Pedagogía deliberativa para la paz
Opinión

Pedagogía deliberativa para la paz

El resultado del plebiscito nos dejó en claro que quienes tenemos que acordar la paz somos todos los colombianos, y no solo el Gobierno y las Farc

Por:
octubre 24, 2016
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En mi columna anterior intenté hacer una interpretación de algunos datos electorales del plebiscito del 2 de octubre, para matizar algunas supuestas obviedades (no tan obvias) del resultado, y para reconocer algunas complejidades de las dinámicas políticas que condujeron a la votación que ocurrió ese día.

Hoy quiero volver al tema de la deliberación necesaria para nutrir y fortalecer los procesos democráticos de toma de decisiones, tópico que traté en una columna de diciembre del año pasado, en el marco de las perspectivas que en ese entonces emergían en torno a la refrendación plebiscitaria del Acuerdo para la terminación del conflicto con las Farc.

La sensación que me dejó el resultado del plebiscito fue que dejaba claro que quienes tenemos que acordar la paz somos todos los colombianos, y no solo el Gobierno y las Farc.

Esto, en dos dimensiones que se entrecruzan. Primero, a nivel político; es decir, de lucha por el poder. Si antes del plebiscito pensábamos estar a las puertas de un proceso de posconflicto y construcción de paz, tras la votación nos dimos cuenta que en realidad estamos surcando un proceso de negociación de la paz mucho más complejo, con más actores organizados y en torno a una conflictividad profunda y variada.

Segundo, a nivel ciudadano, en el terreno de nuestra vida cultural. Siento que tenemos que ser capaces de darnos la cara (y no darnos en la cara), para conversar e intentar armonizar nuestras múltiples cosmovisiones, aspiraciones y valores. Hay que descubrir y construir mínimos consensos que nos permitan superar la lógica cíclica de la mutua imposición de unas mayorías sobre otras.

Pero abandonados a la engañosa retórica de quienes inventan narrativas que vuelquen las emociones del electorado hacia la maximización de sus votos, o simplemente ignorando las razones, las emociones, las cosmovisiones y los argumentos de quienes piensan distinto a nosotros, no lo lograremos.

Para armonizar nuestros modelos mentales, debemos embarcarnos en un proceso de aprendizaje social y reconocer de manera activa y comprometida que hay puntos de fondo sobre los que tenemos que conversar profusa y profundamente, y sobre los cuales hay que desarrollar una pedagogía deliberativa para la construcción de paz.

Creo que se puede enmarcar esos puntos en lo que anteriormente he llamado las problemáticas (las cuatro pes, más una: perdón, penas, política, plata y país) del Acuerdo para la terminación del conflicto, pues pienso que coinciden con los aspectos generales más problemáticos, cultural y políticamente, que emanan de las múltiples comprensiones y valoraciones de un proceso de negociación y construcción de paz.

Quizás en un marco así podrían comenzar a descubrirse y construirse los mínimos consensos requeridos, no solo para sacar al Acuerdo Final de este atolladero, sino para preparar el terreno político del proceso de implementación, de materialización en clave territorial, de los puntos sustantivos de este y otros acuerdos de paz necesarios.

Lo primero es el perdón. Es realmente llamativo cómo puede dársele un aprovechamiento mediático tan potente a una confusión entre ofrecer perdón y pedir perdón. ¿Fue intencional? ¿Revela una vez más la arrogancia guerrillera que, a su vez, aparentaba ir mesurándose y superándose mediante los actos concretos y significativos de solicitud de perdón y compromiso con la verdad, la reparación y la no repetición que comenzaron a darse hacia el final del proceso? ¿Qué hace que sea tan emocionalmente necesario escuchar a alguien pedir perdón? ¿Es porque la solicitud, incluso sincera, de perdón envía una señal de arrepentimiento, tipo no lo vuelvo a hacer; o porque se cree que emana de una verdadera comprensión y una sentida conmiseración del victimario con el dolor y el sufrimiento de las víctimas; o porque entraña una especie de sometimiento?

