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Opinión

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Aquella fórmula social para esconder la basura debajo del tapete, “no solo hay que ser sino parecer”, dejó de funcionar

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marzo 19, 2024
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Lo mejor de este momento histórico en nuestro país es que aquella fórmula social para esconder la basura debajo del tapete, “no solo hay que ser sino parecer”, dejó de funcionar. Ha sido de tal magnitud el cataclismo producido por las décadas de violencia acumulada, la legitimación de la verdad -los hechos como parte fundamental para las interpretaciones de la realidad- a través de la nueva Corte llamada JEP, y la mirada realmente seria e incluyente hacia los territorios en desventaja y sus habitantes, que mucha gente dejó de parecer y por fin empezó a ser. Y está a la vista. Duele mucho, pero es necesario saber quién es y quién parece.

Ha sido un tránsito muy dolorosos para nuestra sociedad porque se depuraron las distintas estrategias del parecer, aquellas que insistían en que los buenos somos más. Un país en su gran mayoría católico apostólico y romano, que se creía bueno gracias al agua bautismal que los liberó del pecado original. La misa los domingos, ese sacrificio en el fin de semana, el tiempito para Dios a pesar de la pereza y las ganas de quedarse en casa, la canasta que se tiende a través de las bancas incómodas de las iglesias y la dádiva, generalmente mísera para las reales posibilidades, los perdonan y los reparan. El que reza y peca empata.

La recolección de ropa sobrante para los pobres, las obras de caridad que en el cielo son sumadas con cuidado para el día del ajuste de cuentas; las verdades a medias y el silencio, que ¿ojo!, no pueden ser mentiras, interpretados como discreción y decoro, que nos han enseñado que son prácticas de buenas personas; el decálogo de la buena esposa –fácil de encontrar en muchos textos- que da buen sabor a los líquidos conyugales de la seguridad que se deriva de un buen marido: plata, prestigio, pedos, pantuflas y periódicos.

Otra estrategia del parecer ha sido el maquillaje, el ropaje, estético, de los rostros y cuerpos femeninos, de los barrios pobres/empobrecidos, de las instituciones, incluso del lenguaje. Anglicismos por doquier, ropa de marca con logos visibles para denotar estatus, carros lujosos y costumbres ampulosas.


Ni hablar de las estrategias usadas para parecer moral, cuerdo, bien educado, culto, de buenas maneras y elegantes


Ni hablar de las estrategias usadas para parecer moral, cuerdo, bien educado, culto, de buenas maneras y elegantes. Se esconden enfermedades y problemas. Se esconden amantes y amoríos. Tomar posición en contra del statu quo, intentar cambiar el flujo de los ríos para beneficio común es de gente bruta. No se habla de sexo, religión, política o plata. Está permitido hablar de flores y frutas. Sin dejar de lado las citas cultas. Estar en boca de la gente en asuntos que te exponen como una persona frágil, vulnerable o con problemas y fracasos -humana, muy humana-, es indeseable.

Otras más sutiles, disfrazadas de buenismo tales como el parlanche, acogido por las gentes ricas para parecer del común, eso sí, si ven un parcero de los de verdad corren a llamar a la policía porque “hay un sospechoso” en el sector, el de los buenos; o en la moda, llamativo ahora el uso del estilo callejero, street style, la ropa arrugada, rota, desteñida, incluso hasta un poco sucia, denotan “sensibilidad social”, esa pose de alharaca para parecer buenos, ajustados al aire de los tiempos que sí, ese sí de verdad que clama ahora por la democracia, igualdad, equidad, solidaridad, compasión y amor por los demás. Puro cristianismo, pero es del ser, no el del parecer.

Brillan ahora el clasismo, el fascismo, la misoginia, el racismo y la corrupción desfachatadas. Eso quiere decir descaradas, desvergonzadas. Se acabó, arriba en mi barrio se acabó la fiesta. Como la canción de Serrat: “Vamos bajando la cuesta, que arriba en mi calle, se acabó la fiesta”. Siquiera. Ya estamos viendo quién es quién y eso es saludable, mucho.

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