No esperemos seis meses para la paz

No esperemos seis meses para la paz

'Celebro el acto de valentía del presidente Juan Manuel Santos al querer sacar adelante los acuerdos'

Por: Laura Fabiana Suárez
octubre 02, 2015
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No esperemos seis meses para la paz

Soy de ese grupo de colombianos que está de acuerdo con los diálogos en La Habana,  como solución a 50 años de guerra. Celebro el acto de valentía del presidente Juan Manuel Santos al querer sacar adelante los acuerdos a pesar de las críticas y obstáculos que se le han presentado en los tres años de conversaciones.

Me pareció un hecho histórico y un acto simbólico lo que se pasó en Cuba, cuando se dio a conocer el mecanismo de justicia transicional que se utilizará para la reparación y la verdad. Que terminó con la imagen entre el presidente Santos y Timochenko estrechando sus manos como muestra de compromiso con un proceso que durante tantos años ha tenido tropiezos, y ha alargado la confrontación entre las partes.

Todo eso me llena de esperanza. Me parece que es benéfico para el país, que ya es hora de ponerle fin a un conflicto en el que se ha derramado tanta sangre de gente inocente, y que ha traído tanto dolor y sufrimiento a millones de colombianos.

Sin embargo,  mientras se firma el acuerdo final,  y pasan los seis meses de plazo, el Gobierno y más que todo las Farc deberían mostrar hechos que demuestren que lo de La Habana no es un acuerdo que quedará en el papel, un show mediático, o una promesa más de las muchas que le han hecho al país y que al final termina en nada.

Lo digo porque en estos días llegó a mi oficina una pareja de desplazados que venía desde el Tolima, después de que la guerrilla les pusiera un ultimátum de salir lo antes posible de la finca que cuidaban, si no querían pagar las consecuencias. Sin más opción, la mujer que no supera los 25 años, con su niña de cinco años, y su compañero de la finca tuvieron que sacar sus cosas y tomar un bus hacia Bogotá.

Como muchos desplazados de nuestro país, llegaron a Bogotá, pero les cerraron las puertas, les dieron unos papeles y les dijeron que fueran a Cajicá, que allá les brindarían ayuda,  los registraron y les dieron lo del pasaje de bus.  Sin nunca haber salido de sus tierras y acostumbrados a vivir en el campo,  se encontraron con una ciudad apática a su problemática,  acostumbrada a ver a miles de personas que llegan en las mismas condiciones, y  que terminan siendo una cifra más para el gobierno.

Sin más opciones, y con la esperanza de que en realidad los pudieran ayudar,  tomaron un bus hacia Cajicá,  que sin saberlo, termino dejándolos en Tabio, allá la alcaldía les dijo que tenía que ir a Cajicá a donde los habían remitido. Con hambre y sin un peso en el bolsillo, no les quedó otra opción que pedirles ayuda a las personas en la calle que les regalaran el dinero que necesitaban para devolverse a Cajicá.

Pero, al llegar a la alcaldía de Cajicá, les dijeron nuevamente que no los podían ayudar, que se fueran para Zipaquirá, que en la estación de Policía los ayudarían a ubicarse. Nuevamente tuvieron que pedir en la calle para recoger lo del pasaje hasta Zipaquirá, y algo para comer.

Al llegar a Zipaquirá, tipo 6 de la tarde,  fueron a la estación de policía como les habían dicho, pero lo único que les dijeron es que eso era asunto de la alcaldía, que allá solo recibían denuncias por pérdidas o robos, pero que debían ir al día siguiente porque la alcaldía la cerraban a las 4.

Fue en ese momento cuando la mujer entró con su hija a preguntarme en dónde podían ayudarla, y lo único que le dije, como todos los demás, era que fuera a la alcaldía, pero que ya estaba cerrada. Con una cara de desolación, cansada y agobiada por la travesía que tuvo que pasar,  me dijo "esta noche tendré que dormir en la calle, no conozco a nadie, y no sé dónde más me puedan ayudar". Junto a ella venía un hombre, con camisa blanca, jean y botas de caucho; quien, además, cargaba unos cinco costales con lo poco que habían podido sacar, y su niña de cinco años que no paraba de jugar con una pañoleta que tenía puesta.

Quise hacer algo, pero como ellos no sabía a quién acudir,  no sabía a quién pedirle ayuda, solo darles dinero para que compraran algo de comer. En ese momento recordé la imagen del presidente estrechando la mano del máximo dirigente de las Farc, y me pregunté qué pensarán esas personas de la paz, cómo explicarles a ellos que en seis meses se firmará un acuerdo para terminar con la guerra; que esa guerrilla que habla de cambio,  de dejar las armas,  de reconciliación, fue la misma que hasta hace 48 horas los amenazó de muerte y los obligó a salir de sus tierras.

¿Será que el compromiso de la paz es generalizado en la guerrilla o solo en los máximos dirigentes? ¿O están quemando sus últimos antes de que se firmen el acuerdo final? Ojalá y sea así, porque de nada sirve una paz donde los campesinos siguen siendo desplazados y obligados a quedar a la suerte.

Los actos deberían darse desde ya, no hasta marzo, porque cuando se tienen las ganas y el compromiso con una causa no se trata de fechas, ni plazos, sino de decisión y acciones.

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