Más aún en el caso de las víctimas abstractas, esas personas a las que el conflicto nunca tocó, pero que se conduelen sincera y profundamente, o superficialmente, con las víctimas concretas de los horrores de la guerra. Varias veces escuché o vi expresiones como, “yo no perdono a las Farc por lo que hicieron en Bojayá”, por parte de personas que quizás nunca han escuchado atentamente a las víctimas de esa masacre.

La instrumentalización política y moral del sufrimiento podría prevenirse mejor si lográramos desarrollar conversaciones sobre el conflicto más clara y profundamente ancladas en la vida, la voz y la dignidad de las víctimas. Esto muestra la importancia de encontrar maneras de aumentar la incidencia de la memoria histórica en nuestra conciencia colectiva, un reto clave de la pedagogía para la construcción de paz.

Lo mismo respecto a lo segundo, las penas. Mientras sigamos sometidos al uso estratégico de eufemismos como delincuente, bandidos o amenaza narcoterrorista para referirnos a fenómenos que tenemos que ser capaces de comprender en su verdadera complejidad histórica y sociológica, como las guerrillas, el narcotráfico o el conflicto armado interno, no lograremos construir unas concepciones mínimamente consensuales sobre la justicia transicional.

Tenemos que adquirir capacidades para dialogar, tanto sobre nuestros principios y nuestras concepciones de justicia, como sobre los éxitos, los fracasos, y los aprendizajes de los procesos de desmovilización y reintegración de combatientes que hemos venido aplicando durante las últimas décadas.

Si lo que nos preocupa son las consecuencias de no castigar con suma severidad los crímenes porque ello podría abrir los cauces de la repetición, entonces tenemos que ver si en realidad es cierto que el rigor de las penas tiene un efecto disuasivo, así como cuáles son los efectos secundarios de la aplicación de ese modelo retributivo. Para dialogar sobre esto, es muy importante aprender a divulgar con claridad lo que las ciencias sociales tienen para decirnos sobre este tema, así como sobre las ventajas del modelo restaurativo de justicia, el cual pone un mayor foco sobre los derechos de las víctimas que sobre el castigo de los victimarios.

 

 

Creo que es importante conversar en torno a la pregunta
sobre la elegibilidad política de los mandos y auspiciadores de las guerrillas,
tanto como de los auspiciadores y mandos de los grupos paramilitares

 

En tercer lugar, la política. Creo que es importante conversar en torno a la pregunta sobre la elegibilidad política de los mandos y auspiciadores de las guerrillas, tanto como de los auspiciadores y mandos de los grupos paramilitares. ¿Quienes estamos a favor no solo de admitir en la vida democrática sino además de darle un impulso institucional a la plataforma política de las guerrillas, estaríamos dispuestos a reconocer también algún trasfondo político, que también debería ser canalizado democráticamente, en los fenómenos paramilitares? ¿Existe una asimetría entre estos dos fenómenos como para considerarlos diferentemente? ¿Y qué resultaría de ello?

Cuarto, la plata. Hay que hacer una pedagogía deliberativa, informada y argumentativa, sobre la realidad de los programas de reintegración de excombatientes, en particular sobre la lógica, la efectividad y el impacto de los recursos públicos que destinamos a dicha política pública.

Por último, queda claro que el país -nuestra idea compartida (o no) de país- sí está en el fondo de las diversas formas como interpretamos y valoramos el Acuerdo Final y la negociación de la paz. Porque no hay nada más político que la paz, es iluso quejarnos de la politización del proceso. Debemos comprender y poner a conversar las diversas visiones que tenemos sobre el desarrollo, en especial sobre el desarrollo rural; sobre las drogas y la guerra contra las drogas; sobre el enfoque de género, el empoderamiento de las mujeres y los derechos humanos y civiles de la comunidad LGBTI; así como sobre el papel de la religión en el diseño del entramado institucional del Estado. A veces, por lo que veo, pienso que quizás la gente necesita sentir que tiene permiso para discutir sobre estos temas; que está bien. ¿Nuestras empresas, colegios, universidades, familias -las organizaciones donde transcurren casi todas nuestras vidas- son espacios en los que nos sentimos libres (o inhibidos) para informarnos y conversar abiertamente sobre estos temas, tan difíciles pero tan necesarios? Este es un momento que nos pide abrirnos y encontrarnos; un momento clave de pedagogía deliberativa para la construcción de paz.

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