Los retos del siglo XXI

Los retos del siglo XXI

Parte 2: economía, desarrollo sostenible, sistema financiero y cuarta revolución industrial

Por: Leonardo Chacón
marzo 07, 2016
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Los retos del siglo XXI

De economía se habla bastante. Al fin al cabo incide en nuestras vidas, y como consumidores promovemos su dinamismo. Pero la gran mayoría de nosotros no entendemos cómo funciona, y a decir verdad, tampoco nos importa. Solo esperamos que nos cumplan con nuestro sueldo al final del mes para salir de compras. Su manejo solo está en manos de ciertas instituciones y del gobierno. Esperamos que estas entidades la optimicen para lograr beneficios para el bien general y particular. Nuestra ignorancia la pagamos caro.

En términos sencillos, la economía es la gestión de bienes y servicios dentro de una sociedad; la producción de esos bienes y servicios dependen de la obtención de recursos naturales, cuyos valores monetarios se basan en su escasez.

¿Infinidad económica?

A pesar de las incontables crisis económicas y guerras, desde la revolución industrial la economía mundial no ha parado de crecer de manera exponencial. ¿Qué tanto puede crecer? Hasta el infinito por supuesto. Claro, si la diseñamos bajo la perfección inagotable de las matemáticas. Pero en términos físicos y entrópicos es imposible un crecimiento continuo. El sistema económico está lleno de límites. Limites que hasta hace poco empezamos a identificar y aún no hay un conceso sobre cómo abordarlos.

Mediante un ejemplo muy sencillo se puede entender porque es absurdo pensar que el sistema económico es imparable. Cuando observamos una imagen del planeta Tierra desde el espacio, es claro el límite entre su masa y la oscuridad del universo. Con excepción de los rayos solares, toda la materia y energía que tenemos a nuestra disposición sólo están en esta roca relativamente húmeda.

La proporción entre el planeta y la economía mundial –en un dibujo a vuelo de pájaro y sin escalas- en la actualidad se podría representar así:

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Teniendo en cuenta lo anterior, ¿acaso tiene sentido el siguiente dibujo?

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El diseño lineal de la economía -extracción de recursos, fabricación de bienes, distribución, consumo y generación de residuos-, fundamentado en el mecanicismo, simplemente no es compatible con un planeta finito. En el papel opera a la perfección. Pero lo cierto es que interactúa con sociedades, culturas y ecosistemas, y en cada paso se topa con límites. Esta configuración conduce a la explotación, desperdicio y desecho de recursos, animales y humanos. Y nosotros, obtusos, sólo somos conscientes de las compras.

Aun así, muchos defienden la idea de que la generación de riqueza conlleva a una mayor protección de los ecosistemas, ya que se cuenta con los recursos económicos para salvaguardarlos y/o para explotarlos a un ritmo “adecuado”. ¿Acaso no es hay algo contradictorio?

La economía está supeditada a la dimensión del sistema planetario y a los principios que lo rigen. Bueno, eso sin mencionar la naciente industria minera en asteroides, que por cierto desdibuja muchas fronteras éticas.

¿Desarrollo sostenible?

Desde la segunda mitad del siglo XX ya no se pudo ignorar más la progresiva degradación de los ecosistemas, por lo que los gobiernos de las principales potencias empezaron a acordar reuniones para establecer una ruta de acción. Luego de varios encuentros internacionales, surgió la idea de reconfigurar la economía y la sociedad a partir de un nuevo marco teórico: EL DESARROLLO SOSTENIBLE. Por la problemática que aborda, la definición y la manera de poner en marcha este concepto ha mutado varias veces en un sinfín de palabrería ininteligible para el ciudadano común y, con seguridad, para muchos Estados. De hecho, el desarrollo sostenible se puede considerar como una imposición más de los países “ricos” hacia los países “pobres”. En la actualidad, la capacidad operativa del desarrollo sostenible es reducida y aún está por comprobarse. Para algunos sólo representa la continuación del desarrollo económico con un ligero toque “verde”. Y puede que tengan mucha razón.

