Panamá, un país inventado en Wall Street

Panamá, un país inventado en Wall Street

Cien años cumple la construcción del canal interoceánico. Una operación realizada bajo maquinaciones, artimañas y sobornos que incluyeron a políticos y militares colombianos.

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agosto 30, 2014
Panamá, un país inventado en Wall Street

La creación de Panamá como república separada de Colombia en octubre 1903 fue el producto calculado de una compleja artimaña financiera urdida a comienzos del Siglo XX por intrépidos especuladores de la bolsa de valores de Wall Street. Adquirieron, veladamente y a precio de ganga ($3.5 millones), las acciones de una compañía francesa en bancarrota creada para construir el canal interoceánico y las revendieron al gobierno de Estados Unidos por $ 40 millones, con una ganancia  de 1.233%.

Para sacar adelante el negocio, sin embargo, fue preciso promover y financiar una revolución de independencia, constituir una república independiente y diseñarle una bandera para darle mayores visos de credibilidad.

Bajo el título “Cómo Wall Street creó una nación”, el abogado e historiador panameño Ovidio Díaz Espino escribió y lanzó en 2003, con el sello de Editorial Planeta, una nueva visión de la historia de Panamá basada en una minuciosa investigación de cuatro años que desentrañó viejos expedientes del Congreso de Estados Unidos, cartas, testimonios, memorias y noticias perdidas de The New York Times y New York World, entre otros diarios.

De acuerdo con Díaz Espino, quienes adquirieron a menos precio las acciones de la compañía francesa no pudieron llegar a un acuerdo con el gobierno colombiano para proseguir la construcción paralizada del canal que uniría el Pacífico con el Atlántico.

Los especuladores, liderados por los norteamericano William Nelson Cromwell, abogado y gerente de la Compañía del Ferrocarril de Panamá, y otros como J.P. Morgan, tenían asegurada la venta de las acciones de la compañía francesa al gobierno del presidente Theodore Roosevelt, quien, de acuerdo con el expresidente colombiano Alfonso López Michelsen, “había sido un ardoroso propulsor de la vía de Panamá para construir el canal interoceánico en competencia con los partidarios de la vía de Nicaragua”.

Para esquivar la negativa colombiana a que la empresa francesa mantuviera la concesión para construir el canal, los tiburones de Wal Street, asegura Díaz Espino, planearon, financiaron y llevaron a cabo una revolución independentista que determinó la creación de la República de Panamá, vendieron las acciones con la fabulosa ganancia, Estados Unidos negoció los derechos con el nuevo país y le puso manos a  la obra de construcción hasta culminarla en 1914.

Además de los $ 40 millones que Roosevelt pagó a los especuladores, también desembolsó una indemnización a Colombia de  $2 millones 500, en 10 cuotas de $250 mil cada una.

El canal le economizó a Estados Unidos mil millas marítimas de navegación para pasar de un océano a otro y lo usufructuó hasta el año 2000, cuando le revirtió la propiedad a Panamá.

El libro de Díaz Espino revela también que las maquinaciones hechas desde Wall Street incluyeron sobornos a políticos y militares Colombianos, tales como el general Esteban Huertas, para que no se opusieran a la independencia del departamento de Panamá, con una superficie de 75.517 kilómetros cuadrados.

También asegura que tres próceres de la independencia panameña sacaron provecho económico del negocio de bolsa que solamente pudo concretarse mediante la creación de un nuevo país.

Díaz Espino revela que el plan de los especuladores incluyó hasta el diseño de la bandera del naciente país y asegura que Cronwell “no podía tener aquello de lo cual los reyes y príncipes se vanagloriaban: soberanía sobre un territorio y dominio sobre un pueblo. En Panamá obtuvo ese tipo de poder”, pues dominó el país durante una década “con puño de hierro, instalando ministros del gobierno y destituyéndolos, manejando el dinero del país y su relación con Estados Unidos, y decidiendo la suerte del Canal de Panamá en nombre de los presidentes Roosevelt y [Willam] Taft”.

Buena parte de los pormenores sobre el origen de Panamá como república independiente Díaz Espino los encontró en los expedientes de tres investigaciones hechas por el Congreso de Estados Unidos en 1904, 1906 y 1912 con el objeto de tratar de dilucidar los alcances de las maniobras de los especuladores de Wall Street y algunas otros amaños hehos por el gobierno de Estados Unidos.

La consolidación de la independencia de Panamá el presidente colombiano de la época, José Manuel Marroquín, solamente la conoció en Bogotá tres días después de haber ocurrido debido a las precarias comunicaciones del momento y guardó el secreto durante un mes.

Solamente habló del asunto cuando un delegado del congreso, Pedro Nel Ospina, fue a buscarlo para exigirle informaciones de actualidad sobre el estado de las cosas en el departamento cuya pérdida ya se temía.

El Presidente, que solía pasar el tiempo escribiendo rimas menores y acrósticos para sus amigos, estaba en su oficina leyendo una novela de Paul Bourget cuando llegó Ospina y, adivinando el motivo de la visita, cerró el libro y exclamó: “Oh, Pedro Nel. No hay mal que por bien no venga: se nos separó Panamá, pero tengo el gusto de volverlo a ver por esta casa”.

Posteriormente, cuando la clase política le cayó encima, antes de renunciar exclamó desinteresadamente: “¿De qué se quejan? Me dieron un país y les devuelvo dos”.

En sus meticulosas pesquisas, Díaz Espino rescató  una nota publicada por The New York Times en 1906 que de alguna manera predijo y resumió su libro: “La historia del Canal de Panamá es un largo trayecto y rastro de escándalo. Hubo escándalo en el pasado remoto, en el pasado reciente, lo hay ahora y tememos que habrá más en el futuro”.

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