Maquillaje versus pobreza: Barranquilla, ciudad de espantajopismo

Maquillaje versus pobreza: Barranquilla, ciudad de espantajopismo

Si para García Márquez fue la ciudad de los espejismos indiferentes, los actuales líderes gomelos la están convirtiendo en capital del espantajopismo

Por: Carlos Ramos Maldonado
enero 27, 2022
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Maquillaje versus pobreza: Barranquilla, ciudad de espantajopismo
Fotos: Pixabay
Con el tumbao que tienen los guapos al caminar…/ Lentes oscuros pa que no sepan qué está mirando: Pedro Navaja

Si para nuestro premio nobel Gabriel García Márquez Macondo fue la ciudad de los espejismos indiferentes y mutables, los actuales líderes gomelos de Barranquilla están convirtiendo a esta urbe en la indiscutible capital mundial del espantajopismo, título que se viene arrastrando desde tiempo atrás, aunque ante el costoso maquillaje con que ahora pretenden cambiar su rostro norte como distractor para ocultar el cinturón de miseria que cunde en la periferia sur y el desbarajuste del centro, el simbolismo y el sueño citadino han embobado a la población de tal manera que el vitrineo y las marcas famosas inalcanzables para muchos están por encima de las necesidades básicas del pueblo: seguridad alimentaria, empleo digno, garantías de movilidad pública, educación de calidad y servicios domiciliarios sin sobrefacturaciones.

Explico:

Primero: La conciencia social que se construyó en los noventa del siglo pasado; fruto de la organización comunitaria que fortaleció la participación ciudadana y la gobernanza, ha sido gradualmente debilitada y cambiada de manera subrepticia por el comportamiento individual de una muchedumbre que es pasiva ante la perplejidad del espectro desarrollista interno, a ultranza, y el sofisma de bienestar de la economía de mercado y la sociedad de consumo.

Segundo: Los medios monopólicos de comunicación, por un lado; el periodismo independiente autocensurado ante el temor de perder una migaja de la tremenda torta publicitaria pública, por el otro, y las bodegas comunicativas que invaden las redes digitales han invisibilizado la realidad de la tragedia popular cotidiana, creando, incluso narrativas que realzan esfuerzos individuales (aunque sin apoyo oficial, asunto que no mencionan), muchas veces por competencia codeando al contrario.

O elaborando crónicas que parapetan a la delincuencia común u organizada como normal y admirable en la marginalidad para recrear la geopolítica del miedo, y, como en el extraño mundo de Subuso, los pobres burlándose de su propia miseria y admirando a los ricos en modo carnaval, de tal manera que la dudosa y chicanera élite emergente de la ciudad pareciera haber salido de un cuento de los hermanos Grimm, de los principados decadentes de la Edad Media o de un califato árabe (de Alí Babá y sus… ladrones).

Tercero: Como en el imperio romano (“pan y circo”: panem et circenses), en Barranquilla se vive el desvarío colectivo periódico con agenda subliminalmente diseñada por el establishment como motor emocional para que durante cada año agotemos los embates carnavalescos, las fiestas del fútbol, alguna inauguración de tótems que refundan la ciudad y con perfil de lavanderías incorpóreas, grandes malls comerciales con corredores aireados y cafeterías abiertas para usarse como pasarelas y presumir frente a transeúntes similares que tienen las mismas limitaciones económicas e iguales quimeras arribistas.

Cuarto: Contrario sensu, mientras en las grandes metrópolis de países con estable desarrollo humano sus mercados de bienes de consumo básico en espacios público son agradables (aseados y espaciosos) y parte del folclor urbano, en nuestra ciudad de río y mar cada vez se deteriora más su infraestructura y sanidad por el abandono a que lo somete el gobierno local ante el interés del mismo de desanimar la presencia allí de los pobladores, ya que, además, son ellos propietarios de grandes y cómodas plataformas comerciales de alimentos, por supuesto, menos alcanzable al bolsillo popular; sin embargo, los espantajopos criollos prefieren esta última opción, así tengan que comprar menos sin control de precios ni pesas o medidas y hacer inmensas colas en las cajas registradoras del pago, donde hasta se roban los vueltos menudeados.

Quinto: Entonces, una ciudad donde más de la mitad de sus habitantes no tienen cómo comer las tres veces al día (encuesta de Pulso Social Dane diciembre 2021), con la informalidad laboral más alta del país, con escasa inversión social en su presupuesto público, con una equilibrada opinión ciudadana donde se dice que las cosas van por mal camino (Redes de ciudades Cómo Vamos 2020), con unos servicios públicos tramposos y con una inseguridad galopante, habría que buscar otras razones por la que mucha gente bacana se muestra feliz con el espejismo exhibicionista que nos han dibujado, disfrutando un carnaval de pobre, unas marcas comerciales “cocochas”, un Junior que no se democratiza y unos proyectos renderizados billonarios con los que saquean el erario público.

Y, para rematar la distracción, ahora nos quieren embutir en debate del carnaval fuera del calendario saturnal y la costosísima Fórmula Uno en Barranquilla.

En este sentido, habría que reflexionar sobre una expresión de resistencia que acuñó casual y letánicamente en una tertulia esquinera de Rebolo el rey Momo de 2019, Fredy Cervantes: “Es que Barranquilla ya no es la ciudad del espantajopismo: al ritmo que vamos, será la ciudad del valeverguismo”.

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