Ni el cáncer pudo con él: Hernán Pelaez, el invencible

Ni el cáncer pudo con él: Hernán Pelaez, el invencible

A sus 80 años y después de verle la cara a la muerte. la leyenda está más vigente que nunca en su exitoso espacio en la W Radio al lado de Martin de Francisco

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enero 14, 2022
Ni el cáncer pudo con él: Hernán Pelaez, el invencible

Al principio creíamos que no iba a funcionar. La primera vez que se vieron Martín de Francisco y Hernán Peláez fue en 1995, en un vuelo a Buenos Aires. El doctor viajaba a cubrir el partido que la selección del Bolillo Gómez jugaba contra Argentina. De Francisco levantaba ampolla con La Tele, el irreverente programa creado por Carlos Vives para hacerle la vida imposible a la farándula criolla. Al ver a Peláez acompañado de Javier Giraldo Neira, De Francisco no se aguantó y con cámara en mano se levantó de su silla y comenzó a grabar. Era Martín sacándole la piedra a uno de los mitos de la radio en Colombia. La química fue inmediata.

Peláez arrancó en la radio en 1965, cuando tenía 23 años. Desde ese momento cubrió 10 mundiales, incontables Libertadores, Copas Américas y hasta un Tour de Francia. Sin embargo, el partido que más le costó narrar fue el de su cáncer. En el 2011 tuvimos miedo. Peláez es un tesoro nacional y en esa época tenía que cubrir dos frentes, el exitosísimo Pulso del Fútbol en su edad dorada, cuando con Iván Mejía se conformó una dupla poderosa que mandaba el mediodía radial colombiano y luego hasta bien entrada la tarde La Luciérnaga al lado de su amigo Gustavo Álvarez Gardeazábal. Y entonces apareció la entrevista que le hizo Maria Elvira Arango en Bocas, vimos las fotos y no reconocimos al señor flaco, lleno de manchas, que languidecía en un sillón. Peláez llevaba meses luchando en silencio contra un cáncer linfático.

La historia de cómo le descubrieron la enfermedad la ha dicho en cada una de las charlas que daba por todo el país antes de que la pandemia nos guardara a todos. En el 2008 su salud era esplendorosa, el viejo roble seguía incólume. Fue una consulta de rutina con uno de sus médicos de confianza, el cardiólogo de la Shaio Victor Caicedo. Le dijo que desde hacía días presentaba un fuerte e incesante dolor de cabeza.

Le ordenó hacer un cateterismo en el acto. Peláez constataría, por los comentarios de su amigo, que las cosas no andaban bien. Le mandó a hacer todos los exámenes posibles. Después de tres meses llegó a donde el oncólogo Mario Gómez quien, de un puntazo seco, le dijo: “Usted tiene un mieloma múltiple”. “Perdón doctor, eso con qué se come”, le respondió con agilidad el veterano periodista. “Usted lo que tiene es cáncer, cáncer de médula, hay que hacer quimioterapia ya mismo”.

Peláez, con su tranquilidad y cabeza que muchos han confundido con altanería, solo le contó las malas noticias a su esposa Beatriz, quien le recalcó que serían 24 quimioterapias con la que esperaban dormir —mas no curar— la enfermedad que podía arrancarle la vida y a Ricardo Alarcón, entonces presidente de Caracol, quien le pidió, sin mayores explicaciones, trasladar los equipos de radio a la casa para hacer su trabajo desde allí. Al principio las quimios se hacían los miércoles pero quedaba molido, “como si hubiera peleado con Mike Tyson”. Peláez pidió reagendar las sesiones para los viernes y así poder descansar todo el sábado. En el lapso de un año nadie notó que el doctor Peláez hubiera perdido más de veinte kilos. Su voz seguía arriba, como la primera vez que salió al aire en 1964.

Su enfermedad se volvió pública en el 2012 cuando su amiga, la periodista María Elvira Arango, le pidió una entrevista para Bocas. Las fotos de Sebastián Jaramillo generaron estupor. Poco quedaba del robusto y casi inmortal sabio con el que los que nos criamos en los años ochenta aprendimos de fútbol. Se veía demacrado, casi terminal. Lloramos. Nunca pensamos que se fuera a recuperar de su cáncer de médula.

Pero, contra todo pronóstico, tomándose la vida con humor y a la vez con seriedad, lo hizo. Sus claves para vencer al cáncer fueron varias. Primero, la disciplina. Hernán ama lo que hace por eso, cada vez que podía, se levantaba a las cinco de la mañana a hacer vueltas, a trabajar incansablemente durante diez horas, a ver fútbol y leer periódicos. Con la dieta fue estricto. Solo pollo y vegetales, nada de azúcar. El azúcar alimenta las células cancerígenas. Renunció a los dulces, a ese manjar blanco que lo volvía loco desde que era un joven estudiante del Berchmans, el colegio jesuita de Cali donde se graduó. A lo que si no renunció fue a la felicidad de fumar tabaco de su pipa y tomarse dos whiskies cada noche mientras escuchaba a Leo Marini o alguno de sus ídolos del bolero.

De su formación con los jesuitas le quedó la fe, una fe racional como la de Teilhard de Chardin, lejana a cualquier fanatismo. Sin embargo le rezaba a dos santos, a San Sablé, monje maronita nacido en Libia especialista en curar cáncer y a San Charbel que, combinadas con unas píldoras cuya caja de 21 unidades le costaba $14 millones de pesos, y el amor de su esposa Beatriz le ayudaron a curar el cáncer.

Y ahora, junto con De Francisco, pudieron conseguir lo que pocos creían posible: tener un espacio de dos horas de 1 a 3 de la tarde y poner a temblar a su antigua casa, la que él ayudó a crear, la que ya no es la misma sin él: El pulso del fútbol.

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