¡Que nos eduquen los educadores!

¡Que nos eduquen los educadores!

"Hay que revolucionar la educación. No podemos seguir siendo educados por quienes no aman la educación con sagrada pasión"

Por: Hèctor José Arenas Amorocho
noviembre 01, 2016
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¡Que nos eduquen los educadores!

La enseñanza, ¿quien no lo sabe? es ante todo una obra de infinito amor.

¿Quién hará lo que tenemos que hacer, y nadie podrá hacernadiesi no lo hacemos todos juntos?

José Martí.

En la educación habitan las alas o las pezuñas. El misterioso sendero que conduce a un muchachito de Aracataca a enseñar al mundo las claves del amor en poesía, o el temprano aplastamiento de la llama de la creación en las aulas desapacibles.

En la educación se fraguan los ciudadanos útiles a sí y a la república, o los criminales que convierten el misterioso trasegar por la existencia en un camino de sufrimiento para sí y para quienes tienen el infortunio de sufrir su nefasta influencia. La educación es la prosperidad material y la riqueza espiritual. El sentido del equilibrio en la conducción de la vida. La posibilidad cierta de una vida buena para todos, o la certeza de un infierno irrespirable del que no escapa nadie.

En Colombia, hace mucho tiempo que la mayor parte de la educación está rezagada. Hay que revolucionar la educación. No podemos seguir siendo educados por quienes no aman la educación con sagrada pasión. Ni podemos seguir asistiendo al espectáculo terrible de aulas que trituran la diversidad, sacrifican las vocaciones y desconocen las aptitudes. Deniegan los contextos y olvidan que educar es formar. Es desplegar alas. Es abrir horizontes. Es domar con las artes sutiles del saber la bestia que llevamos dentro.

Si entre nosotros habitan Maestras y Maestros que durante años y años han consagrado sus vidas a sus vocaciones, y han madurado su saber en el estudio y en la práctica, ¿ por qué no son convocados a liderar el proceso de transformación de la educación que debemos a niños y jóvenes?  Y si hay jóvenes que desde temprano han amado el saber, y han afrontado la vida ardua con la única coraza de la determinación enraizada en el saber y en un amor severo , y tienen la pureza de los sueños compartidos, ¿ por que no se acude a ellos para las grandes responsabilidades tempranas que tanto bien pueden traer a un pueblo tan necesitado de bien?

¿De verdad queremos paz? ¿ Soñamos con la paz? Construyamos entre todos una educación del tamaño de nuestros mejores sueños. Y que la ardua e imprescindible forja de un nuevo Estado para la edificación de la paz genuina se inicie por esa compuerta indispensable: una nueva educación guiada por otro espíritu. Un Maestro, una Maestra, un conjunto selecto de Maestras y Maestros al frente de la educación del Estado. Como son maestros , casi desde nacer anhelan bienes más preciados que el poder o el dinero; sus estructuras de valores les han inmunizado desde niños del pretender usar los bienes de todos para llenar sus bolsillos o proyectar su poder con nominas clientelares.

La transformación que exige la educación en Colombia no se podrá llevar a cabo sin una reflexión y una acción colectiva, sostenida en lo esencial durante muchos años. Pensadores formidables nos han aportado claves vitales para una educación que nos emancipe de tantas taras que nos ha legado el predominio de la ambición y la incuria. Pero esas claves siguen sin ser tenidas en cuenta. Y el día a día de la educación, entonces, permanece atenazado en rutinas mortales para los espíritus. Maestras y maestros repletos de temores que les impiden ejercer las artes sagrada del oficio de educar; que desconocen el misterio que habita en los más pequeños, que aún ignoran lo que los niños nos pueden enseñar y por tanto no les escuchan, no les reciben haciéndolos sentir lo importantes y maravillosos que son; que enseñan una geografía nacional que no han caminado, y un pasado que no han descifrado. Organizaciones sindicales a veces absorbidas por sectores políticos y demandas gremiales, y alejada de modo casi absoluto de la reflexión y la acción creadora sobre la formación que requerimos. Desierto en la pasión de saber y búsqueda afanosa de títulos para ganar puntos en los escalafones. Maestras y maestros, y rectores, atrapados en guías, y planes de estudio, y sistemas de calificación enciclopédicos, incapaces de despertar sed de saber y de ofrecer cartas de navegación para auto educarse. Administraciones educativas municipales, departamentales y nacionales desarticuladas, sin la determinación, ni la visión, ni las claridades indispensables para imprimir un nuevo rumbo a ese barco a la deriva en el que podríamos como nación navegar al puerto de la vida digna para todas y todos.

Una vez le pregunté al antropólogo y magnifico rector Guillermo Paramo, ¿Qué pensaba de la educación en Colombia en la hora presente, y me respondió:

Uno no siempre puede ser consciente de su momento, de lo que esta ocurriendo; quizás tenemos mentes estratificadas, y algunos de esos estratos mentales sobre lo que se considera que pasa pueden estar retrasados, y otros pueden estar  avanzados, por esto opinar sobre el momento puede ser muy difícil.

Pero podemos comparar la situación de la educación con lo que ha sido y con lo que uno desearía que fuera. El mundo esta cambiando muy rápidamente, y en los medios de comunicación se ha dicho que la revolución de la informática, y la electrónica, y la digitalización, es comparable a la difusión de la imprenta de tipos móviles.

