más vulnerables. La mayoría de los jóvenes gringos ya no creen en el “sueño americano” (Político, 2.11.2025).
Por acá lo sabemos: la bronca hacia los políticos y hacia las instituciones viene de hace rato. Se podría pensar que el desafuero delincuencial del tipo Olmedo-Snyder (UNGRD) corresponde a la intención de apoderarse de forma expedita y burda del botín por parte de voraces inexpertos que desconocen las “mejores prácticas” del robo al erario. Aunque los haya pescado la justicia, clanes como el de los Nule o expertos como Emilio Tapias son maestros que se han apropiado de recursos públicos con la complicidad de funcionarios y políticos de turno. Para todos ha habido. La ciudadanía lo sabe hace mucho.
Eso es lo que Colombia tendría que mirar hoy: no tanto el deterioro del Gobierno —grave y en buena parte auto infligido— sino la anemia de propuestas alternativas que puedan inspirar un futuro mejor.
Lo que está en crisis no es solo la pobrísima gestión presidencial actual. Es la capacidad de imaginar un rumbo compartido de parte de la oposición fragmentada y con distintos niveles de miopía.
Mientras no haya una narrativa de destino —no solo un catálogo de quejas o de anhelos de “destripar” al adversario— no habrá mucho que hacer. El “case” del 25 % o 30% le permitirá al partido de gobierno asegurar el paso a segunda vuelta.
Y así, tanto en Washington como en Bogotá, el péndulo puede seguir oscilando sin solución: la inagotable mediocridad de la oposición parece ser la regla hoy.
Del mismo autor: Trump complació a Petro…
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