Mi viaje por el sudeste asiático

Mi viaje por el sudeste asiático

Dos meses, cinco países, diez ciudades, varios hostales, mucho “rice and noddles” y un sinnúmero de anécdotas de vida

Por: Silvia Sánchez Saladén
abril 02, 2018
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Mi viaje por el sudeste asiático

Cuando me planteé por primera vez viajar a Asia, recuerdo que estaba en casa hablando con uno de mis compañeros de apartamento —él, contándome alguna de sus historias en alguno de los países del sureste asiático —yo, expectante y cautivada por aquellas anécdotas. Para esa fecha, yo sabía muy poco sobre el sudeste asiático, pues no había tenido la curiosidad de ahondar sobre el tema. Fue entonces solo hasta ese día, fascinada por sus relatos cuando dije: ¡quiero viajar por Asia!

Y así fue, hice cuentas, me llené de valor y paciencia, trabajé, ahorré, me angustié, planeé y arranqué. Sin expectativas, pero con mucha curiosidad me aventuré a viajar y conocer la deslumbrante cultura asiática, una de las más ancestrales y maravillosas regiones del mundo, de gente risueña y carismática, apasionada por la comida, alegre, entusiasta y con un don de gente increíble.

Hice el viaje sola, mochilera, con un tiquete de salida desde donde me encontraba y uno de regreso hacia Colombia, desde una ciudad asiática.

Dos meses, cinco países, diez ciudades, varios hostales, mucho “rice and noddles” y un sinnúmero de anécdotas de vida.

Primer destino: Camboya.

Confieso que al aterrizar en Siem Reap experimenté una tranquilidad espiritual y despreocupación instantánea. No habían transcurrido un par de horas desde mi llegada cuando yo fácilmente me sentía como en casa, desinhibida y amañada.

Visitar el Angkor Wat (el templo religioso más grande del mundo), ver un búho blanco mientras hacía yoga en uno de los templos,  montar en bicicleta, balbucear palabras en Khmer (idioma oficial de Camboya), beber cerveza de 50 centavos de dólar, probar el Amok (plato típico), montar en tuk-tuk (moto-taxi), fueron algunas de las actividades que hice en Siem Reap, una ciudad atrapada en el tiempo, mágica, mística y envolvente.

Phnom Penh, la capital, no se queda atrás, caóticamente carismática, alegre y divertida. Adolescente que se cree mujer. Mis días en Camboya fueron muy placenteros, sin importar el calor agobiante y la humedad de más del 90% puedo decir sin temor a equivocarme que Camboya es un paraíso capturado en el tiempo.

Solo cuando estas allá te das cuenta de lo fácil que es moverse entre los países del sudeste asiático, travesías en bus, moto y lancha para llegar a Laos. Destino: 4.000 islas, un paraíso perdido en el Mekong (el río más largo del sudeste asiático), sencillamente espectacular, varios islotes pequeños conectados entre sí por el río.

Ver delfines rosados de agua dulce, comer curry verde con ensalada de papaya, cautivantes atardeceres en el río  Mekong, nadar y caminar por sus playas blancas, ver en los bares la serie de televisión Friends doblada en lao y con subtítulos en inglés, son algunas de las curiosidades que se pueden topar en Laos.

Siguiente destino: Indonesia.

Bali, es pura gozadera, arrolladora y delirante. Viajar con amigos, conducir moto, apreciar el amanecer en medio del cráter de un volcán, hacer caminatas nocturnas, visitar las siembras de arroz, intentar surfear, tardes de relajación en los spa. Bali es una isla en medio de un gran país que ofrece la mejor diversión para viajeros.

Después de mi paso por Bali, me decidí por Tailandia, confieso que fue el destino del cual tenía mayor curiosidad por conocer, y hoy, tiempo después ratifico su magnificencia.

Aterricé en Phuket, provincia ubicada al sur de Tailandia, calurosa y acogedora como toda ciudad del sureste asiático, rodeada de hermosas y cristalinas playas de aguas calientes. Deliciosa cocina, delicioso ambiente y delicioso lugar. Si el cielo existe, deber ser como eso.

Ir al show de Simon Cabaret (un espectáculo tradicional tailandés), bucear en Koh Tao, nadar en Maya Bay esperando a ser rescatada por Leonardo Dicaprio como en la película ahí filmada: La Playa, vivir la fiesta de “Full Moon Party” en Koh Phangan, caminar, sudar, comer, conocer y disfrutar cada minuto de las playas calientes y aguas cristalinas del océano Índico.

Al norte de Tailandia, Chiang Mai, una ciudad noble, atractiva y simpática. Sus paisajes verdes, su comida picante y sus masajes relajantes, un sitio donde se vive el folclor en cada esquina. Saltar en el Grand Canyon, una impresionante cantera inundada de agua y visitar alguno de los santuarios de elefantes son algunos de los planes más alucinantes que he hecho en mi vida.

Terminé mi recorrido por Tailandia en su capital Bangkok: loca, caótica y extravagante. Gente por doquier, tráfico a todas horas, fashionista por excelencia, acogedora con el visitante, pobreza y riqueza en un solo lugar. Cualquier relato se queda corto en la descripción gráfica de esta indescriptible ciudad.

Irreverente, imponente y patriótica, así es Tailandia y su grandiosa cultura.

Finalice mi travesía en Malasia, un país próspero que se vio afectado por la crisis del petróleo, pues esa, es su principal economía.

Kuala Lumpur, su capital, es una metrópoli emprendedora, religiosa y acaparante, como quien quiere apropiarse del mundo y sus placeres, ropa de diseñador en el barrio chino, autos de lujo aparcados al frente de las mezquitas, mujeres de burka comprando Chanel, y en general todas esas excentricidades de un país del primer mundo situado geográficamente en el tercer mundo.

Su variedad de religiones, cocina e idiomas es sorprendente, una ciudad de placeres mundanos y al mismo tiempo la que más santifica las fiestas, esa extraña mezcla entre lo cosmopolita, sofisticado y vanguardista y lo prohibido, remilgado y pudoroso.

Y bueno, qué decir de las Torres Petronas, un monumento arquitectónico que atrae a todo tipo de turistas, siendo las torres gemelas más altas del mundo, son un homenaje a la cultura islámica de Malasia, por lo tanto uno de los sitios más emblemáticos de su capital.

Viajar con extraños que recién conoces en un hostal, en un bus, o en un barco, no privarse de ser y de hacer amigos, empacar nuevamente y dejarse embarcar en otra nueva aventura, a la final, todo backpacker viaja con equipaje ligero, sin pretensiones, sin temores, con mucho coraje y con ganas de vivir. Después, te das cuenta que no eran ningunos extraños, fueron ángeles mágicamente puestos en tu camino con quienes fuiste cómplice de expediciones y de rutas inimaginables.

De mi viaje por Asia aprendí que lo maravilloso de la vida son aquellos momentos inimaginables, momentos que se quedarán para siempre en mi corazón, amistades que, aunque pasajeras siempre serán recordadas como las más intensas y gratificantes, que quizá la vida nos tenga preparado otro reencuentro inesperado y que siempre hay un motivo para sonreír.

Viajar te hace grande, de espíritu y de alma, te hincha el corazón de felicidad y tu rostro destila alegría. Atreverse, esa es la clave.

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