Pablo Catatumbo invita a ir al cine: El insulto, su recomendada

Pablo Catatumbo invita a ir al cine: El insulto, su recomendada

El senador del partido Farc aparece como un agudo espectador y a partir de la película libanesa, reflexiona sobre el conflicto y la justicia, incluida la JEP

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agosto 05, 2018
Pablo Catatumbo invita a ir al cine: El insulto, su recomendada
Fotos: película L'insulto / Twitter @PCatatumbo_Farc

Invito a ver la película El insulto. Muchas de las imágenes que conforman el imaginario colectivo de la historia de las guerras del siglo XX provienen del cine: las emblemáticas escenas del Acorazado Potemkin (1925) de Eisenstein, el humano y profético discurso de Charlot en el Gran Dictador (1940), o la crudeza de la guerra abordada en Nacido para matar (1987) de Kubrick, trascendieron el universo cinematográfico y se fijaron como parte de la iconografía de la historia universal.

En la actualidad, algunos directores del cine contemporáneo se han preocupado por visibilizar en sus obras los escenarios del posconflicto en sus países, donde el tema de la memoria, de la reparación colectiva y la verdad, son abordados desde narrativas sensibles que permiten tejer canales de empatía entre los espectadores y los protagonistas, generando con ello una reflexión profunda sobre las complejidades de la resolución de los conflictos armados internos.

En este sentido, algunas de estas películas pueden ser útiles como referencia para comprender las complejidades del importante proceso político que empieza a llevarse a cabo en Colombia como resultado del acuerdo de paz de La Habana, donde la reparación y el conocimiento de la verdad son elementos fundamentales para contribuir a la reconciliación nacional. El presente escrito hace referencia a tres películas de diferente género y tipo de producción, que tratan sobre las consecuencias que ha tenido la guerra en el Líbano, Chile y la llegada a territorio alemán de la tropas norteamericanas al final de la Segunda Guerra mundial. Las tres, como lo hemos mencionado, ponen sobre la mesa aspectos relevantes en la actual coyuntura política colombiana que bien pueden darnos pistas sobre el nuevo camino que empezamos a construir como país.

Por eso recomiendo ver El insulto (2017). Es la primera película libanesa nominada a los premios Oscar, escrita y dirigida por Ziad Doueiri (The Attack), que describe y grafica muy bien cómo un conflicto derivado de un incidente cotidiano y aparentemente baladí entre Toni, un libanés cristiano, y Yasseres un palestino refugiado, conduce a revivir las heridas históricas de ese interminable conflicto que existe en el Medio Oriente. La trama y los detonantes narrativos de esta película, se desarrollan en torno a tres ejes: de un lado, el pleito jurídico establecido por uno de los personajes nos permite descubrir los móviles históricos que subyacen en la intimidad de los protagonistas y que hacen irreconciliables sus posiciones para alcanzar un acuerdo.

De otro lado, como las repercusiones de este pleito judicial adquieren unas dimensiones políticas nacionales absolutamente impensadas, y, tanto cristianos libaneses como palestinos refugiados, toman partido por uno u otro bando y se toman masivamente las calles para apoyar fervorosamente a los antagonistas, pues hacen de la disputa y del lio judicial una causa colectiva, a tal punto que ni siquiera la intervención del propio presidente de la República logra que los personajes protagónicos cedan en sus pretensiones. Finalmente, la trama jurídica, muy bien desarrollada y argumentada en términos narrativos, revela que no necesariamente las decisiones en derecho son suficientes para compensar a los implicados en su disputa particular, pues, más allá del aspecto jurídico, los protagonistas lo que buscan ante todo es un resarcimiento moral.

Sobre el proceso político chileno se destaca la obra monumental de Patricio Guzmán, quien desde el estreno de su famosa trilogía La batalla de Chile, lleva más de 40 años documentando la historia política de ese país a través del cine documental. Sin embargo, un reciente documental estrenado en la Berlinale en 2017, El pacto de Adriana, reseña una nueva mirada del caso de la memoria y reparación en Chile. Su joven directora, Lissette Orozco, realiza una película de bajo presupuesto que no se destaca por su forma sino por su contenido: Lissette proviene de una familia de clase media chilena, bien podría decirse que apolítica, desentendida de las denuncias sobre las violaciones de los derechos humanos cometidos por la dictadura de Pinochet hasta que en 2007, su tía, Adriana Rivas conocida como “La Chany”, es detenida por haber sido parte de la DINA, la policía secreta de la dictadura de Pinochet, donde trabajó directamente con Manuel Contreras, el nefasto jefe de la inteligencia policial. 40 años después de los hechos de los que se le acusa, tortura, desaparición y homicidio entre otros, la familia descubre los secretos de la tía y empieza una dolorosa confrontación entre los valores familiares y el papel que desempeñó la tía durante los años de la dictadura.

