Meterse en la política es una obligación, de lo contrario la política termina metiéndose con nosotros

Meterse en la política es una obligación, de lo contrario la política termina metiéndose con nosotros

Decir que todos los políticos son iguales es una forma de evadir el debate. No todos lo son, y marginarse de la política es ceder poder sin cuestionarlo

Por: Germán Peña Córdoba
junio 10, 2025
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Meterse en la política es una obligación, de lo contrario la política termina metiéndose con nosotros
Foto: Presidencia

Con frecuencia se escucha decir lo que considero desafortunado: "yo no hablo de política porque todos los políticos son iguales". Es la salida fácil para hacer mutis por el foro. Es la ruta que se toma cuando existe la controversia a nivel de amigos, familiares, contertulios, colegas o compañeros de colegio. Cuando la discusión se encuentra en un callejón sin salida se agotan los argumentos y el interlocutor yace tendido en la lona argumentativa ahí es cuando se espeta en la cara: "es que todos los políticos son iguales". Es el recurrente etcétera descanso de los sabios, pero refugio de quien no gusta controvertir o no arriesgarse a profundizar en el tema. Es la típica evasión que soslaya el compromiso y la pertenencia.

Generalizar nos caracteriza y cuando se trata de conceptualizar sobre la realidad política y el momento tan especial que vivimos hoy, las críticas arrecian, la pasión domina y las emociones superan lo razonable. Pienso que marginarse del devenir político es apartarse de lo que eventualmente nos afecta e influye en nuestra cotidianidad. Gabriel García Márquez estaba en lo cierto cuando sabiamente decía que meterse en la política es un imperativo, de lo contrario la política termina metiéndose con nosotros. Lo anterior es cierto porque somos parte activa de las decisiones que de la política se derivan.

Todos coincidimos en que vivimos "polarizados". Y me pregunto: ¿y es que acaso siempre no lo hemos estado? Habitamos un país en guerra permanente; un país que se encuentra enfrentado entre bandos fácilmente identificables y los intereses que persiguen los que la agencian son claros. Si referenciamos la situación actual a la historia relativamente reciente, "La Guerra de los Mil Días" fue una cruenta guerra Civil entre Liberales y Conservadores. En ella los Colombianos se mataron entre sí por miles y una de sus graves consecuencias, precisamente, por estar peleando, fue la pérdida de Panamá (1902).

La Hegemonía Conservadora (1886-1930) fue un periodo de 44 años de gobiernos Conservadores. En estos largos años no se conoció la paz y, su principal polarizador fue el dirigente Conservador Laureano Gómez Castro que decía que "había que incendiar la patria" en aras de que nada cambie y de hecho lo logró. Lo de hoy es lo mismo. Hablar de polarización en Colombia es hablar de su estado natural, es su aire, su paisaje, su ADN. El asesinato del gral. Rafael Uribe Uribe, el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán y Luis Carlos Galán han sido puntuales generadores de violencia en un país polarizado. No es de extrañarse, la polarización nos ha acompañado siempre.

En este contexto vivimos enfrascados en la controversia diaria y, eso no es malo perce, peor es el mutismo, pues, no existe peor mentira que el silencio. Controvertir es la esencia de la dialéctica porque la unanimidad es la más notable característica del fascismo. Asumir posiciones políticas no debe condenar ni asustar a nadie, hay que respetar la conciencia informada e ilustrada y si no nos gustan los partidos, al menos respetemos sus doctrinas, equivocadas o no, son su esencia. El problema que veo es que ante la falta argumentativa y formativa, ante la ausencia de la sensibilidad y solidaridad, son pocos los políticos que se evidencia una vocación genuina de ayudar a los menos favorecidos, los pobres no están en su agenda y de contera sufren de oporofobia.

¿Todos los políticos son iguales? No son iguales. No se puede generalizar.

Un caso representativo del tema es Efraín Cepeda, actual presidente del Senado. Cepeda lleva 31 años en el congreso ganándose 52 millones de pesos mensuales. En todos esos años - que yo sepa- Cepeda no ha producido una sola ley que favorezca a la clase trabajadora. Andrés Pastrana, César Gaviria, Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos e Iván Duque, podríamos decir que todos son iguales: siempre han propugnado por el beneficio personal y el bienestar de su entorno, jamás ha habido una genuina preocupación por los problemas que afectan a los tradicionalmente marginados, solo se les nota la defensa de unos privilegios y unos intereses empresariales y de clase que propugnan eternizar.

Muy diferentes a los anteriores son políticos como Pepe Mujica, Claudia Sheimbaun, Andrés Manuel López Obrador, Luis Ignacio Lula Da Silva o nuestro presidente Gustavo Petro. Estos líderes mundiales desvirtúan la creencia que todos los políticos son iguales. En el caso puntual de Gustavo Petro, habiendo vivido yo muchos gobiernos Colombianos, no conozco ninguno que hubiese tenido una preocupación tan genuina y sincera por los oprimidos. Las reformas sociales que agencia el gobierno Petro son necesidades sentidas en una sociedad profundamente desigual, pero que van en contravía de los deseos e intereses de los poderosos, verdaderos dueños del país; ellos quieren que nada cambie, que todo siga igual. De ahí nacen los palos en la rueda, la mula muerta atravesada en el camino o el campo minado de un Congreso Filibustero, que impide el desarrollo social armónico.

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