María Antonieta

María Antonieta

Un cuento sobre los irónicos personajes de nuestro país

Por: Marco Antonio Villamil Riaño
mayo 24, 2021
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María Antonieta
Foto: Pixabay

—Mamá, ¿sabías que María Antonieta se casó a los catorce años?— mencionó la niña mirando la pantalla del computador mientras mordía la punta de un lapicero.

—¿Quién princesa?— preguntó la madre como si se acabara de despertar.

—María Antonieta, la última reina de Francia.

—Ahh, Marie Antoinette— contestó la madre mientras entrecerraba los ojos con suficiencia, moviendo la cabeza de lado hacia la ventana.

—Se dice Marie Antoinette— reiteró con rebuscada sofisticación. —Dilo con acento francés, para eso vas a un colegio trilingüe.

La niña la miró aburrida con la boca entreabierta, como si no hubiera entendido lo que dijo. —Bueno, Ma-ri-e An-toi-nettt— repitió tratando de imitar la pronunciación de su madre, apretando el cuello y moviendo la cabeza de lado.

—Mucho mejor, ¿qué pasó con ella?—preguntó la madre.

—Que se casó a los catorce años. Y no era de Francia, era de Austria— leyó la pequeña mientras jugaba enredándose el pelo en el bolígrafo. Estaba de rodillas en el piso frente a una mesa de centro, con un cuaderno abierto, un portátil y varios lapiceros de colores esparcidos.

—No me acordaba que se casó tan joven— dijo la madre sentada en una silla de estilo Luis XVI. Apoyó los brazos en los soportes del mueble, respiró profundamente y quitó la mirada de la ventana. —Sigue leyendo que me gusta acordarme.

La niña continuó en silencio y luego entonó moviendo la cabeza. —Nunca dijo “que coman pastel”.

—¿Qué? Hmmmm, y ¿dónde estás leyendo eso? En todo caso no era pastel, era brioche— cerró con rapidez la madre.

—¿Era qué?

Brioche, niña, brioche. Como un pan dulce. Te voy a mostrar.

La madre descruzó las piernas y apoyándose con firmeza de los soportes de la silla, se puso de pie y atravesó la sala. Los pasos eran apenas perceptibles sobre la alfombra que cubría el piso de la ostentosa estancia. Llegó a un escritorio y tomo sin mucha energía un bolso, lo abrió y sacó un celular. Mientras caminaba hacia la niña buscó algo en la pantalla, luego le puso al frente una imagen de lo que parecían ser panes.

—Ahhh, como un mojicón. O un pan rollito— dijo la niña mientras agrandaba la imagen con los dedos y enfocaba la mirada.

—Mejor dile brioche— sentenció la madre sin mucha paciencia mientras quitaba el celular y regresaba nuevamente a la silla. —Y no es como un mojicón y no sé cuáles son los panes “rollito”. A veces hablas como si estuvieras creciendo en otra casa— remató desencantada.

—Yo quiero brich de Maria Antonieta— pidió la niña alargando burlonamente la boca, mirando fijamente a su madre como si esperara algo con diversión. La madre que estaba nuevamente sentada en la silla Luis XVI la miró con determinación, abriendo un poco los ojos.  La pequeña quitó la mirada y observó su propio reflejo en la pantalla del computador. Reía.

—¿Cuándo mi papi vaya a Francia puede traernos brioche?— dijo la niña, esforzándose en pronunciar la nueva palabra sin ningún tono de burla intencional.

—De pronto vamos todos— mencionó la madre enderezándose en la silla, como si una corriente inesperada de energía la hubiera reanimado. —Pero mientras tanto se me ocurrió algo. —En ese momento se puso de pie y se dirigió a la puerta.

—Por favor, que venga alguien a la sala— dijo en voz alta en el corredor. Luego entró y se sentó nuevamente. En ese momento ingresó a la sala una mujer uniformada con ropa camuflada, gorra y botas; era del ejército.

—¿Necesita algo primera dama?— dijo la soldado con firmeza y respeto.

— Mejía, por favor necesito que se vaya corriendo a la panadería francesa del norte y traiga unos brioche— requirió la madre con seguridad.

— Primera dama, eso no va a ser posible. —se disculpó la soldado sin pensar en la confusa petición.

La niña cruzó la mirada hacia su madre, quería ver como reaccionaba ante el desacato. La primera dama tomó impulso para decir algo pero la soldado explicó:

—No es posible atravesar la ciudad porque hay protestas en todo el distrito. Incluso tenemos que evacuarlas a una nueva localización. Una marcha se dirige al Palacio de Nariño y nos van a confirmar la ruta de evacuación. Por favor estén preparadas.

La niña guardó el cuaderno y los lapiceros apurada. La madre no parecía querer moverse de la silla.

—Como si no tuvieran ni pan—dijo la primera dama en voz baja.

Pocos minutos después se fueron todos. El salón estaba ya a oscuras cuando sonó un estruendo. Era una piedra que desquebrajó la ventana. Una lluvia escarchada de cristales cayó sobre el tapiz de la silla Luis XVI mientras un eco de gritos inundó la sala. En los vidrios rotos que aún quedaron en la ventana se reflejó la ciudad en llamas.

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