Finalmente y para continuar con referencias cinematográficas referentes a las secuelas de la guerra, la crueldad de los conflictos bélicos, y la dura realidad de la guerra, recomiendo ver la película Fury (2014), una película hollywoodense protagonizada por Brad Pitt, quien encarna un sargento que al mando de un pequeño comando de 5 hombres revela sin muchos adornos la dureza y la crudeza de la guerra, así como las contradicciones humanas a las que se ven expuestos los combatientes que participan en ella. Muy útil y esclarecedora esta película para los que no han vivido la guerra en carne propia, piden más guerra y creen que la guerra es una aséptica disputa entre boys scouts.

Ver a los norteamericanos asesinando y violando niños y niñas a su entrada a Alemania era algo que nunca habíamos visto en el cine. Eso siempre el anticomunismo se lo achacó, exclusivamente a los rusos. Por eso vale la pena ver esta película.

A pesar de las particularidades históricas y culturales que diferencian a Colombia del contexto social desarrollado en estas películas, es importante tener en cuenta las coincidencias con el conflicto armado que ha sufrido nuestro país por más de 50 años.

Estas películas ponen de manifiesto que aún muchos años después de haber concluido la guerra, las secuelas morales persisten, y por tanto la finalización de la guerra no implica necesariamente que se cierren las heridas sufridas por los individuos que han sido afectados de una u otra manera por el conflicto armado. Así, aunque en Colombia hayan cesado las actividades bélicas llevadas a cabo por los actores armados enfrentados en el conflicto interno que han afectado indiscriminadamente a la población civil, por lo menos en lo que refiere a las estructuras de las Farc-Ep, el proceso de reconciliación nacional que hemos iniciado requiere de una continuidad que refrende los acuerdos alcanzados.

Precisamente una de las grandes diferencias y reconocimientos que ha hecho la comunidad internacional sobre el proceso de paz que se adelanta en Colombia, tiene que ver con la creación de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), que deja atrás el modelo de perdón y olvido como esquema para zanjar conflictos internos, y que por el contrario se constituye como un mecanismo que permitirá el conocimiento de la verdad sobre los hechos ocurridos, para generar un clima que promueva la reconciliación entre los diferentes actores sociales armados y no armados.

Quienes hemos estado involucrados directamente en el conflicto armado, conocemos más que nadie la crueldad y el dolor generado por esta y todas las guerras, y por tanto la decisión de deponer las armas y los actos de guerra es apenas un primer paso para alcanzar la reconciliación nacional. La crueldad de los hechos ocurridos durante la guerra no se podrá justificar ante ningún tribunal, pero, el esclarecimiento de la verdad permitiría que las personas que individual o colectivamente han sido afectadas durante el conflicto puedan iniciar un proceso de reparación moral. Se trata de un proceso largo y complejo el cual se afrontará en el escenario jurídico propuesto por la JEP, necesario para que entre todos podamos reconstruir los tejidos sociales tan afectados por el conflicto armado.

Estigmatizar a la JEP, limitar los alcances de sus objetivos al plano jurídico, convertirla en un organismo jurídico distante de las implicaciones sociales y morales que se derivan de sus actividades, como bien ha venido sucediendo en estos meses, podría imposibilitar la consolidación de este largo proceso de reconciliación que implica el acuerdo de paz.

Desde las Farc hemos asumido nuestra participación en la JEP como parte de los acuerdos de La Habana, pero además coincidimos en la firme convicción de que se trata de una herramienta fundamental para el esclarecimiento de la verdad, que como bien se ha podido constatar en experiencias cercanas, como las de Chile o Argentina, 30 años después de la finalización de las dictaduras militares, las víctimas junto a diferentes colectividades de la sociedad civil, reclaman, además de judicializar a los responsables de los crímenes perpetuados, que estas personas hablen, cuenten cómo ocurrieron los hechos, quiénes son los actores materiales e intelectuales, por qué se cometieron esos hechos, aquién beneficiaron esos crímenes?

Solo así, iremos construyendo uno a uno los pilares de la reconciliación entre los colombianos y los cimientos de una Paz sólida, justa y duradera.

Fin.

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