El orgullo que se perdió en el Tolima

El orgullo que se perdió en el Tolima

La justicia quedó herida de muerte en uno de los escenarios más respetados, la Corte Suprema de Justicia, y como protagonistas principales dos tolimenses

Por: Blanca Toro
septiembre 04, 2017
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El orgullo que se perdió en el Tolima

Chaparral “de los grandes”, un pequeño municipio al sur del Tolima, fue el tronco de personajes ilustres. Siempre me sentí orgullosa de la herencia que nos habían dejado. Allí vieron la luz presidentes como José María Melo, Manuel Murillo Toro, Darío Echandía, también de destacados juristas como Cesáreo Rocha Castilla, Alfonso Reyes Echandía, Alfonso Gómez Méndez.

Tolima, territorio de los pijaos, de carácter fuerte y aguerrido, ha sido la tierra de grandes y también de nefastos personajes. Unos hicieron grande el ejercicio del derecho y otros borraron de un plumazo con sus acciones uno de los principios fundamentales para que un estado pueda dar garantía a sus ciudadanos de que “el Estado de derecho, es el Estado al servicio del hombre y subordinado al imperio de la ley”.

No puedo permanecer en silencio, soy abogada, me eduqué con los mejores y siempre la ética hizo parte del derecho, de su ejercicio, de sus funciones. Cuando escribía para un diario regional, el director de turno me “colgó” varios artículos porque consideraba que estaba escribiendo sobre lo mismo, corrupción. El personaje al cual me refería, porque nunca dije su nombre, pero sí la entidad que dirigía, pautaba anuncios en el periódico, así que algunos de mis escritos no vieron la luz. Para colmo, el funcionario público era profesor de ética en una pequeña universidad. Él finalmente cayó y pagó con detención domiciliaria sus fechorías y se olvidó del sueño de ser Magistrado del Tribunal Superior del Tolima. De eso ya hace algunos años, pero lo que veía venir era algo tan grande que no imaginaba las dimensiones que tomaría.

Soy tolimense, no resido en Colombia, así que me convertí en una espectadora de lo que poco a poco iba transformando la telaraña de la corrupción a un país que todavía no da crédito a lo que está ocurriendo.

La sanción moral o social no existe y además poco importa. Para no ir más lejos, en 1970 se realizaron en Ibagué los IX Juegos Deportivos Nacionales, considerados los mejores de la historia y la ciudad quedó transformada con excelentes escenarios deportivos y la villa donde se alojaron los atletas se convirtió en un tranquilo barrio de clase media. Cuarenta y cinco años después Ibagué fue elegido nuevamente para ser el anfitrión de la vigésima versión y la catástrofe fue total, sencillamente se robaron los juegos nacionales. El alcalde de turno fue electo después de varios intentos fallidos, cuando lo logró, causó el más grande descalabro económico de la ciudad y no le ha pasado nada, continúa jugando golf, viviendo cómodamente y es un miembro respetado en la sociedad. ¿Qué ha hecho la Fiscalía al respecto? Los detenidos por esos hechos son apenas peones del juego, los verdaderos responsables se encuentran gozando de la libertad y algunos de ellos aspirando a ser elegidos en cargos para continuar delinquiendo.

Pero todavía no se conocía lo que verdaderamente sería el mayor escándalo. La justicia quedó herida de muerte en uno de los escenarios más respetados, la Corte Suprema de Justicia, y como protagonistas principales dos tolimenses, Leonidas Bustos y Camilo Tarquino y con ellos arrastraron la poca confianza que quedaba en esa institución. Otro paisano, Eduardo Montealegre, elegido fiscal general, quien hoy debe muchas explicaciones sobre su gestión durante su período en uno de los más altos cargos. Por ejemplo, su famoso proyecto de Universidad de la Fiscalía, donde se invirtieron cerca de 30 mil millones de pesos y solo tenían 31 estudiantes, los contratos multimillonarios adjudicados directamente y su relación con Saludcoop. Por algo el gobierno alemán no dio el beneplácito cuando fue designado como embajador en ese país.

Es inquietante el mutismo de los tolimenses con estos hechos. El talante envidioso, fiestero y despreocupado no da cabida a la reflexión de lo que nos está pasando como sociedad. En lo personal, siento un gran decepción.

 

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