Mi tonada
Opinión

Mi tonada

El grupo Tonada ha salido de Barranquilla a buscar en pueblos como Maríalabaja o Necoclí, estéticas y cantos que solo es posible sentir y aprender al pie de la contadora

Por:
agosto 22, 2018
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Señores traigo un escudo pa’ mi tambó
Diana Herrera

 

El mejor ejemplo que he escuchado sobre cómo la música tradicional llega a la gente de la urbe, al goce de la metrópolis, es el que presenta el grupo Tonada en su primera producción discográfica titulada Mi tonada (2017).

Mi tonada está conformada por nueve temas a ritmo de bullerengue que muestran un decidido acercamiento a tradiciones ancestrales que provienen de territorios afros donde la cultura se ha construido, legado y vivido sin la presencia de tarimas, sin sonidos amplificados y sin la intervención de una prensa frívola y ligera que pretenda difundirla o promoverla.

Si bien a comienzos del siglo XX, músicos tradicionales de todas las rítmicas llegaron de veredas lejanas a las capitales de departamentos para dar sentido a festividades urbanas que hoy se muestran como propias en autopistas de concreto, lo que ha hecho el grupo Tonada es la ruta inversa. Han salido, en esencia, de Barranquilla a buscar en pueblos como Maríalabaja, Necoclí, Puerto Escondido, San Juan de Urabá o Apartadó, estéticas y cantos que solo es posible sentir y aprender al pie de la contadora. Así es. Allí mientras atiza el fogón para hervir el primer tinto de la mañana. Allí, mientras cocina la batata dulzona. Allí, al lado de la mecedora donde repara tranquila las costuras de una pollera enflorecida. Allí, al lado del taburete donde espera con ansias el arribo de su tamborero para iniciar la fiesta.

Escuchar los temas del álbum Mi tonada en las voces de Febe Merab, Mathieu Ruz y Estafani Cotera es sentir vibraciones generadas por profundas experiencias en el territorio. Hay en el canto de estos tres jóvenes, algo más que buenas interpretaciones. Son voces por las que pasan gargantas laboriosas llenas de tierra negra. Melodías marcadas por la untuosidad de esa sangre de “pescado arregla’o” a orillas de mares o ciénagas profundas.

Como un grito triunfal, hay que decir que todas las composiciones de Mi tonada son originales y cantadas por sus autores, a excepción del tema Pa’ la negra, de Diomedes Mesa, corista o contestador del grupo. Cinco temas son de Mathieu Ruz, dos de Estefani Cotera y uno de Febe Merab. ¡Qué grandes son!

 

Los cantos de bullerengue están construidos
de una profunda sencillez narrativa,
luego que las historias dan vueltas y vueltas en la cabeza de sus creadores

 

Los cantos de bullerengue están construidos de una profunda sencillez narrativa, luego que las historias dan vueltas y vueltas en la cabeza de sus creadores queda en la melodía los versos justos, los necesarios. Palabras vitales que son conjuros rítmicos.

Tengo mi mata de ruda/ Tengo mi mata de ruda/  Hierba buena y manzanilla/ Pero la que yo más quiero… ombe/ Mata de azar de la India. Canta sereno Mathieu Ruíz a las verdaderas adoraciones de su abuela.

    Ayer que lo tenía todo/ Yo ya no tengo nada/ Que la suerte está echada/ Yo por eso no critico/ porque el destino está escrito. Canta Febe Merab con ese dejo fatalista que asumen ciertas cantadoras, para al instante mencionar lo único que vale la pena:

Yo tengo mis amigos/ mi bullerengue querido/ Mi tambor que no calla

Estefani Cotera entrega en sus temas las historias que afirman la vida de una cantadora. Relata sus experiencias con sentido reparador, como si lavara sus dolores mientras canta:

Papa Lope ya se fue y no me enseñó a pilá’/ El día 18 de agosto, te decidiste marchar / y el día de mi cumpleaños/ yo te tuve que enterrar/ elele mi papá/ elele mi papá.  Me parece escucharla gritar ¡A mí me llaman Cotera! Con el orgullo de saberse cantadora, porque para ellas el mero nombre basta, sus cantos responsoriales construyen biografías hechas con los dichos necesarios.

En los cantos de Mi tonada se siente sincero el lenguaje del bullerengue, una claridad que solo es posible con el paso de los años, con las serenidades que da el tiempo bien aprovechado en infinitas ruedas de canto y baile, donde la piel se curte de un sudor que no deja de brotar, como si fuera un potente escudo que impide que el bullerengue se calle.

 

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