Un motociclista se confiesa

Un motociclista se confiesa

"Reconozco no ser el mejor de los conductores ni tampoco podría decir que no he cometido infracciones, pero soy uno de muchos ciudadanos"

Por: EDMUNDO JURADO VILLOTA
marzo 10, 2017
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Un motociclista se confiesa
Foto: Archivo bogota.gov.co

Todo empezó hace 5 años cuando salí de mi casa en el barrio Hayuelos, siendo las cinco y cuarenta de la mañana, me dirigía a mi trabajo en el Centro Internacional, a las cinco y cincuenta ya me encontraba en la Avenida del Ferrocarril esperando el colectivo negro que normalmente me debería dejar en calle 24 con carrera 13, paso el colectivo abrió la puerta de adelante y permitió que se subiera una mujer joven con minifalda, no habiendo más espacio cerró la puerta y se alejó a gran velocidad por la avenida, ya sabiendo que la única manera de subirse en un vehículo de estos, es parándose cerca de alguna mujer bonita y preferiblemente en minifalda para que el chofer del colectivo le permitiera subir para darle una ojeada o para conversarle mientras le mira los atributos por los espejitos que ellos mimos llaman “miracucos” y de paso dejar colar de mala gana al que este a lado de ella.

Pero este día no fue tan fácil, me dieron las seis, las seis y cuarto, pasaron varios colectivos algunos con espacio pero que no se detienen hasta encontrar la chica bonita que vienen escogiendo desde el paradero, y empecé a caminar como cientos de personas lo hacen diariamente en la ruta del colectivo, intentando tomarlo antes que los demás, y camine y camine y no me fue posible, después de cincuenta minutos, llegue a Fontibón Bohíos donde parte la ruta del colectivo, y si, si logré sentarme en uno de esas pequeñas sillas dobles en las que uno queda con las rodillas en la garganta, con el trasero clavado de punta en la silla, el calor era infernal, las ventanillas en algunas oportunidades, les quedan a chicas bien peinadas y arregladas que por nada del mundo permiten abrir la venta por miedo al viento frio o a despelucarse o a las dos cosas, que por más que le rueguen no las abren, y los demás debemos soportar el calor y la incomodidad del chorrear de los vidrios lavados por el sudor que alguien debe estar limpiando, calculando el sitio de bajada que no se puede observar con facilidad; ese día me baje del colectivo lavado como si me hubiera cogido un aguacero, me sentí miserable porque aunque tengo la bendición de ser de los pocos colombianos que puede poseer y mantener un automóvil (que aquí son de los más costosos del mundo, con los impuestos más caros del mundo, con otros impuestos agregados igual de absurdos, con la gasolina más costosa del mundo), que a alguno de nuestros próceres de la patria, aquellos que trabajan en promedio setenta días al año y perciben el ingreso de cuatrocientos trabajadores humildes al año, se le ocurrió que debería “racionalizar” el número de vehículos particulares rodantes en la ciudad, que la gente debe dejar el automóvil y subirse al transporte público, que de público no tiene absolutamente nada, las vías son nuestras, de la ciudadanía y se las dan para utilización exclusiva y usufructo a empresas privadas, estas vías se mantienen y se re parchean con nuestros aportes e impuestos, les garantizamos vigilancia privada con nuestra Policía Nacional y los enriquecemos con una de las tarifas más costosas por un servicio mediocre, pero que cuando se tocan estos temas políticos, sufrimos una andanada de críticas porque estamos tocando los intereses de los grandes magnates del transporte disfrazados de empresa pública, los mismos que se dieron cuenta del potencial a explotar de una necesidad sentida de una ciudad como la nuestra.