Es necesario reconocer que quienes nacimos en una era distinta podemos sentirnos perplejos frente a lo que esta pasando, quizás lo que sentimos como degradación, o como perdida, pudiera ser un cambio de modo de ser de la cultura. Pero hay que reconocer, también, que en el presente se están dando unos comportamientos que para alguien que viene de esas épocas pasadas, son muy preocupantes. Me atrevería a mencionar la falta de profundidad en el tiempo, en el espacio, en la reflexión sobre las ideas.

Esa falta de profundidad se ha evidenciado en la lejanía que de amplias franjas de nuestra población en la contemplación de la paz, la justicia y el amor, como bienes supremos de una comunidad que habita un mismo territorio. Algo ha tenido que suceder y estar sucediendo con la educación , esa huerta sagrada en la  que cada día y cada noche se decide el pan y la alegría de un pueblo, para que olvidásemos o no aprendiésemos a valorar lo que vale y llegásemos a valorar lo que no vale.

Otra vez, escuché una conversación entre Juan Carlos Bayona, rector cuya temprana vocación de formidable educador ha logrado muchas veces la proeza de gestar atmosferas que permitan descubrir en sí lo que en verdad se ama, y alentar la valentía para ser fiel a los propios sueños, y Daniela Cardona, una joven maestra de Rionegro, Antioquia, con una asombrosa labor en el Centro de Estudios Estanislao Zuleta y un trabajo de impresionante claridad sobre la dimensión formativa en educación.

Daniela, preguntó: si asumimos que toda educación (oficial y no oficial) responde a los siguientes interrogantes: en qué educar, cómo educar y para qué educar, es innegable que no todos los contenidos, las formas, los medios y las intencionalidades responden al llamado justo de potenciar y ensanchar la existencia de todo ser humano y su participación en el mundo. ¿ Que pedagogías precisamos en la hora presente?

Y Juan Carlos, con palabra dulce, pero enfática, respondió: ya no es posible insistir, si caer en un anacronismo imperdonable, en una pedagogía frontal, física y espiritualmente, de la norma por la norma, de la intimidación de los espíritus a manos de los sistemas de evaluación o de los manuales de convivencia; ya no es posible sin faltar a la construcción de una escuela democrática, seguir homogenizando los ritmos de aprendizaje en la práctica, cuando sabemos que son muy distintos; ya no es posible dejar de tener en cuenta los factores sociológicos y afectivos profundos de nuestros estudiantes, en aras de un dispositivo escolar cualquiera; ya no es posible sin faltar a la riqueza infinita de entrar a un aula de clases, dejar de crear hambre por saber para saciar mi obligación de enseñar. No es posible, en una palabra, dejar de reconocer que la escuela es un medio privilegiado para la expansión y solaz de la subjetividad, y que la confianza en ésta no conduce al caos del personalismo, sino a la maduración de lo colectivo.

José Manuel Restrepo, rector de la universidad del rosario, ha logrado trenzar con su pasión por el saber un bien enraizado talante humanista con una impresionante capacidad de gestar eficacia organizacional. Desde su temprano liderazgo educativo no ha cesado de crear espacios en favor del principal deber de nuestro tiempo: la paz. Y tampoco ha cesado de librar desde su decantado saber económico una ardua batalla por un nuevo sentido que permita al mismo tiempo suturar los boquetes por los que se escapa la riqueza social, e insistir sin desmayo en la urgencia de las transfusiones sostenidas a una capacidad investigativa famélica, sin la cual no podremos reanimar nuestro estragado organismo social. Incorporar la lógica, la ética y la estética en el proceder cotidiano es tarea colosal, y lograr armonizar en torno a deberes y propósitos comunes fronteras ideológicas habituadas durante siglos a la confrontación feroz, no es hazaña deleznable en favor de una educación que desde el saber y la cultura de la deliberación nos libere de la miseria espiritual.

A José Manuel Restrepo que lleva la pasión por la educación en la sangre , una vez le escuché defender las humanidades en la escuela, así: Al eliminar a las humanidades y a las artes de la formación, para privilegiar algo más “competitivo”, descuidamos lo que es esencial a la educación como la capacidad de pensar críticamente, la capacidad de trascender, la capacidad de entender los verdaderos problemas de la sociedad, la capacidad de imaginarse al otro de la sociedad, la capacidad de incluir y entender la diferencia, la capacidad de dirimir problemas y dilemas éticos en nuestro actuar profesional. Al eliminar a las humanidades y a las artes de la formación, para privilegiar algo más “competitivo”, descuidamos lo que es esencial a la educación como la capacidad de pensar críticamente, la capacidad de trascender, la capacidad de entender los verdaderos problemas de la sociedad, la capacidad de imaginarse al otro de la sociedad, la capacidad de incluir y entender la diferencia, la capacidad de dirimir problemas y dilemas éticos en nuestro actuar …

Creo que en cada espacio educativo es posible encontrar gente apasionada con la educación. En Colombia hay formidables educadores, ancestrales, artísticos, filósofos, científicos. Unos más conocidos, otros menos. Pero todos ellos cumpliendo día a día con el deber sagrado de forjar seres libres que alcancen la posibilidad de desplegar su vuelo creador. Maestras, maestros, rectores, secretarios, que no aceptan la fuerza inercial del un modelo educativo anclado en el desamor. Seres que hace tiempo han comprendido que lo cognitivo está unido a lo afectivo. Conforman un tejido social que podría poner en marcha un vasto, amplio y participativo movimiento cultural capaz de transformar la educación imperante.

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