Para la identidad del árbol, imperativo reconocer sus raíces

Para la identidad del árbol, imperativo reconocer sus raíces

Primero informarse y adentrarse en la historia del país, y luego externalizar que como consecuencia de una cadena de trágicos sucesos, se construyó una nación en la “desesperanza aprendida”

Por: Jessica Paola Ramírez
febrero 01, 2017
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Para la identidad del árbol, imperativo reconocer sus raíces

Con la ilusión propia de estos días, el brillo de sus amaneceres y la certeza de que todo tiempo futuro será mejor, el colombiano del común inicia el 2017. Todos con propósitos personales ya sea en el campo de lo familiar, profesional y laboral, para ser encausados con la energía y voluntad necesaria.

Como miembros de la sociedad colombiana, se están  preguntando también de qué forma podrían incidir en la conducción del propósito histórico y colectivo más importante en décadas: la construcción de un país en paz. Para responder a ese interrogante, como primer paso sería fundamental hacer un rastreo por diversas fuentes documentales, audiovisuales o periodísticas que les permita tener un criterio propio frente a lo acontecido durante el largo conflicto armado interno colombiano.

Recordando sucesos tales como la Masacre de las Bananeras (1928), el inicio de la violencia bipartidista en los santanderes a partir de los años 30 del siglo pasado, la frustrada Revolución en Marcha de López Pumarejo,  la matanza política en Gachetá (1939), el crimen de Mamatoco (1943),  el Bogotazo (1948), el bombardeo en Marquetalia (1964); o la ruptura de los acuerdos de La Uribe, Meta en 1986, la aniquilación de la Unión Patriótica o la Masacre de El Salado (2000), para solo mencionar algunas tragedias, los colombianos podrían comprender lo que determinó las pautas ideológicas y comportamentales del ciudadano de hoy.

Descubrir el drama anterior les permitirá que se sientan ubicados en un espacio tiempo, darse cuenta que esto también les pertenece, reconocer quiénes y en qué medida han sido protagonistas y descubrir los absurdos libretos circulares de este conflicto. Finalmente es con todo esto que los colombianos han construido sus representaciones de la realidad. Así, es hora de hacerlo consciente y evidente; en palabras de hoy, hacerlo viral.

Por un lado verán unas élites que se han alternado el poder, desde el gobierno, con la denominación de representantes del Estado; por otro, descubrirán unos medios de comunicación dispuestos a ser herramienta de persuasión dirigida; podrán ver la omnipresencia y omnisciencia de la Iglesia; y en todo caso, dirigir el reflector de la responsabilidad histórica a todos los actores. En efecto, todos estos actores han permitido que la historia sea cíclica y que discursos y sucesos de unos cuantos lustros atrás se repitan y calen en el accionar de la colectividad, prolongando con ello la violencia hasta nuestros días.

En fin, son realmente muchos los sucesos históricos, personajes y fenómenos, todos complejos y algunos muy dolorosos.  Sin embargo, iniciar mínimamente con los últimos cuatro años -temporalidad de los diálogos de La Habana- es clave para dilucidar la línea del tiempo que los trajo hasta hoy. En la actualidad presencian el inicio del proceso de implementación y la etapa del posacuerdo que es producto del arduo camino de negociación, refrendación y firma del Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera.

Tras el proceso de informarse y adentrarse en la historia de su país, los colombianos deben externalizar[1] que como consecuencia de esta cadena de sucesos, se construyó una nación en la “desesperanza aprendida”. Concepto acuñado por Seligman (psicólogo, educador y escritor norteamericano, quien desarrolla la teoría de la “indefensión aprendida” y es pionero de la psicología positiva), que bien podría ser uno de los diagnósticos del comportamiento ciudadano común del colombiano de hoy. Se trata de la falta de motivación y rumiar la imposibilidad de ser parte de un cambio: como pensar que ninguna acción propia va a modificar las dinámicas políticas, sociales o económicas, es decir, que se asume una pérdida de control sobre la vida individual y en sociedad.

El segundo paso exige fundamentalmente que los ciudadanos fijen la necesidad de asumirse como sujetos políticos conocedores de sus derechos fundamentales y que sean conscientes de los recursos territoriales y culturales que les pertenece, para así deconstruir la concepción de esa Colombia desesperanzada que han construido en los últimos tiempos: Recuerden, en resumen, es imperativo para la identidad del árbol reconocer sus raíces.

Como tercer y último paso, deberán conducir sus comportamientos a la creación y fortalecimiento de una convivencia realmente humana, que tramite sus diferencias hacia la creación conjunta de nuevas representaciones con marcos de valores ineludibles, tales como el respeto, la solidaridad y la tolerancia, fortaleciéndose desde las raíces familiares y reflejándose en las frondosas y altísimas interacciones políticas y ciudadanas.

Post scriptum: Y sí, a pesar de una reforma tributaria y del aumento del 7% ($48.262), en el salario mínimo, auguro que después de mis veintinueve vueltas al sol y los veinticuatro intentos de pacificación en Colombia en algo más de 80 años, éste será mi primer respiro, en un tiempo histórico de transición, que marcará el sendero hacia la convivencia, y que será la ruptura de círculos generacionales que creyeron que por medio de la violencia llegarían a un estado de bienestar.

[1]Asignar a causas externas sentimientos, pensamientos y comportamientos.

 

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