Luis Fernando Robles y el arte como denuncia

Luis Fernando Robles y el arte como denuncia

Su obra es muy consecuente con el momento y lugar de creación: Colombia de los años 60 y 70. De hecho, conjugó perfectamente la simbiosis idea-pensamiento-praxis

Por: Oscar Cerón
febrero 16, 2019
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Luis Fernando Robles y el arte como denuncia

Promediaba la década de los 60, cuando el artista Luis Fernando Robles decide hacer una pira en la terraza de su casa, ubicada paradójicamente  en el barrio El Recuerdo de Bogotá, y así quemar gran parte de su producción pictórica de tendencia abstraccionista. El otrora prospecto insigne de la no figuración en Colombia sella con su acto un periodo en el que se había destacado desde 1954, cuando inicia su carrera profesional como artista plástico.

Marta Traba, la aguda escritora argentina, generadora de gran impacto y remoción en la escena artística nacional entre 1954 y 1969, definió a Robles como un pintor de laboratorio que no hacía sino ensayar diversas fórmulas. Siendo aún poco indulgente con el artista en sus Crónicas del Salón del año 58, publicadas en el periódico El Tiempo, refiriéndose a la obra de Robles como. “Arte tozudo, fácil y rotundo de imbricar unas formas con otras a todo lo largo o ancho de una tela…” Palabras estas que de alguna manera antecedieron al cambio drástico, manifiesto en la obra, que inicia el artista a partir de 1963. Para luego, él claramente, con un contundente testimonio visual y escrito, plasmados en la exposición y catálogo de 1967 en la Biblioteca Nacional, definir la otra ruta inalienable por la que optará como nuevo artista. Declara enfáticamente en mayo del año 66: “De ahora en adelante trataré de denunciar hasta el fin todos aquellos aspectos en que el ser humano se encuentre oprimido, menospreciado, masacrado; trataré de ayudar a desenmascarar a los culpables y causantes de la miseria humana”[1]. Reafirmando, en el 67, el que “Se hace necesario llevar a los lienzos una realidad más seria: la manifestación veraz y exacta de las contradicciones existentes en nuestro hombre y las conveniencias  o inconveniencias  que conllevan sus luchas sociales y económicas”[2].

Robles, un hombre de caminar sereno, abierto siempre al diálogo, de fuerte convicción política y exquisito sentido del humor, dedica casi treinta años de su vida, 1958-1997, a la enseñanza artística en la Universidad Nacional de Colombia. Labor que, como todas sus empresas, asumió con denodada pasión, marcando sin duda su impronta en todos aquellos que corrieron con la fortuna de tenerlo como maestro en las cátedras de diseño y dibujo. Robles no se desliga de su carácter inquieto, su sentido investigativo y su innata condición a la “experimentación”, para acometer su necesidad creativa, reflexiva y crítica. Toma todo trozo de papel, el que esté a la mano, un sobre de correo, una carta anónima, los mismos trabajos abandonados de sus estudiantes, para aprovechar cualquier área en blanco y dar rienda suelta a su fluidez como dibujante ansioso de hacer mofa, ridiculizar hasta caricaturizar, y así  criticar a una sociedad imbuida de arribismo, prepotencia y muy permisiva a soportar el abuso en todos los órdenes. Toca a la clase política, a la oligarquía, al clero, a los militares, para señalarlos como los responsables de la desigualdad y las no opciones permitidas a las clases menos favorecidas. Lo hace con ironía, con humor. Encuentra, con esa figuración que linda con lo caricaturesco, la manera acertada para aguijonear a una sociedad que insiste en mantenerse incólume, que aplaza asiduamente la intención, si no necesidad, de reacción. Concluye el artista: “Para que el mensaje no resulte frío, siempre va mezclado con una buena dosis de humor. El humor es necesario para evitar el tremendismo, para darle un poco de sal a la vida, para hacer la obra más comprensible al público de todas las esferas”.[3]

Robles conjugó perfectamente la simbiosis idea-pensamiento-praxis, traducida en un ejercicio claro de ejecución plástica, su obra, muy consecuente en esencia a un momento y a un lugar, el nuestro de los años 60 y 70. Sin embargo, a los ojos del artista, la problemática social nunca dio tregua y por el contrario siempre nutrió su argumentación estética. Asimiló los embates de la crítica, entendió el rechazo sistemático a su participación en los Salones Nacionales, rebatió a quienes pudieron encontrar su obstinación en la denuncia como algo utópico. Su respuesta fue siempre lúcida, insistir en dar un primer paso para confrontar y chocar. Visibilizó excelsamente a una clase, develó a un sistema caracterizado por el uso inteligente de un tire y afloje, que sabe vender ilusión. Esbozó que la pretendida transformación se dará cuando esas masas, a las que llamó “oprimidos”, alcen su grito.

 

[1] L.F. Robles, Apreciaciones sobre el Arte Contemporáneo, Tercer Mundo, mayo-junio 1966, pg,10

[2] L.F. Robles, Pinturas y Dibujos – 1967, Catálogo exposición Biblioteca Nacional, Bogotá.

[3] Periódico El Tiempo, julio 6, 1969.

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