Ocio político y desidia electoral

Ocio político y desidia electoral

Estamos desconectados de una real participación política y esta no puede confundirse con una abstención activa y beligerante que obre como sanción moral contra el poder

Por: Jorge muñoz Fernández
marzo 22, 2018
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Ocio político y desidia electoral
Foto: El Espectador

Asistimos en Colombia a la crisis del discurso tradicional; es de tal magnitud la desconfianza y suspicacia con que se blindan los electores abstencionistas que no acuden a ejercer su electoral.

La corrupción generalizada, extensiva en todas las actividades estatales y privadas, conduce a los ciudadanos que no pertenecen al círculo del poder a un clima de indiferencia que podría calificarse de antipolítico, pero constituye una práctica social que legitima la crisis.

La abstención pasiva no ofrece la opción de convertir, a quienes se privan de votar, en un movimiento que decida incentivar la opción de pasar a una corriente de resistencia contra lo que consideran anacrónico.

El abstencionista colombiano no posee ninguna doctrina política, no se opone al establecimiento, ni contrapone un modelo alternativo que difunda alternativas posibles para cambiar la sociedad y el Estado.

No podemos ubicarlo como un defensor ni un opositor del statu quo, en su pobre horizonte político, aunque haya excepciones, piensa que el estado en que se encuentran las cosas las elecciones no resuelve su aguda cotidianidad.

Calificar la franja que no vota como una fuerza política que puede cambiar el rumbo de los acontecimientos sería un error; el que se abstiene no está contra el contrato social, su abandonismo es pura desidia, ocio vergonzante e incluso suele argumentar el clima para justificar su debilidad para defender un derecho.

Averiado el sistema democrático por la abstención, sus actores consideran que han actuado severamente contra los partidos y las instituciones y lo que consiguen es prolongar un orden que no garantiza la variación del estado de cosas que conduzcan a un modelo confiable.

Es tal su pobre capacidad de maniobra que no dudamos en calificar su conducta como si estuviera en la época de la prehistoria política.

Aquí no estamos como en tiempos en que existió el movimiento de los Sin Tierra en el Brasil, ni de los estruendosos cacerolazos Madrid, ni mucho menos somos un movimiento para desobedecer el recetario privatizador neoliberal, los abstencionistas no encarnan un nivel político de vanguardia y, simplemente, no votan, porque no les da la gana.

Darles otra interpretación, es equivocado; los abstencionistas no pueden incendiar una pradera, no son combustible político, ni tampoco un surtidor de gas que esté en condiciones de provocar una estampida del sistema.

No es Gandhi el que los inspira para ejercer la desobediencia civil, ni mucho menos Thoreau para incentivar el rescate de los derechos sociales y civiles; estamos, sí, desconectados de una real participación política y esta no puede confundirse con una abstención activa y beligerante que obre como sanción moral contra el poder, simplemente presenciamos, después de cada elección, una franja estadística reveladora de absurda pereza electoral. Hasta pronto.

 

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