Pero dejemos ahí el tema, ese día decidí que debería tener otra opción más digna de transportarme, pero cuál? Bicicleta? Otro automóvil? Umm no es tan fácil, los parqueaderos en Bogotá se encarecieron a raíz que otro de nuestros próceres decidió que las avenidas eran demasiado anchas y debería angostarlas, (La carrera 15 de cuatro y cinco carriles a cuatro o tres en algunos sectores, la carrera décima de ocho a seis o cuatro carriles, la carrera 13 pasó de cinco a tres carriles, la avenida Caracas y tantas otras sufrieron esta grandiosa trasformación a “alamedas”……..que lo único que se consiguió con esto, es que los vendedores ambulantes mejoraran la exposición de sus productos  y se multiplicaran exponencialmente en toda la ciudad) al angostar las calle y quitar los sitios de parqueo se generó otro terrible engendro que se llama parqueadero, para lo cual se tumbaron innumerables casas de los barrios, ubicadas en las vías principales, al principio no les caía ni un solo gato, pero con la enorme colaboración de la secretaria de tránsito y una enorme inversión en contratos de concesión de grúas, se llenaron los susodichos, no solo de carros sino de dinero, hoy en día el que posee un parqueadero es tan rico como el que tiene una mina legal o ilegal, y tiene representación bien arriba para estar subiendo permanentemente el valor ya no de la tarifa por día, ni de la hora, “por minuto”

Entonces automóvil… no, Impuestos, mantenimiento, gasolina, chupas, trancones, parqueaderos. No definitivamente no. Tengo 54 años, pero hace treinta yo tenía una moto, y me las daba de competidor de “Cross”, si en esa época donde pocos morían en accidentes de tránsito, pocos se chocaban, pocos morían atropellados; cuando no se usaba el cinturón de seguridad ni los automóviles los traían, cuando se fumaba y bebía dentro del automóvil y conduciendo, cuando no se usaba el casco ni se exigía, cuando todo el mundo bebía de noche o de día, o las dos, cuando el que tenía carro y se ponía a beber con los amigos o con la familia, se ponía a repartir a todos los borrachos por todo Bogotá hasta el amanecer, que si le hubiesen hecho la prueba con un alcoholímetro de los de hoy en día, este se estallaría y le darían como mínimo cadena perpetua; pero éramos menos, muchísimos menos, y los medios de comunicación no eran inmediatos, solo “El Espacio” sacaba la noticia de los muertos del día anterior con todo y foto escurriendo sangre, hoy las micro hondas y otros avances de las telecomunicaciones, hacen las noticias inmediatas y en cualquier lugar del mundo.

Pero volvamos al tema, con cincuenta años, será que todavía soy capaz de conducir una motocicleta?, pues voy a intentarlo, me fui al almacén Carrefour de Hayuelos y empecé a mirar las maquinas que ofrecían por diferentes precios y tamaños, vi una Scooter y me imaginé sentado conduciendo ese aparatico, bonito, pequeño, cómodo y no tan caro, averigüe los requisitos y demás cosas que debía saber al respecto, y me metí en esa aventura, soporte dos meses más con gran resignación, el martirio de transportarme en los colectivos negros y acudiendo al concesionario que me había prometido la entrega de mi vehículo en ocho días, pero al fin, era una estufita 125 escooter, roja preciosa, no sabía que tan macho me iba a ver en ella, pero eso no importaba, en ese tiempo de espera, renové mi pase vencido hacia veintitantos años y compre un casco de buenas características de seguridad, comodidad y precio, salí en mi estufa rumbo a mi casa, con una enorme felicidad de no depender de nadie, si, de nadie, ni del Transmilenio que me obliga a sus condiciones, ni del bus urbano con sus defectos, ni de si un taxi me lleva o no por que no voy en su ruta, “de nadie”.

Pienso que es la mejor decisión, no me arrepiento.

