Matando la paz uribista
Opinión

Matando la paz uribista

En su columna “Mataron la paz de Uribe”, León Valencia acude a la metáfora basada en el acto de asesinar para regocijarse de la paz que deja por fuera a un sector amplio del país, cuyo vocero es el líder del Centro Democrático.

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julio 04, 2016
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Una columna de Léon Valencia el 26 de junio de 2016 en Semana titulada “Mataron la paz de Uribe” expresa que la idea de paz del expresidente y senador Álvaro Uribe fue asesinada [matada] por Santos y las Farc “con sensatez, con realismo, con una paciencia digna de imitar”. Con orgulloso desparpajo, Valencia acude a la metáfora basada en el acto de asesinar para regocijarse de la paz que deja por fuera a un sector amplio del país, cuyo vocero es el líder del Centro Democrático.

Cabe preguntarse si el presidente Santos y el secretariado de las Farc que negocia en La Habana comparten el sentido de la expresión de este columnista. Que celebra con júbilo ardiente el significado alegórico del acto de matar.

Pero analicemos con objetividad serena que ha dicho críticamente el ex presidente Uribe acerca del proceso de paz. Fundamentalmente se trata de tres puntos:

 

  1. El acuerdo de justicia no consulta los parámetros internacionales que se han desarrollado a partir del Estatuto de Roma [1998] y jurisprudencia de tribunales penales internacionales que han operado hasta hoy y la Corte Penal Internacional. Las penas irrisorias, tanto en su extensión como en su forma, son extrañas a las sentencias impartidas a la fecha actual.
  2. El procedimiento de englobar los pactos suscritos dentro de la figura de los acuerdos especiales prevista en el artículo 3 común de las Convenciones de Ginebra [1949] pugna con el derecho internacional. Es patente en la jurisprudencia y la doctrina que estos acuerdos especiales deben versar sobre temas estrictamente humanitarios. No son elemento del derecho a la paz [lex pacificatoria]. Revestirlos, además, de la categoría de tratados internacionales públicos es violación al derecho de los tratados [Viena 1969). E incluirlos automáticamente en el denominado bloque de constitucionalidad es una transgresión a la Constitución Nacional.
  3. No hay claridad acerca de las zonas donde se agrupará la guerrilla. La advertencia del expresidente Uribe es inequívoca: el vacío que genere el movimiento de las Farc tenderá a ser ocupado por el crimen organizado. Parece que esta circunstancia empieza a materializarse.

 

 

Si estas son las ideas de paz cuya presunta muerte salvaje alegra a Valencia, que el país se ajuste sus cinturones y empiece a temer sangre y fuego. Porque buena parte de la opinión las comparte en su integridad, como lo intuye la sensata colega de páginas editoriales del ex miembro del ELN, María Jimena Duzán en su última columna de Semana [¿Y si Santos pierde el plebiscito?, Julio 3, 2016].Y no parece estar dispuesta a ser  enterrada viva a la usanza de los guerrilleros de Pol Pot quienes daban sepultura a sus enemigos cuando su corazón aún latía, como lo ansía Valencia.

La paz que proyecta el columnista es una de aquellas originadas en el esquema de democracia consociativa. Es subproducto débil de la cooptación que nace. La que operó en Colombia entre 1958 y 1986 según el conjunto de análisis certeros del profesor Jonathan Hartlyn que se sintetizan en su última obra actualizada The Politics of Coalition Rule in Colombia [Cambridge University Press, 2008].El término democracia consociativa busca la compartición del poder como fórmula para alcanzar el objetivo de inclusión a un grupo armado, a una disidencia institucional o a un partido político. La paz es el nombre del proceso pero la realidad es la cooptación que se adorna con acuerdos temáticos.

La forma consociativa fue observada y estructurada por el profesor neerlandés  Arend Liphart, profesor de las universidades de Leiden y California. Se aplicó por primera vez en Países Bajos en 1917. Una y otra vez en distintos contextos nacionales. Más recientemente con el Acuerdo de Belfast sobre Irlanda del Norte [1998], el Acuerdo de Ohrid sobre Macedonia [2001] y el Acuerdo Post-Talibán sobre Afganistán [2012] promovido y firmado por Hillary Clinton.

Estos acuerdos de gobernabilidad, que incluyen balances de poder entre facciones o partidos, acomodo de elites y  tratamientos preferenciales entrañan siempre cooptaciones. Es decir, actos de gobierno –no elecciones- que permiten a un sector en disputa o guerra abierta acceder a los mecanismos de poder pero no son garantía alguna de paz completa. Es, en el caso presente, la paz imperfecta que mencionó el expresidente César Gaviria. Paz altamente imperfecta y deliberadamente excluyente o paz violenta, como la quiere el columnista Valencia, valga anotar.

Los acuerdos de La Habana no son –a mi juicio- de paz sino genuinos pactos consociativos. De aquí el paso siguiente que es el nombramiento en curules senatoriales a miembros de las Farc. Posiblemente se han acordado ya designaciones en ministerios. La paz con el M-19 tuvo algún ingrediente consociativo pero no se enmarcó dentro de sus coordenadas estrictas. Tiende a ser extremadamente frágil porque deja olvidado u omitido el componente de justicia que, en el caso presente de las Farc, es apenas una caricatura judicial con la cual se busca disfrazar temerariamente impunidad.

Quizás el expresidente Uribe y otros compatriotas hayamos querido mirar paz con justicia donde sólo ha habido un pacto político que deja en la intemperie a un segmento fundamental de colombianos conscientes.

 

Quizás el expresidente Uribe y otros compatriotas hayamos querido mirar paz
con justicia donde solo ha habido un pacto político
que deja en la intemperie a un segmento fundamental de colombianos conscientes

 

 

Los pactos consociativos –coaliciones puras- son usualmente bilaterales. La paz plena es siempre multilateral. La paradoja de la historia enseña a una insurgencia –Farc- que nació una vez en funcionamiento el Frente Nacional porque los pactos de Sitges y Benidorm entre conservadores y liberales dejaron a vertientes numerosas por fuera. Entre ellas la izquierda marxista. Ahora, son los pactos políticos de La Habana los que dejan por fuera a millones de colombianos: víctimas, en lugar preponderante y antagonistas que claman por justicia que han refundido, en renglón seguido. Pero también a amigos de la legalidad doméstica e internacional.

El columnista Valencia puede continuar su deleite cuasi-voluptuoso frente a lo que llama un asesinato de ideas del expresidente Uribe. Porque se sabe que el Centro Democrático jamás empuñará un arma pese a la persecución “paciente, digna de imitar” de que viene siendo objeto. Sus ideas de justicia y paz seguirán, que no quepa duda.

"Está prohibido matar. Los asesinos serán castigados a menos que sus victimas alcancen los grandes números" , escribió Voltaire en un mundo cuya norma era la impunidad hace más de 200 años. Por esta razón, las Farc podrían ir seguras. Hasta ahora, porque va consolidándose la resistencia civil en nombre de colombianos que no aceptan la exclusión de los pactos de facciones de La Habana ni las amenazas embozadas ni las metáforas mortíferas con las cuales se oficia la liturgia diabólica de la paz fementida que persigue la crítica razonada y objetiva.

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