Los Peroncitos
Opinión

Los Peroncitos

Los caudillos pasan a la historia rodeados de fervor popular, pero sus países se arrepienten de haberla vivido sin examinarla

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agosto 17, 2018
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Desde los primeros años de la primera posguerra los científicos de la política consideraron que los mitos políticos habían derrotado, de modo irreversible, el pensamiento racional. El hecho, en sí, indujo a las comunidades a borrar de las mentes lo que aprendieron de la teoría y la práctica, de los libros y de la vida, o sea, lo que la razón daba por cierto y definitivo con el auxilio de la ciencia, la técnica y la experiencia. Era obvio que el viraje incidiera en el Estado, los gobiernos y las instituciones que regían al uno, los otros y a los partidos políticos.

En los países de menor madurez democrática el abandono del pensamiento racional fue más ostensible y nocivo para el ejercicio político, puesto que la mitificación de un dirigente político incluye la subestimación de quienes piensan distinto. Por lo general, para la cauda del dirigente mitificado lo prohibido a sus adversarios y enemigos es permisible para ellos y su líder. No hay argumento que valga contra esa alteración de la lógica que se presta para contravenir Constituciones, leyes, principios, ética, tolerancia y restricciones que garanticen derechos comunes.

Los antropólogos, mejor que los politólogos, han desentrañado la esencia de los mitos. De acuerdo con Ernst Cassirer, ellos atribuyen dicha esencia a la santa simplicidad del género humano, debido a que no es un producto manufacturado del análisis frío, ni de la superioridad del pensamiento, sino de los impulsos y fantasías de las personalidades pedestres. Suerte grande la de los conductores que aseguran la adhesión reverencial de este tipo de espíritus que anteponen el instinto a las convicciones.

Para el mito político en posesión de sus privilegios frente a los sucesos terrenales, todo lo que discrepe de sus cánones es un agravio personal dirigido a desvanecer su hechizo y los dogmas que cubren las compulsiones que arroban a sus borregos y a la masa. Ladrón o cabrón queremos a Perón, ululaban los argentinos. Los Peroncitos confían en su “filosofía primitiva”, porque quien luce aureola y magia es tan convincente como un sabio, según James Frazer, el paciente autor de los quince tomos de La Roma dorada. Los Peroncitos son un todo indiferenciado que mandan y abusan por derecho propio. Antojos y caprichos son elementos de su carnadura mítica.

Ya Thomas Carlyle, en su apología de los héroes, había llevado al caudillo hasta su más extrema exaltación, e identificaba la historia que protagonizaba con sugestivos ribetes de predestinación. Según Carlyle, sin el caudillo carismático no habría historia sino estancamiento y parálisis social. Los Peroncitos se enmarcan en ese “ardor ilimitado” que suscita la reverente adoración a sus arrestos heroicos, y sus hazañas lo transportan del ejercicio del derecho propio al disfrute del derecho divino. Ese fue el embrión del cristianismo, es decir, del mesianismo. Allí no llegan ni la lógica ni la razón tanto como los sentimientos elementales y, no pocas veces, las invocaciones brutales que De Gaulle juzgaba convenientes en los conflictos bélicos pero jamás en los enfrentamientos políticos.

 

Al verse divinizados por el sectarismo, el fanatismo y el primitivismo,
confunden el poder con el derecho imbricando al primero en el segundo
con la aprobación irreflexiva de sus místicos

 

 Los Peroncitos, al verse divinizados por el sectarismo, el fanatismo y el primitivismo, confunden el poder con el derecho imbricando al primero en el segundo con la aprobación irreflexiva de sus místicos. Por ese atajo se les facilita el juego: comienzan a mentir, a meter miedo, a falsificar las reglas democráticas (los privilegios para ellos y el embudo para los demás) y a derrochar ambiciones, egolatría y farsas con dividendos políticos cuantiosos. Pero el daño que ocasionan los mentirosos velos se satura, tarde o temprano, precipitando las crisis y reventando las debacles amasadas en el festín de las granujadas individuales.

Los Peroncitos pasan a la historia rodeados de fervor popular, pero sus países se arrepienten de haberla vivido sin examinarla. Perón fue para la Argentina peor que las bombas atómicas para Hiroshima y Nagasaki. El Japón se repuso de aquel desastre y la Argentina se desplomó después de haber sido la despensa de Europa en la posguerra, bajo el mando del general. El Peroncito colombiano brega por merecer una conferencia póstuma de Carlyle, dentro del capítulo El héroe como rey, para demostrarle a Juan Manuel Santos que resucitar a un muerto, a los 137 años de su deceso, es mucho más meritorio que ganarse un Nobel de Paz.

Honrosa compañía les espera al padre Marianito y a la madre Laura.

 

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