"Ningún país ha sabido exportar tanto su tragedia como Venezuela"

"Ningún país ha sabido exportar tanto su tragedia como Venezuela"

Para Óscar, vendedor informal, ni siquiera el cambio de administración en Bogotá ha sido tan dramático para sus colegas como la llegada de venezolanos

Por: Oscar Andrés Chaves
marzo 22, 2018
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Foto: Gabriel Pabón / Canal 1

Soy Óscar Chaves, bogotano, músico de oficio y profesión. He trabajado junto a mi pareja informalmente en TransMilenio durante más de 4 años, la mitad de ese periodo bajo el gobierno de Petro y el otro bajo al actual de Peñalosa. Los cambios producto del cambio de administración fueron cosas realmente llevaderos para los informales. "Siempre es lo mismo" es lo que se dice. Con el uno o con el otro siempre podremos estar bajo los ojos de un policía malgeniado, de un competidor atravesado (en el peor de los sentidos) y de la apatía que se manifiesta en cada esquina en menor o mayor medida.

Sin embargo, nada ha sido tan jodido de sobrellevar como lo que llaman eufemísticamente "migración venezolana", pero que realmente es  una invasión descoordinada de un pueblo entero. Hasta hace menos de un año era un su mayoría gente joven crecida bajo el gobierno chavista. En un principio traían un discurso esquizofrénico, en el que mostraban gorras de la revolución bolivariana, presumían sus títulos académicos, pero a la vez hablaban pestes de su país. No obstante, ahora las cosas han mutado, ya no lucen la gorrita y ahora es común que se hagan pasar por colombianos en sus rutinas mendigas en TransMilenio.

Así es, el usuario pasajero se cansó, ya no les ayuda tanto y más bien les hace el feo. Por eso, ahora usurpan el discurso del desplazamiento interno para acudir a la caridad a la gente y no salir con 100 pesos sino con 200. Un ejemplo es un colega venezolana —le digo colega porque finalmente estamos en las mismas, en la marginalidad, en el costal de los que no tienen oportunidad en el sistema de aquí o de allá— que se sube y dice que es de Nariño, criada en Medellín, pero crecida en Cartagena y que es desplazada, y que la gente, y que el gobierno, y que el tarro de leche, etc. Aunque su acento es venezolano trata de imitar el acento bogotano.

Otro muestra es la de un venezolano que permanece en la estación de la 19, quien hasta hace unos meses era un veneco más de gorra tricolor con estrellas. Ahora este sujeto imita el acento 'ñero' y dice a los otros trabajadores colombianos con tono confianzudo y jocoso cosas como "venenos hijueputas deberían irse y dejar a sus mujeres nada más". Uno lo mira como desconcertado, porque para todos es obvio que el tipo es veneco. Además, ese tipo de cosas no se las he escuchado a ningún colega colombiano, quienes suelen reaccionar xenofóbicamente cuando les roban un turno, pero no así de gratuito ni en ese tono tan descarado.

Un asunto curioso fue escuchar a dos señoras venezolanas que venían de pasajeras, quienes hablaban con orgullo de cómo los venezolanos migrantes hacían llorar con discursos a gente en el Ecuador y que la gente les daba bastante plata. La lástima como producto exportación que muta, cambia de color y se perfecciona parece ser una cosa que se generaliza sin raíz y sin arraigo, y sobre todo sin vergüenza dentro de ese deambular de venezolanos por Latinoamérica.

En el Transmilenio he visto gente de muchas partes de Latinoamérica trabajando; peruanos con quenas, argentinos cantando tango, cada cual se agarra del folclor, tradiciones de su país o de sus estereotipos como los cuenteros piazas. Quisiera decir que la cultura del joropo es el "producto exportación" de Venezuela, pero en estos años solo he visto dos músicos venezolanos bastante buenos por cierto, tocando lo único que pareciesen saben tocar "alma llanera". Palabras menos, ningún país ha sabido exportar tanto su tragedia como Venezuela, parece ser lo único que tiene para ofrecer.

Ese espíritu venezolano que emerge en medio del rebusque es lo que marca una distancia enorme con los que somos colombiano, porque si de algo ha servido esta "migración" es para reafirmarnos al vernos al espejo con otros seres humanos de otro país tan directamente. Hoy día al trabajar hay mas empatía entre trabajadores informales que antes solían rivalizar, incluso la policía es más simpática con nosotros, cosa que hace años era impensable. Ahora hasta las ratas se respetan entre sí porque los informales sabemos que de esta batalla ya se lavó las manos el gobierno y los medios masivos porque a ellos el sol, la lluvia,el smog y los hampones de puñal solo les afecta la vista de las ventanas de sus carros y casas. Todo lo esquivan con sus frases siempre tan correctas, oportunistas y con decisiones de escritorio que apenas satisfacen su vanidad burocrática. En otras palabras, en esto los informales estamos más unidos que nunca.

Un fragmentico extra...

En nuestra labor diaria en TransMilenio y la calle conocemos muchos lugares de la ciudad, donde a veces nos bajamos momentáneamente para almorzar. En un restaurante en Prado Veraniego, administrado y atendido por venezolanos, entramos a comer pollo, nos trajeron el pollo sin servilletas y cuando me di cuenta me había sentado en una silla llena de miel (un cliente se había limpiado con la silla). Me quejé y al rato trajeron un trapo sucio y húmedo para limpiar mi pantalón y ni me ofrecieron disculpas. Luego, cuando entraron más clientes tampoco les llevaron servilletas, el cliente se quejó y el que atiende le contestó desde el mostrador: "chamo, se acabaron las servilletas". Plop, te juro que ni la empanada más humilde en Usme te la entregan sin servilleta.

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