¡¡Maricas, negros, santos, buenos y malos!!
Opinión

¡¡Maricas, negros, santos, buenos y malos!!

La Constitución de 1991 no cambió los abismos de esta sociedad, pero trastocó una manera de pensar, la reverencia, el silencio, dejó de justificar el abuso

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enero 06, 2022
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Nada que objetar, sin la Constitución de 1991 este país seguiría siendo una parroquia gobernada por santificados predilectos, buenos, cultos, liberales, conservadores, católicos y aristócratas, con una raya divisoria bien demarcada ante una masa de descarte plantada por siempre al rayo del sol; un montón de sin derechos, sin reclamos, sin voces, sin educación, sin tierra, negritos, indiecitos, gamincitos, obreritos, mujercitas, campechanos e iletrados, los nada, los pobres, los inconvenientes números negativos del censo oficialista.

Eso, entre tantas otras manías, explica que a los neofascistas colombianos les resulten verdaderos latigazos a la conciencia algunas palabras de este acuerdo que llega a treinta años: cosas como inclusión, democratización, multilingüismo, diversidad, multiculturalismo, equidad, géneros, justicias, participación, revocatoria; y les hiere con mayor dolor cuando implican conceptos completos como derechos humanos, consulta popular, mínimos vitales, acción de tutela, derechos étnicos, libre desarrollo de la personalidad, libertad de cultos, propiedad comunal, inversión social o enseñanza multilingüe.

Indudablemente les cautivaba, les servía y rentaba más bajo la sombra de la moral,  las buenas costumbres y del gobierno de los ilustrados, aquél país bipartidista, el país confesional de curas y cuarteles, el país hispanista, el del castellano como lengua única, aquél sistema de fueros impenetrables de políticos, de parapolíticos y funcionarios de alto rango; el molde de los auxilios parlamentarios, las costosas firmas de los poderosos contralores, los jueces cooptados,  inamovibles,  el estado de sitio, la justicia militar sobre civiles, el profundo centralismo bogotano, mejor dicho, el de antes, el conservador y conveniente constitucionalismo de élites.

Así es que los neofascistas colombianos vomitan ante esta constitución que ampara a indios que se atraviesan al progreso, aquellos “inconscientes” que prefieren preservar cementerios rituales y aguas puras que trabajar como esclavos en las minas; los odian porque ocupan tierras buenas para la palma o la ganadería, los detestan porque siendo “pobres y brutos y borrachos”, estancan el desarrollo, el comercio, el turismo,  las dobles vías de las concesiones de amigos de los gobiernos,  los intereses del doctor S y del doctor A, apellidos nobles, lavados e intocables.

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El indio ni cana ni calva, todo negro es perezoso, yo negro ni el BM; no hay mechudo que no sea marihuanero, el mejor comunista es el comunista muerto, prefiero un hijo enterrado que marica

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El indio ni cana ni calva, todo negro es perezoso, yo negro ni el BM; no hay mechudo que no sea marihuanero, el mejor comunista es el comunista muerto, los rusos gastan todo en pochola; prefiero un hijo enterrado que un hijo marica, a los pobres como a las mulas, los sanandresanos no hablan cristiano, los salvajes que vayan sometiéndose a la civilización, ruido de antaño, pura basura del país confesional, del país bipartidista, del país blanqueado, pura basura que los neofascistas quisieran reavivar con un rayo fulminante del poder que aún tienen y del poder con el que amenazan.

Porque siempre resulta importante que la sociedad crezca para que trabaje, no para que se eduque y mucho menos para que exija igualdades, garantías, respeto o “güevonadas” de esas como las denominan las damas y los señores abogadísimos, empresarísimos o politiquísimos que odian la Constitución actual. Así que la han llenado de baches, de reformas a la medida de su trampa; a toda máquina buscan aplastarla, hacer una nueva idéntica a la ultraconservadora la de antes.

Nadie es tan tonto como para afirmar que la Constitución de 1991 cambió las cicatrices y los hondos abismos de esta sociedad. Pero trastocó una manera de pensar, trastocó la reverencia, el silencio, dejó de justificar filosóficamente el abuso.

Es preferible una sociedad con exceso de derechos, incluso confundida ante las reivindicaciones y sus excesos, una sociedad bochinchosa, con músicas y colores y desórdenes,  que un conglomerado de sometidos, cabizbajos, de hostigados por prohibiciones, por pecados, por urbanidades miserables, por reverencias, por formalismos, por funcionarios con sus sellos, por curas pedófilos con sus perdones; sí, mi doctor, sí, mi señor, sí, Padre, perdóneme que le pregunte, dispénseme por molestarlo, gracias, mil gracias, hágame usted el milagro, tenga doctor la bondad.

Contaba un escritor mexicano que alguna vez le golpearon a la puerta del estudio y el preguntó ¿Quién es? No es nadie, le contestaron, solo soy yo, la empleada.

Por fortuna nadie volverá voluntariamente atrás, a menos, a nada.

Publicada originalmente el 8 de julio 2021

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