'No más linchamientos en nuestras ciudades'

'No más linchamientos en nuestras ciudades'

'Tenemos que parar esa borrasca demencial de muerte. El Estado y las autoridades tienen que asumir su papel'

Por: Oto Higuita
noviembre 04, 2015
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'No más linchamientos en nuestras ciudades'
Foto: tomada de internet

Corría lentamente, jadeante, cansado, aterrorizado. Sentir que la muerte te agarra en forma de una turba enardecida debe ser el terror y el infierno juntos. Cójanlo, cójanlo, gritaba alguien dentro de la multitud que se acercaba cada vez más a su presa. Un auto color gris se le atravesó y trato de atropellarlo, le llovieron insultos.

Aquel joven bien vestido y con un pequeño morral, se me pareció a mi propio hijo y a Andrés, un amigo del movimiento social a quien quiero como a mi propio hermano. Tenía su misma apariencia. Esquivando golpes y gritos de muerte, Andrés (démosle ese nombre hipotético), se subió a la acera, cruzo a la calle de la esquina pero ya la multitud estaba encima.

De pronto alguien desde atrás se le abalanzó en patada aérea, como si fuera un luchador de kung-fu. Lo derribó y allí en plena calle, tumbado en el suelo, empieza el horrendo ataque, mientras la multitud se aglomeraba. Unas voces pedían que lo mataran. Otras gritaban impávidas que no. Entre los verdugos se veían tubos, varillas, piedras y un enorme garrote.

Acababa de recoger las basuras para salir, eran casi las 8 de la noche cuando la tranquilidad del barrio se vio interrumpida otra vez por un intento de linchamiento a un pequeño delincuente que fracasó en su intento de robar algo. Algún celular, una billetera, o amenazó con robar a alguien.

Ya lo había vivido meses atrás con otro pequeño y solitario ladrón callejero que fue alcanzado, golpeado y herido a garrote y patadas hasta que llegó la policía y pudo salvaguardarlo de otros pillos peores del barrio. Aquella vez nada se pudo hacer, estaba en el baño y no alcancé a salir. Solo puede observar a través de la ventana y aguantar la indignación y la impotencia.

Ya había solicitado taxi por teléfono. Era consciente de que la espantosa escena continuaba y yo aún en el segundo piso de mi apartamento, los gritos y el bullicio se escuchaban nítidamente.

No pude contenerme. Un cúmulo de sentimientos y pensamientos me atraparon. No soportaba la idea de tener que presenciar el asesinato a sangre fría de un joven, casi un niño, al frente de mi propia casa ante mi propia humanidad y hacer de simple espectador.

. Qué más podía hacer ante una furiosa muchedumbre llena de odio y con sed de venganza?

No fue un acto de valor y ni siquiera de heroísmo porque creo que en estos casos el coraje o el valor son patrañas teatrales, solo queda la dignidad humana y la decisión involuntaria de defender la vida, incluida la ajena, a toda costa.

Pensamientos van y vienen mientras bajaba apresuradamente las escaleras con bolsas de basura. No puede ser que estemos hablando de reconciliación, de parar la guerra, la muerte y salir del largo ciclo de violencia y me toque presenciar impotente un linchamiento más de un pequeño hampón, pensé. En qué quedaba el derecho mayúsculo y fundamental a la vida, de cualquier ser humano?, me preguntaba, mientras me movía rápidamente. Cómo es posible que vayamos todos a hacer justicia por nuestras propias manos. Entonces en qué queda este intento de recuperar el don de la justicia, el papel del Estado en la vigilancia y protección de la vida como derecho supremo y fundamental, de todos y cada uno de nosotros ciudadanos de este país, de esta ciudad?

No soportaba la idea de la indiferencia y no poder hacer nada para impedir que lo asesinaran…seguro habrá dos o tres voces más que gritemos, no lo maten por favor¡.

Por entre la multitud avancé hasta el centro del linchamiento, porque allí no había riña ni querella. Solo golpes, patadas, palazos, insultos, gritos y el llanto de dolor y pánico de muerte del abatido y sangrante indefenso adolescente. Sin pensarlo me abalancé al medio entre él y los agresores, los defensores del barrio y asesinos de ladrones. No lo mates por favor, le grité al que estaba a punto de arremeter con una varilla de hierro. No voy a permitir que lo maten, les gritaba al tumulto de enardecidos…por fortuna el primero que estaba al frente del ataque me miró e frente y no supo que responder, miraba tal vez sorprendido por la pinta que llevaba y de sombrero, y tal vez por la seguridad de mis palabras. No alcanzó a descubrir el miedo aterrador que sentía. Sostenía la varilla y me miraba, lo mismo hicieron los otros mientras yo abracé al joven como si fuera mi propio hijo y le pedía que se quedara quieto que no tratara de huir que ya llegaba la policía, como en efecto sucedió. Finalmente, el más agresivo de los atacantes dijo, no lo vamos a matar…

Sin embargo, un señor sin camisa y uno de los que encabezaba la turba y el ataque me enfrentó con palabras. Metido, sapo, quien se cree, decía. Sentí miedo. No permitiré que asesinen este joven, dije con calma pero también con miedo. Vivo aquí mismo, le decía para que no pensara que yo era una especie de arcángel salva vidas... hasta que se fue calmando…Yo también soy del barrio o es que usted quién se cree…viejo HP, fue lo último que alcanzó a decir. Llegó la policía, lo rescató y me marché en medio de una depresión que no termina aún…

Ni los linchamientos ni el matoneo son la solución al problema de la criminalidad y los robos en la ciudad. No permitas que sucedan en tu barrio ni en tu cuadra. En Medellín se vienen produciendo linchamientos diariamente, tenemos que parar esa borrasca demencial de muerte. Los ciudadanos somos quienes tenemos que devolverle el papel al Estado y sus autoridades de salvaguardas de la vida y honra de todos, ladrones y víctimas.

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