¿Para cuándo la reconciliación, señores Petro y Uribe?

¿Para cuándo la reconciliación, señores Petro y Uribe?

"Si esto es tan difícil, dedíquense a la política seria, sin promover odio ni caudillismo, esto está dividiendo a una sociedad que es profundamente desigual"

Por: Ricardo Andrés Sánchez Narváez
abril 19, 2018
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¿Para cuándo la reconciliación, señores Petro y Uribe?

La política colombiana, para nuestra vergüenza, está plagada de jugarretas de toda clase, de estrategias pútridas que se han vuelto comunes en algunos sectores que polarizan y dividen una nación hundida en la miseria de la guerra y la corrupción que estos mismos generan y que, ahora, de cara a las elecciones, los vemos abanderándose contra esto y “a favor” de la paz.

Lo que no han notado nuestros “honorables gaitanes” de la patria es que el problema en este país no es el proceso de paz, tampoco la impunidad de Álvaro Uribe ni la de las Farc, y mucho menos la del actual presidente por la ilegítima financiación de su campaña; sino la división de ideas radicales que han venido generando personajes populares.

Es aberrante ver cómo uno de la extrema izquierda y el otro de derecha manipulan a su conveniencia los intereses y necesidades que como colombianos pasamos, y por supuesto que la diversidad de ideas no es mala, lo que condeno y rechazo totalmente es el abuso de estas dos orillas netamente populistas y acomodadas. Por un lado, en la extrema derecha, encontramos a un expresidente y senador electo, figura pública desde la década de los ochenta, abogado de la Universidad de Antioquia, con raíz paisa, de carácter fuerte, enamorado del Palacio de Nariño y principal promotor de la guerra en nombre de la paz, aunque absurdo suene.

Nuestro estimado parlamentario, investigado por corrupción, enriquecimiento ilícito, crímenes de lesa humanidad, “yidis-política”, parapolítica y uno que otro proceso por injuria y calumnia, hoy lleva un discurso político “alentador” para unos, y vergonzoso para otros, donde promete acabar con la corrupción y el deterioro del país promoviendo a su alumno Iván Duque, exsenador y actual candidato presidencial. Para que no quede en el anonimato (aunque la analogía ya sea obvia) a este personaje lo llamaremos Álvaro Uribe Vélez, quien casualmente propone unas políticas que nunca cumplió en sus ocho años de gobierno como mejoras en la salud, la educación pública y un buen sistema beneficioso para el trabajador, por mencionar algunas.

Y por si fuera poco, este dedica su valioso tiempo a trinar y criticar de manera exasperante unos diálogos de paz (que ha tenido algunos errores, por supuesto) con una guerrilla comunista que ha venido causando estragos por más de cincuenta años en nuestro país, pero que ahora le resulta a él muy terrorífico que hayan dejado las armas para ahora hacer política. ¿Que no es un gran logro que se desarme a un grupo terrorista? ¿Qué es lo que le resulta tan horroroso al señor Uribe Vélez? Hasta hace unos meses, era la JEP la que le robaba el sueño, ahora (y desde mucho antes) su tormento y competencia política se llama Gustavo Francisco Petro Urrego, de quien hablaremos a continuación, representando este la otra orilla de ideas que mencionamos al comienzo.

Político y economista de la Universidad Externado de Bogotá, exalcalde Mayor del Distrito Capital, excongresista y otro participante en la carrera a la Casa de Nariño, líder que impulsa con su opinión a miles de personas que creen que el cambio no es el capitalismo nefasto que han promovido durante toda la historia los de extrema derecha, que son quienes siempre han tenido el poder y la presidencia, sino una política más centro izquierdista basada en propuestas que representarían un gran cambio en  Colombia. Desde esta posición, encontramos un plan de gobierno comprometido con convertir a Colombia en el país que todos soñamos, un sistema educativo a la altura de Suiza y los Países Bajos, dejar la renta del petróleo e impulsar en gran manera el comercio del agro, convirtiéndolo en el motor de la economía de la nación y entre otras cosas, implantar una Asamblea Nacional Constituyente en los inicios de su gobierno presidencial.