Ante la preocupación del agotamiento de combustibles fósiles y los avances en biotecnología, se espera que la industria de los biocombustibles crezca en las próximas décadas. ¿Una solución que satisface nuestras necesidades energéticas, genera empleo y es acorde con el desarrollo sostenible? La realidad es mucho menos idílica. Es la sustitución de una industria por otra. El sector de la biotecnología también funciona bajo los mismos parámetros convencionales de la economía. Con tal de satisfacer la creciente demanda de energía se explotan diversos seres vivos, para generar enormes ganancias a corto plazo, a raíz de la apertura de un nuevo mercado. Además, los biocombustibles suponen una presión adicional sobre la alimentación de 7.000 mil millones de personas, al proporcionar cada vez más terrenos al cultivo de materias primas que al cultivo de alimentos. Por otro lado, cualquiera con algunas nociones de química sabe que la combustión de cualquier material orgánico siempre resulta en dióxido de carbono, gas de efecto invernadero, y, en menor proporción y cuando la combustión es incompleta, en monóxido de carbono, gas toxico para los seres humanos. Una vez más, pagamos caro nuestra ignorancia.

Sistema Financiero   

La economía se hace más compleja cuando se le adicionan elementos como bolsa de valores, bancos de inversión, índice bursátil o titulización. Es el totalitario SISTEMA FINANCIERO. Contiene e interconecta la dimensión económica de todas las sociedades del mundo. Es sencillamente colosal.  Pero también es etéreo, artificial e injusto.  Esas características se pueden percibir muy bien durante una crisis económica. En esta situación millones de personas se quedan sin empleo, hogar, servicios de salud y padecen de hambre. ¿Por qué?, los recursos, infraestructuras y terrenos siguen ahí, disponibles, inamovibles y en igual cantidad. ¿Por qué un griego cualquiera en 2010 debía dormir en hogares de acogida o sufrir de desnutrición? La respuesta, saltándose muchos eslabones y al aplicar el efecto mariposa, es que a comienzos de los 90 en Wall Street, gracias a la desregulación y los avances en informática, se crearon unos productos financieros complejos llamados derivados, que permiten a los banqueros especular con las variaciones del precio del petróleo, hipotecas, el fracaso de una compañía, e incluso con el tiempo. ¿Derivados? Un complejo sistema que permite apostar en básicamente cualquier cosa. Es un casino demencial que no sólo permite ganar dinero gracias al fracaso de otro, sino también ganar dinero apostando dinero ajeno.

Es un total enredo. Y al parecer está diseñado de esa forma adrede. Sólo los que están inmersos en el sistema financiero comprenden su complejidad. De esta manera pueden corromperlo para el beneficio particular con acciones que escapan al entendimiento del ciudadano común, pero con seguridad causarían indignación en la opinión pública de llegarse a conocer. A pesar de lo confuso y omnipresente que puede llegar a ser el sistema, sólo existe en libros contables, software o servicios en la nube.  Direcciona la vida económica de todos, pero esta apartado de lo tangible. No contempla límites. No funciona a largo plazo.

¿Capitalismo o socialismo?

A primera vista, se podría considerar que el socialismo, por su inclinación ideológica, es más afín a la protección natural que el capitalismo. No obstante, a pesar de que el socialismo es contrapuesto al capitalismo, tienen una similitud. En ambos sistemas hay una explotación severa de los ecosistemas para generar riqueza. Es la forma como se reparte esa riqueza, de acuerdo a una ideología política, lo que los diferencia. A manera general, en el socialismo, o más bien en el famoso socialismo del siglo XXI, el Estado ejecuta políticas proteccionistas e intervencionistas con el fin de implementar programas de bienestar social e igualdad. Pero costear esta logística no es fácil. Es necesario un continuo y creciente flujo de ingresos.

Hace varias décadas que China vive un apogeo industrial al ser la fábrica del mundo. En la década pasada requería unas cantidades exorbitantes de materias primas que no poseía. Ante tal demanda, el precio de las materias primas era elevado y los países de América Latina, que basan sus economías en su extracción, las exportaban a raudales. China era excelente socio comercial. Por consiguiente, el crecimiento económico de la región durante esa década fue impresionante, lo que permitió al bloque de gobiernos de izquierda costear sus costosos programas sociales, y a su vez, facilitó la entrada de muchas personas a la clase media.

