Twitter, esa enfermedad mental
Opinión

Twitter, esa enfermedad mental

De manera compulsiva trinan como si no hubiera mañana, como si el mundo no fuera ancho y ajeno sino que se limitara a sus burbujas que no les importa a nadie

Por:
agosto 11, 2021
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Yo solo espero que ese sea su trabajo, trinar, trinar compulsivamente, trinar sobre si el sol salió amarillento o rosado, sobre si los perros deben beber agua antes de almorzar, trinar sobre el nuevo kilo que ganó Duque, sobre la próxima investigación que le abrieron a Uribe, sobre la solapada corrupción de este gobierno, sobre lo hermoso que es Petro, sobre los sucias que son las Farc, sobre el presidente eterno, sobre los maridos golpeadores, sobre la Coca-Cola, el cáncer, Bergoglio y toda la santa lista.

Twitter es el Gravitón en donde todos nos mareamos. Abrí la cuenta en el 2011. Obvio, quise ser popular. En Facebook no me va mal y pensé que ese éxito iba a atraer incautos a mi Twitter. Sucumbí de la peor manera. Un amigo que es experto en redes, Andrés Hernández, me aconsejó hace unos años que, si quería tener más seguidores, debería trinar más. Le hice caso. Tenía 1.200 amigos cuando me puse a escribir pensados, sentidos, indignantes parrafadas en Twitter. Dos días después había perdido 300 followers. Obvio que esa vaina no es lo mío y como soy un probado resentido pues acá me tienen, respirando por la herida.

A continuación hablaré de los civiles, los que, por amor, odio o simple fanatismo, enarbolan las banderas del petrismo y el uribismo en Twitter. De Uribe no voy a hablar. Todos ya conocen su enfermedad mental. El 20 de julio del 2018, cuando Juan Manuel Santos instaló por última vez en su mandato el Congreso, estuve a pocos metros de él y vi como publicó, en la hora en la que habló su rival más odiado, 78 veces. Tampoco me voy a referir a Petro quien, después del vergonzoso incidente que protagonizó Gustavo Bolívar, ha trinado en dos días la friolera de 35 estados. No, vamos a hablar de los civiles, de los incautos, de los que se comportan como barras bravas.

Admiro a Margarita Rosa, incluso puedo decir que la amo. Me encanta su inteligencia y coherencia política pero, ¿no le hace daño a sus siquis esas continuas reyertas, esa invitación al vapuleo, esa exposición constante a ser maltratada públicamente? Un comportamiento parecido puedo encontrar en Vicky Dávila. Es extraño. A la directora de Semana le afecta, y mucho, todo lo que dicen de ella. Hay demasiado odio y ella cae en redondo leyendo y respondiendo cada afrenta. ¿Es necesario?

Ninguna de ellas dos se compara al nivel de demencia que uno encuentra en figuras realmente desagradables de la aberrante farándula criolla como Marbelle. La Edith Piaf de los nazis deja ver su homofobia, racismo y amor a la policía que hace gala en cada trino. Además, se nota que hay un desgaste, que le afecta cada insulto. ¿Alguien le ha recomendado a esta mujer un siquiatra? Compulsivo también es el delirante Beto Coral, fino exponente del petrismo científico, un hombre cuyo único trabajo es trinar y decir barbaridades, calumnias sin ningún sustento como afirmar, envalentonado por la serie Matarife, que Uribe es el líder de las Águilas Negras y del Clan del Golfo. Con tantas cosas malas y comprobables que hay que decir de Uribe, ¿no es una verdadera imbecilidad inventarles calumnias?

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Imbéciles y obvias también son las sentencias, siempre revestidas de un hijueputazo, del imposible Levy Rincón, otro intelectual de la Colombia Humana

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Imbéciles y obvias también son las sentencias, siempre revestidas de un hijueputazo, del imposible Levy Rincón, otro intelectual de la Colombia Humana. Siempre me ha llamado la atención la manera como Polo Polo va ensartando argumentos económicos para mostrar una profundidad que no tiene en cada una de sus publicaciones en redes sociales. A algunos, como a Carolina Sanín, la compulsión le ablandó las entendederas y, ha trinado tanto, desde que abrió su cuenta de Twitter en el 2018, que ya incluso está justificando el acoso sexual. Además está esa camaradería tan fastidiosa, tan elitista, de ver como, entre clanes tuitereanos, se echan flores: “Ay qué linda, qué sabia es MarÍa Fernanda Cabal” “Qué Diosa es Margarita Rosa” “Adriana Lucía es nuestra Mercedes Sosa”, “Petro campeón”. Todos se creen mejor persona que los otros. Groucho Marx decía que él no pertenecería a un club que lo admitiera a él como socio y eso me pasa con estas redes, esa camaradería, ese aceptarse como su igual, como los buenos, asquea.

Y todo ese esfuerzo, esas peleas, se perderán como lágrimas en la lluvia. Algunos incluso dejan de trabajar, de hacer las cosas realmente importantes, para intentar desfilar en la pasarelas de los trinos, ganarse unos cuantos aplausos. Si usted gana plata por trinar, venga mi abrazo, amigo mío, y la envidia por supuesto, pero si usted es un pobre perdedor que está a punto de perder su trabajo por trinar y trinar sin que sus opiniones se vuelvan tendencia, permítame cachetearle mi desprecio.

Lo que vuelve Twitter una nueva enfermedad mental es ver, a todos sus fieles, estar convencidos que eso es el mundo. Y no, señores loquitos, Twitter es apenas una puta burbuja.

 

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