Oferta espiritual en tiempo de pandemia: autocrítica satírica para una vida mejor

Oferta espiritual en tiempo de pandemia: autocrítica satírica para una vida mejor

Debemos revisar nuestras creencias e instituciones y desde el respeto decidir si vale o no la pena mantener posturas dogmáticas o cerradas a cualquier otro punto de vista

Por: Alexander Emilio Madrigal
agosto 11, 2020
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Oferta espiritual en tiempo de pandemia: autocrítica satírica para una vida mejor
Foto: Pixabay

Bienamados y bienaventurados serían las palabras iniciales del saludo de un místico iluminado que cualquier individuo, grupo o secta podría aclamar para el gobierno de un manso rebaño en tiempos de tanta incertidumbre, teísmos y ateísmos, con iglesias cerradas en medio de la crisis. Yo, simplemente, escribo para proponerle una reflexión en torno a cómo la espiritualidad en la sociedad de hoy tiende a ser otro producto más del mercado.

Como el sexo, tal oferta se encuentra por doquier en anuncios, se cuela en redes sociales, consejos amistosos, llega mediante familiares o desconocidos, se representa en un muro o incluso aparece sublimada en nuestros sueños. La oferta espiritual entonces es tan abundante como abrumadora.

En estos tiempos de cambio, transición o crisis, quizá entre tantas reuniones virtuales, sesiones de ejercicios corporales y pseudoespirituales, recarga de trabajo (sobre todo para las mujeres), ocio para otros, preocupación y ansiedad, esta búsqueda puede que algunos la hayamos logrado esquivar. Pero como el corazón delator o el cuervo de Poe, allí está, generando a veces más angustia o mirándonos fijamente como juzgando nuestro descuido voluntario. La amenaza de la condenación, de una vida sin trascender o del dejar hacer-dejar pasar, está latente en nuestro día a día.

Ahora bien, puede que algunos otros no tengan este pendiente. Muchos creen tener su fe de forma diáfana y eterna: “aquí somos católicos”, “le gustaría escuchar la palabra de mi Dios verdadero”, “soy marxista-leninista antiimperialista”, “lo que es con Uribe es conmigo”, “con el pueblo lo que es del pueblo”, “hasta la victoria”… Jesús, Jehová, Buda, Alá, Krisna, Batman, Superman… o incluso remoquetes de hipismo en ondas meditativas, yóguicas, ecoanimalistas y hasta feministas, proliferan como nuevas creencias.

En fin, hay mucha oferta y si el mundo funciona bajo los preceptos del liberalismo económico y su presupuesto de libertad, sería cuestión de un simple análisis de costo-beneficio y elegir la mejor alternativa en función de nuestra utilidad egoísta.

Pero la realidad es más complicada. Decidir no es tan fácil, más aún cuando proliferan “falsos profetas”, tanto en las religiones como en la política y la sociedad. Mesías por montón, incluso venden productos adelgazantes o recetas milagrosas que curan todos los males; líderes políticos que conducen “causas nobles” como ganar elecciones para pagar indulgencias ajenas; pastores avariciosos con empresas fachada alimentan su ambición más que pecaminosa; sacerdotes lujuriosos que violan solapadamente hasta la cuarentena. En la fauna de respuestólogos a un supuesto fin de los tiempos, se encuentra de todo.

No quiero resultar muy hostil, quizá son solo algunas “manzanas podridas”, como dice el Ejército, y puede que así sea, confío en que así es y que somos más que ese foco de podredumbre en esta sociedad de por sí permanente e históricamente enferma. Nuestra historia lo atestigua.

En tiempos de pandemia, qué bueno sería poder encarar toda esa oferta. En un ejercicio libre y autoconsciente, elegir la opción que mejor se acomode a cada quien. Alguien me enseñó que lo importante es no hacerle daño a nadie. Pero lo cierto es que es difícil asumir una posición abierta que puede resultar fajardista o del todo vale (fíjense cómo, tal alusión ya implica una crítica a la indefinición política). ¿Por qué mis creencias pueden ser mejores o superiores a otras?

Por ejemplo, si un día tuviéramos la oportunidad de conocer a un adorador del “Señor Satán” (entiéndase por este cualquier representación monstruosa de un supuesto mal): ¿podríamos acaso verlo como una oferta más en un mundo abierto y plural? Ya imagino la indignación y lo escandalizados que pueden estar algunos con tan solo pronunciar tal blasfemia o posibilidad, contradiciendo el propio mensaje de unidad y amor que dicen profesar.

Bienamados y bienaventurados lectores o lectoras, esta palabra solo quiere decir, según la RAE, respectivamente, muy queridos y quienes gozan de felicidad, lo cual suena a algo noble y universal. Y, como tal, desconocidas y desconocidos, lo único que quisiera para ustedes es paz en su corazón, tal como la busco yo para el mío y los de mi prole...

Sea cual sea su fe, su credo o incluso su secular ideología, que sea esta fuente de espiritualidad, de reflexión, de invitación a una vida mejor y más solidaria, menos egoísta y más pensada y vivida en un entorno social. Como va el mundo, cada acción individual focalizada es significativa, así sea en la vida de una sola persona.

Hoy necesitamos construir una espiritualidad dialogante y no solo como ejercicio de fuero interior; necesitamos con urgencia aprender a vivir mejor juntos. Y, para ello, quizá debemos solo aprender la autocrítica a nuestras creencias e instituciones, sean cuales sean, y desde el respeto, decidir si vale o no la pena mantener posturas dogmáticas o cerradas a cualquier otro punto de vista, que endiosan como sagrados ciertos paradigmas, sean estos racionales o irracionales, ciencia o ficción.

En estos tiempos de transición, necesitamos encontrar una espiritualidad colectiva que nos permita construir, simplemente, un mejor entorno a partir del cual podamos vivir solidaria y comunitariamente en un mundo mejor.

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