¿Partido Farc, sometido a un apartheid político?

¿Partido Farc, sometido a un apartheid político?

"Aunque su exclusión no se justifica, sí hace falta que repiensen lo que buscan como partido o cuál es el tipo de proyecto político que le quieren proponer a la sociedad"

Por: Fredy Alexánder Chaverra Colorado
julio 02, 2019
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¿Partido Farc, sometido a un apartheid político?
Foto: Las2orillas

Con la novedad que tienen los partidos con poco arrastre electoral de armar listados en coalición para aspirar a corporaciones públicas (Jal, concejo y asamblea) en las próximas elecciones locales, el partido de la rosa está buscando integrar la mayor cantidad de coaliciones posibles como su principal apuesta electoral. Los listados en coalición representan una gran ventaja para los partidos y movimiento con poca fortaleza electoral porque les permite unirse para disipar el temor de superar un umbral y así ingresar sin problema a la cifra repartidora. Farc está buscando conformar coaliciones alternativas o de izquierda que repliquen en lo local la bancada propaz que se armó en el Congreso y que integra al Polo, los verdes, Up-Colombia Humana y Mais en un bloque que ha demostrado ser muy efectivo en el Congreso ya que ha impulsado iniciativas conjuntas como debates de control, proyectos de ley o el Estatuto de la Oposición. Sin embargo, esta solidez parlamentaria no se ha traducido en acuerdos políticos o electorales que integren a Farc en las coaliciones electorales que se están armando en todos los rincones del país.

El partido Farc en la práctica es un “patito feo” ya que muchos de los sectores alternativos que lo reconocen como un par en el Congreso no están dispuestos a armarse un listado en convergencia que lo integre. Algo que se debe al enorme desprestigio y estigmatización que recae sobre el partido de la exguerrilla. Muchos alternativos que le han apostado a la paz no están dispuestos a compartir espacio en el tarjetón con un partido que conservó una sigla con una altísima carga negativa o se quieren ver inmersos a responder ante episodios coyunturales como la libertad de Santrich (¿Y ahora posible fuga?) o el paradero de Iván Márquez, el Paisa o Romaña. Este tipo de episodios minan la confianza para incluir candidatos farianos en coaliciones partidistas que por naturaleza son más electorales que programáticas. Asimismo, los precarios resultados de su primera experiencia electoral (legislativas de 2018), los ponen en un saldo rojo en escenarios de convergencia donde pesan más los votos que los acuerdos. En municipios donde Farc sacó menos de 5 o 10 votos con sus listas a Cámara y Senado es poco probable que se tengan en cuenta los candidatos del partido para integrar listados para concejos o asambleas.

Con la postura de los alternativos bogotanos de cerrarle la puerta a la Farc, en una plaza de opinión favorable a la centro-izquierda donde obtuvieron sus mejores resultados (en términos porcentuales) en las pasadas elecciones legislativas, se empieza a marcar una tendencia electoral donde a los integrantes del partido de la rosa se les ve con desdén o rechazo porque “no suman votos” o “tenerlos en el tarjetón resta votos”. La exministra Clara López en algún momento manifestó que “no podemos someter a un apartheid político a las Farc” y parece que en términos electorales eso se está volviendo una realidad en muchos lugares del país. Como una apuesta a la reconciliación política de un sector que dejó las armas se pensaría que integrarlo estaría bien; sin embargo, en momentos donde se necesitan votos y la mala imagen de Farc es enorme, tiene sentido que muchos alternativos no se quieran arriesgarse sumando al tarjetón un logo sin votos. Una cosa es que en el Congreso voten unidos proyectos de ley, citen a debates de control político o compartan espacio en las intervenciones que otorga el Estatuto de la Oposición, otra es ponerse la camiseta con la Farc y hacer campaña abiertamente.

Si en estas elecciones Farc no empieza a marcar una curva de crecimiento electoral, sus años como partido político estarán contados. Algo que muchos ya dan por sentado porque no creen que pueda superar el umbral en elecciones a Cámara y Senado en 2022 o 2026. Con los precarios resultados de marzo de 2018 no se tiene claridad qué sectores sociales representa la exguerrilla, donde están sus bases electorales o si algún día podrá contar con un alcalde o gobernador propio (así tengan cinco senadores). La decisión de conservar la sigla (un gravísimo error de cálculo político), investir a sus antiguos comandantes como voceros políticos en el Congreso (casi todos con pendientes en la JEP) y evidencias públicas de profundas divisiones internas, no le hacen bien a un partido que no ha podido construir legitimidad por fuera del acuerdo de paz. Aunque esto no justifica su exclusión si debe llevar a los comunes a repensar lo que buscan como partido o cuál es el tipo de proyecto político que le quieren proponer a la sociedad colombiana. Por el momento, siguen siendo un “patito feo” sin perspectiva de convertirse en cisne.

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