Conducir motocicleta es un placer maravilloso cuando lo haces responsablemente, cuando respetas las normas, cuando respetas a los demás conductores, a los ciudadanos y demás actores de la vía, cuando para recorrer cualquier trayecto te demoras minutos nada más, cuando te encuentras que ya no solo van en motos las personas que realizan mensajería o el reparto de domicilios o el obrero con sus botas e indumentaria características de su trabajo, no, también encuentras a la ama de casa que lleva a su hijo o hija a su colegio, que va a hacer mercado, a pagar los servicios o a realizar la gimnasia Bancaria, o también la chica o el chico trabajadores que se transportan a su oficina o empresa, los muchachos estudiantes de universidades, academias u similares, los ejecutivos que ya no pueden utilizar sus vehículos todos los días por la invención perversa de otro genio que logró en poco tiempo duplicar la venta de vehículos en Colombia como nunca antes en toda su historia con una vaina llamada “pico y placa” y no encontrando otra solución digna de transporte, recurre a la motocicleta que con cierto riesgo diario lo trasporta de manera eficiente pero no tan cómoda como el automóvil, a los sitios que requiere transportase diariamente.

Porque utilizamos la moto?

Porque permite desplazamientos ágiles por vías poco óptimas.

El consumo de combustible es de una quinta parte del combustible de un automóvil.

Se viaja dos veces más rápido que un carro en la ciudad permitiendo al usuario ahorrar entre una y tres horas de desplazamiento al día.

Una motocicleta de trabajo nueva es aproximadamente siete veces más económica que un automóvil nuevo de bajo precio.

Tiene un motor 10 veces más pequeño que el de un carro liviano, el cual contamina menos que los carros más limpios, a excepción de las antiguas de motor de dos tiempos.

Asegura facilidad y economía de parqueo (cuatro motos pueden parquear en el espacio de un automóvil).

Por su bajo peso, no causa deterioro a la malla vial.

Disminuye el tráfico de vías críticas en horas pico.

No se paga peajes en los desplazamientos fuera de la ciudad.

Ahorro en dinero con respecto a los altos costos del transporte público.

Menores o ningún impuesto dependiendo del cilindraje de la máquina.

 

Cuáles son los riesgos de la motocicleta?

Altísimo riesgo de daño severo o fallecimiento al encontrarse mayormente expuesto.

Riesgo de accidente por el mal estado de la malla vial y la señalización en el piso de mala calidad, al no ser de material antideslizante.

Riesgo de accidente al ser menos visible que otros vehículos.

Riesgo de accidente por las lluvias y demás factores del clima.

Riesgo de hurto o robo por la inseguridad en las ciudades.

Riesgo de daño severo o fallecimiento, al entrar en conflicto con otro conductor con la cruceta en la mano u otra arma.

Alta exposición a emisiones contaminantes y factores del clima que conllevan a la afectación de la salud del conductor y su pasajero.

 

Cada actor de este “medio de transporte”, adquiere su vehículo de acuerdo a sus posibilidades económicas, su gusto, su edad, y hasta su entorno familiar, social y económico, por eso los encontramos montados en una diversidad de modelos tales como las Escooter de bajo cilindraje y sencillez, hasta las mismas pero de alto costo y cilindraje, las de calle, baratísimas que las entregan en los concesionarios con la Cedula de Ciudadanía, o con la tarjeta eléctrica que te carboniza con los intereses, cuota de manejo y seguro de defunción a favor de ellos, y otro grupo se destaca con sus máquinas enormes de alto cilindraje, que en muchas ocasiones superan en tres, cuatro o más veces el costo de un automóvil promedio, que se han multiplicado rápidamente, al encontrar un buen nicho de mercado con importadores especializados de gran inversión e infraestructura para la posventa y mantenimiento de estos costos vehículos.

Como en todo, encontramos todo tipo de conductores, el atravesado que con una estufa de cien  o más centímetros cúbicos de motor dos tiempos, que hecha más humo que un Transmilenio, que suena más duro que un Roadster, que su conductor está convencido que es la mejor y más potente máquina del mundo, prácticamente un cohete espacial de la NASA, tanto así que se cree extraterrestre y por consiguiente inmortal, y por tanto no le teme cerrar al Transmilenio a la tracto mula, al bus urbano, al taxista y arrollar a los demás actores de la vía,  en la vía, en el andén, en el peatonal o donde se le atraviese, por lo general son personas jóvenes con el pase recién obtenido y no siempre por las vías legales, que aprendieron a conducir en diez minutos en la moto del amigo, por lo tanto no realizaron el curso exigido por ley y desconocen casi que completamente que significan las normas y señales de tránsito, en este rango se encuentran el mayor número de accidentes y fallecimientos.