La situación empezó a cambiar a partir de 2008, cuando la economía mundial sufrió un frenazo. Ante una menor demanda de materias primas, sus precios comenzaron a caer. El flujo de dinero comenzó a mermar, y con ello la maquinaria de bienestar social, a tambalear.  Ya bien entrada la segunda década del siglo XXI, el precio del petróleo llegó a unas cotas muy bajas, entre otras razones por una sobreoferta mundial -debido a una mayor producción de crudo por parte de Estados Unidos-, lo que redujo aún más los ingresos. Estas situaciones en cadena, sumado a graves actos de corrupción y otras causas, han provocado que el bloque de gobiernos izquierda se vea en serios aprietos. Una nueva clase media disgustada y una clase baja que aun desea ascender, exigen mejores condiciones socioeconómicas a unos sistemas políticos quebrantados o en colapso. Guerra económica o no, lo cierto es que la globalización también puede llevar a la ruina al socialismo del siglo XXI. Basar el bienestar general a costa de la destrucción natural no es realista. Muy bien lo dijo Neil Tayson Grasse en su programa televisivo Cosmos, “los sistemas económicos prevalecientes, sin importar cuál sea su ideología, no poseen mecanismos integrados ni siquiera para proteger a nuestros descendientes dentro de cien años, mucho menos a los dentro de cien mil”.

Cuarta Revolución Industrial   

Aun no nos acoplamos del todo a la era digital, cuando ya se nos viene encima otro gran cambio. Los avances en nanotecnología, informantica cuántica, robótica e inteligencia artificial ponen al mundo a puertas de entrar en la Cuarta Revolución Industrial, de acuerdo al último Foro Económico Mundial de Davos.

A primera vista estos cambios suponen una mejora de la calidad de vida y mayores ingresos, ¿pero de quiénes? Ya se vislumbra el nacimiento de poderosas industrias que impulsarán la economía mundial. Estas requerirán abundantes cantidades de materias primas con un alto nivel de transformación; una presión más sobre los maltrechos ecosistemas. Por otro lado, se crearán nuevos puestos de trabajo, a los que sólo podrán optar personas con elevado nivel académico. Los puestos de trabajo repetitivos y que exigen fuerza física, desaparecerán debido a la automatización; de un momento a otro millones de personas quedaran sin empleo. La Cuarta Revolución Industrial acrecentará la desigualdad.

Estos avances, sin estar bajo la lógica de la dimensión económica, deberían de una vez por todas implementar y masificar las energías limpias, a la vez que se continúa con sus optimizaciones pertinentes. También, deberían liberar a niños, mujeres y hombres de trabajos forzosos, abusivos, peligrosos, degradantes y mal pagos. Ayudaría a acabar con la esclavitud del siglo XXI.

En esta nueva era que se avecina cabe preguntarse, ¿es necesario el trabajo y la educación tal como las conocemos en la actualidad? El trabajo y la educación son fundamentales para la sociedad, pero… ¿son fundamentales para el ser humano? ¿Es necesario pasar tanto tiempo de nuestras cortas vidas en estas ocupaciones? Más bien sin la existencia de preocupaciones económicas, las personas tendrán más tiempo libre para desarrollar la creatividad y la inventiva en todos los campos del conocimiento, y compartir con los suyos en ambientes de esparcimiento y ocio. En últimas, ser felices. Pero eso suena aún muy utópico.

Por lo pronto, la próxima vez que oigamos que la economía creció un x%, no debe haber motivos para celebrar; eso no significa que cada ciudadano sea un poco más adinerado. Pero si implica que se degradaron aún más los ecosistemas, y que personas con precarios niveles socioeconómicos, se las explotó de manera más severa en la manufactura de cientos de productos que consumimos. Por otra parte, por la misma naturaleza del sistema, cuando ganas dinero, alguien en algún otro lado lo pierde.

Es imprescindible que dejemos de producir tanto de una infinidad de cosas. Es necesario que el tamaño de la economía de cada país de la Tierra disminuya. Este proceso pondrá nerviosas a las corporaciones del mundo y recibirá oposición de los defensores del libre mercado, y con justa razón, en el proceso deben desaparecer o fraccionarse muchos conglomerados económicos, y el nivel de ingresos de cada persona disminuiría. Muchos, según los estándares del Banco Mundial, pasarían a ser pobres. Pero el punto es que, poniéndole la etiqueta que queramos –capitalismo, libre mercado, neoliberalismo, progreso, desarrollo económico, socialismo, globalización-, esto que llevamos haciendo por más de 200 años no funciona. Hay que idearnos algo nuevo. Y mientras tanto la economía debe decrecer.

 

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