Los pasajes de la pobreza
Opinión

Los pasajes de la pobreza

Los huérfanos de Dios. Del hombre. Del Estado. Del Gobierno. De la abundancia de los pocos

Por:
agosto 13, 2015
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Por aquí, por estos pasadizos de la plaza de mercado de Sincelejo, ciudad en la cual vivo, en las ciudades del interior del país, Colombia, las llaman galerías, pasa la pobreza en todas sus formas, peso, tamaños y tonalidades.

Pasan las pobrezas, entonces: la física y material; la humana y la emocional, tan cruel o más que la física; la que se esconde por días y solo sale los sábados a las plazas de mercado, o a las galerías, a recoger tomates podridos, papas, repollos, zanahorias, trozos de vísceras a medio podrir, arroz con gorgojos y gusanos, huevos corruptos y cuanto desperdicio sea susceptible de alimentar el pobre y domado estomago de los pobres.

Son muchos, tantos, cientos, miles, incontables, los que por estos pasadizos y por todos los pasadizos de este breve, ancho y ajeno mundo, pasan en la larga, interminable procesión de pobres que es la pobreza, que resulta en realismo mágico creer que el mundo esté habitado por tantos de esa especie.

Pobres apabullados por el hambre, los que desfilan por estos pasadizos de la infamia; por estos desfiladeros paradojales de la abundancia y las carencias; de la misericordia y del desprecio, cuya única esperanza son las canecas de los desperdicios, la generosidad de las cosas que se pudren y se dejan botar para que ellos las recojan y se alimenten.

Si alimentarse es eso: un día a la semana recoger lo inservible, espulgarlo, medio lavarlo y ponerlo a cocinar, todo revuelto en un mazacote, en una olla arrumada por el tizne de todas las candelas de los pobres, que deben ser muy pocas, porque rara vez tienen desperdicios que cocinar.

Por estos pasadizos de la pobreza voy con frecuencia, pero apenas un día de estos pude darme cuenta de la muchedumbre desbordada de pobres que deambulan los sábados por la plaza de mercado de esta ciudad, galerías allende este Caribe colombiano reseco y hambriento, en la búsqueda incierta del pan suyo de cada día, tan esquivo, casi imposible para ellos, mortales como nosotros, pero mortales prematuros por el hambre que los devasta y muere antes de tiempo.

Por aquí pasan los hombres pobres: jóvenes, niños y ancianos; pasan las mujeres pobres: viejas, jóvenes y niñas, desgastadas por el hambre; jóvenes en trance de desgastarse en la misma y oprobiosa profesión de hambrientos; niños y niñas que hacen de lazarillos de los que se han quedado ciegos ya por el hambre de tantas generaciones padecida.

Pasan tantos de tanto, que nadie se da cuenta que pasan; que se mueven.

Simplemente no se ven porque ni siquiera existen. No son y, si  alguna vez, tampoco fueron.

Esos son los pobres de esta ciudad; los mismos pobres de otras plazas de mercado y galerías de otras ciudades de Colombia; derrotados de la esperanza y del hambre.

Los huérfanos de Dios. Del hombre. Del Estado. Del Gobierno. De la abundancia de los pocos. De nosotros, indolentes hasta la ceguera, cerrando los ojos para no ver la procesión de pobres que nos oscurece.

Poeta
@CristoGarciaTap
[email protected]

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