'Oda al piropo'

'Oda al piropo'

'Como antesala a las lides amatorias, nos recuerda que somos seres sexuados. Proscribirlo pone en riesgo la supervivencia humana'

Por: Alex Guardiola Romero
agosto 12, 2015
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'Oda al piropo'
Imagen: Juan Carlos Contreras/juancarlerias.blogspot.com

 “…Yo te comparo, amada mía,
a una yegua uncida al carro del Faraón…”

Cantar de los Cantares; capítulo 1, versículo 9.

Jamás he superado el candor colegial que me impide decirle un piropo a una mujer que no conozco. Vengo de una tierra de poetas improvisados, en la que es común que cualquiera en una esquina construya la más hermosa frase al ver pasar una dama resplandeciente como el sol del Caribe en su andar. Pero a mí se me suben los colores al rostro cuando lo intento, y paso de ser un locuaz pertinaz a un tartamudo triste que se atraganta con las primeras palabras. No logro articular un “cuídate del sol, que el calor derrite a los bombones como tú”, y soy yo quien se sofoca mientras la dama espera que por fin diga algo. Pero reconozco en el piropo un eficaz medio de interacción social y una necesaria primera etapa durante el cortejo.

Desde el origen etimológico mismo de la palabra, el piropo está íntimamente relacionado con los amores encendidos y las frases halagadoras. La palabra proviene del griego pyros que significa fuego, o una derivación también del griego pyropus, que significa rojo fuego. Incluso en la Biblia, el piropo es de elaborada belleza y común aceptación. El libro Cantar de los Cantares en todos sus primeros versículos, es un constante piropo no solo del hombre hacia la mujer sino especialmente de la mujer al hombre, construidos con gran belleza y una carga erótica exquisita propia de la biblia.

Recuerdo a un procaz pelafustán barranquillero quien, al ver pasar a una negra tallada en ébano por quién sabe qué enamorado artista transmutado en Dios, atinó a decirle: “eres el demonio que buscaba para pecar”. Se los juro, no encuentro en esa frase injuria u ofensa alguna, al fin y al cabo se puede disfrutar del infierno si se cuenta con el demonio adecuado. Sin embargo, de la mano del extremismo feminista que se ha puesto de moda, resulta que el piropo es ofensa, es “cosificación” (de las palabras más feas que se han inventado) de la mujer, es muestra de sexismo y opresión machista. Me perdonan si les parezco un cavernario macho alfa, pero admirar la belleza y expresarlo poéticamente jamás podría ser considerado ofensivo, sino un sano cortejo cuyo objetivo es garantizar que sigamos poblando esta tierra moribunda. El piropo es lisonja, es poesía dirigida a la conquista y el reconocimiento de la belleza como atributo; estamos equipados biológicamente para resultar atractivos para los ojos del sexo contrario. Cada forma de la cadera, cada curva en el voluptuoso cuerpo femenino, cada casi inexplicable actitud masculina, contienen la carga genética que garantiza la supervivencia de la especie. Pero algunos lo han señalado como enemigo.

En esta andanada contra el piropo, me he encontrado con absurdos impensables, como una chica que vehemente pedía en su red social que no la acosaran piropeándola, con la frase “yo me visto como quiero porque quiero, no para llamar tu atención”. ¿Si no nos vestimos para llamar la atención, entonces para qué? Los seres humanos somos pavos reales que día a día lucimos nuestras mejores plumas multicolores para la biológica tarea del apareamiento. Le escuché al diseñador Ángel Yánez decir que todos nos vestimos con la ilusión de ser desvestidos, y sin saber si la frase es de su propia cosecha, me adhiero a ella. La nuestra es una eterna danza de cortejo y coquetería, y el piropo es la manera de romper el hielo, de provocar una sonrisa cómplice que nos indique que la danza puede ir más allá. El piropo, como antesala a las lides amatorias, nos recuerda que somos seres sexuados.

No se entiende, entonces, porqué admirar la belleza se pueda considerar ofensivo. No caigamos en la trampa de pensar que ello reduce a la mujer a su apariencia y no a su inteligencia, pues no hay nada más inteligente que una dama sugerente y coqueta. La inteligencia y la belleza son ambas una actitud, son sinónimos si se quiere, razón suficiente para confiar en aquella diosa que sonríe mientras se contonea sabiéndose objeto de admiración y deseo. Sí, deseo; despertar el deseo ni es malo ni nos hace inferiores, no “cosifica” a nadie y en cambio sí nos hace humanos. Provoco, luego existo.

Otra cosa distinta es el acoso sexual, la chabacanería, la grosería, cosas que necesariamente no son dichas a manera de frase improvisada al paso de una dama. Conozco tipos que posan de decentes en público, de esos que usan diminutivos estúpidos y una fingida decencia según ellos evidenciada en un bajo tono de voz, pero que no solo son machistas burdos sino verdaderos sociópatas. Esos sí, “cosifican” (ojalá la Real Academia Española no se le dé por aceptar el verbo) a la mujer y la asumen solo como un objeto que puede proveerles el limitado placer sexual que ellos requieren. Pobres: son tan torpes en la vida como con las palabras, o quizás como consecuencia de ello. Por estética, no es el piropo sino ellos quienes deberían desaparecer, no en el sentido literal, aclaro, aunque a veces dan ganas…

Atacar al piropo y a quienes piropean, es una suerte de macartismo contra las expresiones humanas más auténticas. La sinrazón de la guerra entre el feminismo y el machismo, así como la tendencia creciente a ser “políticamente correctos”, está en camino de anular la poesía cotidiana, esa misma que nos hace felices. El piropo como manifestación lúdica de la cultura popular, no merece que lo involucren en esas batallas intelectuales estériles que tratan de encontrar y resaltar diferencias entre hombres y mujeres, antes que disfrutarlas en auténtica fruición. Si proscribimos el piropo, está en peligro la supervivencia humana.

 

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