Reconociendo que todo esto lo necesitamos, no hay mucho que criticar de ambos proyectos de país. Si escuchas a los dos candidatos, van diciendo que sus propuestas están ligadas con las necesidades y problemáticas que presentan las ciudades, departamentos, medio ambiente y todo el territorio nacional en general. Todos, con sus planes celestiales y mesiánicos, tratan de hacerse ver como los salvadores, los gaitanes del siglo XXl.

¿Y para cuándo un proyecto que rompa con la polarización? El caudillismo es el pan de cada día que tenemos que comer los de clase baja, peleas entre seguidores y fanáticos de dos vertientes políticas convierten a las redes sociales y escenarios públicos en un ring de boxeo. Al principio era algo que podría pasar desapercibido, algo muy sutil. No hace mucho fui testigo de un rifirrafe que por poco deja tres muertos, entre uribistas y petristas, dos ideologías diferentes, pero con la misma bajeza para un debate o una simple conversación sobre política. Lo más curioso de todo, fue ver el epicentro de la discusión: unos defendiendo a un paraco y los otros a un guerrillero —según ellos—.

Todo esto lo pone a uno a pensar y a inferir: ¿de verdad necesita Uribe abogados en una plaza de mercado o en una cantina de pueblo?, ¿cuánto pagará Petro por cada insulto dedicado a un uribista? ¿Ven qué absurdo suena? Es alarmante ver a pobres defendiendo a ricos. Esa cuestión no se la han hecho estas dos orillas porque es evidente que no les afecta, ese no es el punto de sus preocupaciones. Entre más se polarice al país, entre más se difunda el miedo de un lado para otro, más ganan ellos.

Pero, ¿qué gana una persona de clase baja defendiendo a un expresidente responsable de su falta de educación?, ¿qué gana alguien insultando a otro de su misma talla social, por enaltecer a un dirigente que no tiene ni idea de su existencia?, ¿tiene eso algún sentido? Si de verdad el gobierno de Álvaro Uribe, Andrés Pastrana y Juan M Santos (que son quienes se vanaglorian de haber sido los mejores de la historia) hubieran sido tan efectivos como lo predican, no tendríamos este problema creciendo día a día. Ellos han liderado gobiernos que no le han apostado a la educación, sino a la guerra, al autoritarismo y a conseguir premios por una paz que no se ve, por lo menos en la clase baja, que es mayoría.

Si de verdad se implantara un sistema educativo sobresaliente —que es lo que le ha quedado grande a los últimos gobiernos— no habría gente votando por Uribe o Vargas Lleras, ni se promovería el odio de clases, tampoco habrían petristas insultando a uribistas y viceversa. Pero esto anterior es la prueba reina de que el gobierno “honorable y eficaz” que dice haber dirigido nuestro Gran Colombiano, no existe.

Francamente, no sabemos hasta qué punto pueda llegar el descaro en nuestra Colombia, y lo digo por un trino bastante abrumador que publicó Uribe, donde mencionaba que bajo el gobierno de su pupilo, la prensa estaría “controlada”, ya que (según él) algunos medios están aliados con el narcotráfico, el terrorismo y las guerrillas marginadas. Eso, en otras palabras, no es nada más que cercenar la libertad de prensa.

Y a eso sumarle el otro trino, donde el titiritero propone “revocar las cortes”, crear una gran corte, pasando por alto la división de poderes de la que goza nuestro país, lo cual sería un golpe fatal a la independencia judicial y, por supuesto, un paso más para convertir la política en una dictadura como la que hay en Venezuela. Ese miedo que promueve Álvaro Uribe hacia Petro es algo basado en sus propias acciones, si vemos sus políticas y la manera en la que ejerció un autoritarismo abusivo mientras fue presidente, nos damos cuenta de que lo más parecido a Hugo Rafael Chávez Frías en Colombia se llama Álvaro Uribe Vélez, ambos enfermos al poder y con síntomas de dictadores.

¿Para cuándo la reconciliación, señores Petro y Uribe? O si esto es tan difícil, dedíquense a la política seria, sin promover odio ni caudillismo, esto está dividiendo a una sociedad que es profundamente desigual y que lo único que reclamamos es educación, seguridad, estabilidad económica y laboral. No al caudillismo: ni de izquierda, ni de derecha.

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