También nos encontramos con los motociclistas que conducen a 20 kilómetros por hora por el carril izquierdo generando grandes colas de vehículos, algunos aprendiendo a conducir, otros por que se creen dueños de la vía y por tanto, les importa poco incomodar a los demás, así mismo el que asegurado a su moto lleva un armatoste enorme generando un problema serio de circulación y un riesgo enorme para el resto de vehículos y peatones por la falta de visibilidad, y que decir de “centella”, aquel que circula a mil sin dimensionar los riesgos como en una competencia de alta velocidad, que cuando se encuentra con sus amigos presume de atravesar Bogotá en diez minutos, que le quedan dos vidas por que las otras cinco, las ha perdido en accidentes de tránsito de los que se ha salvado de milagro y por las oraciones de toda la familia, que exhibe sus remiendos con orgullo, como cualquier veterano de guerra, y otros tantos personajes que viven su propia aventura diaria de deporte extremo.

El número de accidentes de motociclistas, es directamente proporcional a la edad del conductor y el valor del vehículo, a mayor juventud, menor experiencia y menor precio del vehículo, mayor es riesgo de accidente, los usuarios de motocicletas de mayor costo o cilindraje, por lo general son personas más maduras, con mayor capacidad económica, con responsabilidades familiares, con mayor nivel cultural, que por consiguiente valoran más su inversión y su vida.

En realidad a la hora de conducir en las calles de Bogotá, te encuentras con una enorme y variada  cantidad de personajes en motocicleta, que cada uno de nosotros ha tenido la oportunidad de percibirlo, ya sea cuando le tuercen los espejos con los manubrios, o cuando le rayan el carro con los mismos, o cuando lo golpean por algún costado estando parqueados en el semáforo o circulando por cualquier sitio de la ciudad, o cuando por desgracia estrellas algún imprudente que se te metió de lado, de frente, por detrás, por la izquierda o la derecha cuando vas a girar, o por debajo cundo se patina o resbala por alguna circunstancia del clima o de la vía.

Cuando salimos de casa a la vía, sea en cualquier medio de locomoción que utilicemos, nos vemos expuestos a innumerables riesgos, que si somos realmente responsables, podemos disminuirlos, por ejemplo, no distraernos hablando por celular, chateando o jugando cuando nos encontramos caminando o conduciendo (muchísimos casos inclusive conductores de servicio público), dando un correcto  uso del vehículo, así como también, realizando los mantenimientos adecuados a los mismos y en esto no solo me refiero a las motos, sino a todo tipo de vehículos.

Lo otro es la entrega de nuestras vías públicas por las que pagamos impuestos, derechos de movilización, semaforización y otros al estado, a operadores privados en concesión gratuita, para que las usufructúen sin ninguna o una mínima compensación al estado o a la sociedad, a los cuales debemos mantenerles las vías con, “relleno fluido, con lozas u otros inventos magistrales”, con vigilancia por cuenta nuestra, o sea con nuestra policía y además pagarles uno de los pasajes más costosos del mundo por un servicio mediocre y de mala calidad para nosotros, pero que si los enriquece a ellos “los operadores”, que cuando se habla mal de Transmilenio es tocar la sensibilidad de los dueños del poder, que se ofenden y ripostan de la manera más brutal contra sus opositores.

Y porque contar todo este cuento?

Porque necesitamos que se reconozca un grave problema de transito ya no solo en Bogotá y las ciudades principales, sino también en las ciudades intermedias y pequeñas, que por tratar de secar de circulación los vehículos particulares que pueden transportar varias personas, han permitido la proliferación de taxis que ocupan más espacio, que generan igual contaminación y trancón, y un grave problema social con sus conductores, tema  que nadie se atreve a tocar, al igual que el tema de los “cupos” que llegan a costar cuatro, cinco o más veces el valor del vehículo, convirtiéndose en otra mafia con una capacidad política enorme, que cuando no les conceden las prebendas que exigen, paralizan una ciudad generando un caos vehicular que afectan a toda la sociedad de todos los estratos sociales, así como también el mototaxismo y aun peor el bicitaxismo que cada día crece sin doliente en un total caos con ingredientes de mafia, inseguridad y explotación, con el total irrespeto de los carriles, las normas, la señalización y demás por parte de sus conductores, siendo algunos de estos, desplazados por la violencia, reinsertados de los grupos en conflicto o simplemente personas de bajos recursos que se ven obligados a ganarse el “diario” y sobrevivir con este oficio.

Necesitamos que se nos reconozca como ciudadanos sin distingos de clase o condición económica, que tratamos de buscar una solución por nuestra propia cuenta ante la total inequidad y despreocupación por una verdadera solución por parte del estado, y nos vemos abocados a utilizar la motocicleta, este tipo de transporte que se está multiplicando día a día siendo los vehículos de mayor venta en Colombia, los cuales no cuentan con una reglamentación seria, una infraestructura o espacio para su circulación adecuada, como Transmilenio o los ciclistas, que solamente son reconocidos por el estado como los mayores ocasionadores de accidentes de tránsito, que por lo tanto se les debe cobrar el seguro obligatorio más costoso sobre la tierra, no precisamente para cubrir los gastos y costos médicos y de otros géneros que se ocasionan, sino para beneficiar a las compañías aseguradoras que esgrimiendo los “los altos costos”, se enriquecen a costillas de los usuarios, con el patrocinio del sector financiero.

Necesitamos que se nos reconozca como ciudadanos de bien,  no como ciudadanos de segunda, no todos somos sicarios, no todos somos delincuentes, este es un arquetipo que debemos cargar como secuela de las organizaciones delictivas desde las épocas de las grandes mafias de la droga, necesitamos ser tratados con respeto por parte de las autoridades, que no se nos tome como el trompo de poner para todos los noticieros con sus crónicas de muerte, que se legisle verdaderamente pensando en seres humanos y en una problemática social y no en un grupo de maleantes indeseables del diario vivir de una ciudad, al que se le imponen normas absurdas como la ley 769 que en su Artículo 94 obliga a “las bicicletas, triciclos, motocicletas, motociclos y mototriciclo  deben transitar por la derecha de las vías a distancia no mayor de un (1) metro de la acera u orilla y nunca utilizar las vías exclusivas para servicio público colectivo”, circunstancia que no se aplicaría en ningún país civilizado por los riesgos que conlleva a todos los actores en la vía y que ni siquiera los agentes de tránsito hacen cumplir por lo descabellado de la misma.

Debemos organizarnos como un grupo social, ya que es la única manera de que se nos escuche, no para que se aprovechen los politiqueros con nuestros votos y salgan voceros indeseables exigiendo cosas diferentes a las que realmente se necesitan, somos muchísimos ya que en año 2000 éramos 1’200.000 y pasamos a ser de 5’440.000 en 2014 y crecemos en número día a día, somos una fuerza que unida podemos conseguir grandes cosas y mejorar la calidad de vida de nuestra sociedad, dejando de convertirnos simplemente en una estadística sin solución.

“Yo motociclista me confieso”, y reconozco no ser el mejor de los conductores ni tampoco podría decir que no he cometido infracciones, pero soy uno de muchos ciudadanos, con las mejores intenciones de poner lo mejor de nuestra parte para que cambien las cosas, no solo para nosotros sino para que nuestros hijos y nietos tengan en un futuro la oportunidad de vivir en un país culto, ecuánime, respetuoso, honrado, en paz, con la calidad de vida que todos merecemos.

 

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