Los otros desmovilizados
Opinión

Los otros desmovilizados

Por:
junio 20, 2014
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En un conflicto interno tan prolongado como el nuestro es tanto el dolor y la sangre que hay que limpiar, que quizás se necesitaría mucho tiempo —tanto como el conflicto mismo— para dejar todo en un equilibrio de perdón y olvido o de perdón sin olvido.

De ello se ocuparán los expertos investigadores, las agencias de gobierno —inventadas a propósito— y hasta las pitonisas de estos tiempos tendrán un lugar en el mercado laboral de la paz y el posconflicto.

Sanar de una guerra a todo un país es tarea tan inmensa como declarar la guerra tal y cual la hemos vivido a lo largo de más de 50 años: con su intensidad de muertos constantes, el miedo en la piel de cada mañana, el aire espeso como mantequilla y las lágrimas nublando la mirada hacia adelante, igual que una lluvia oscura que no ríe.

Pero ya llegará el momento de saborear otra lluvia, más risueña, muy inocente como la mano de un niño en tu mejilla, con más tranquilidad y sin temor a los truenos y relámpagos que se confunden en pesadillas de pueblos rurales azotados por el invierno de la guerra.

De manera paralela a esta guerra interna que nos ciega y nos niega la felicidad aparente que significa el estar vivo, también hay un ejército de seres animados y con voluntad propia que han declarado desde siempre una guerra contra sí mismos y contra sus semejantes, en clara confabulación para sembrar de infelicidad a este mundo de fragilidades y quimeras.

Esos otros, sí ellos, los que tendrán que decidir entre seguir en una guerra sin sentido contra los sueños de País o sumarse al coro de emancipadores incondicionales contra la desigualdad y la injusticia. Esos otros, que nunca han constituido ejércitos ni cuadrillas de bandoleros, que no lanzan consignas ni tampoco atentan contra la tranquilidad de las tumbas, ellos, tarde que temprano tendrán que desmovilizarse.

Identificarlos puede ser fácil o difícil según sea el tamaño de su aporte a la intensidad de la otra guerra. La guerra contra el propio país:

Los empresarios que no tienen el menor escrúpulo y el mínimo patrimonio ético para defraudar al fisco con la evasión de impuestos y el dolo en cada transacción comercial. Los que prefieren el inmenso mar de la informalidad para navegar como bucaneros con patente de corso y acumular despiadadamente sus tesoros. Son ellos tantos o más peligrosos que los “alias” que la guerra edificó en el diccionario del diablo. Los evasores de impuestos serán los primeros desmovilizados que necesita el país para sembrar justicia y poder soñar con un país tributando un 25 % del PIB.

Los capturadores de renta (rent seeking) —que incluso por lo general son empresarios— que se valen de las decisiones de política pública en todos los niveles: los amigos del concejal en Toluviejo o en Turbaco que espera ser favorecido con un Acuerdo del Concejo para nutrir sus arcas de ogro infeliz; el constructor que presiona para que el POT de su ciudad no se meta con la plusvalía de sus inmensos potreros urbanos; el “cacao” que aspira a tener su propia bancada de congresistas para que a punta de metralla legislativa adobada con whiskies importados y manjares del poniente, aprueben un arsenal de leyes para su inmenso emporio de capital; y hasta el narcotraficante de oscuras misiones y claros intereses que deja a un lado su negocio para contrabandear con las políticas públicas y correr menos riesgos policivos.

Los periodistas que fusilan con mayor efectividad a sus víctimas escogidas y sin ningún remordimiento siguen tan campantes. Ellos que entierran a la verdad y crean un mundo inventado a su medida, deberán pasarse al otro lado; al ambiente aburrido de la tranquilidad y de las noticias bañadas en caldos de risa y salpimientas de bienestar.

El vecino que destila veneno en original ponzoña y que se regodea de la mortificación al prójimo (o sea su vecino) para justificar su maléfica existencia y de paso, dejar constancia que las guerras de mínima intensidad no importan tanto por el ruido que hacen sino por la herida que no dejan sanar. Ese vecino que está muy cerca de usted, debe reinsertarse a la tómbola periódica de solidaridad que tanto nutre al barrio y que se necesita para erradicar la indiferencia urbana.

El compañero de trabajo en la empresa o en la oficina que toda la vida le ha declarado la guerra a la tranquilidad y que dispara balas de envidia con una saña digna de cualquier francotirador remunerado con incentivos en oro puro. Lo queremos ver en otra guerra: la que hay que librar contra la baja productividad y la incompetencia.

Los mercenarios del medio ambiente. Ellos que al parecer no viven en este pedazo del planeta sino que vinieron a saquearlo desde la constelación de Orión, también requieren bajarse del carruaje de la guerra y sembrar de verde todo lo que pisan.

La lista sería demasiado larga. Por hoy solo dejamos la inquietud a usted amigo lector, que si no pertenece a ninguno de los anteriores y siente que debe desmovilizarse, adelante, de un primer paso al frente.

Coda: Hasta los malos poetas y escritores deberán desmovilizarse y prometer que nunca más, nos someterán a la tortura inmarcesible de leer o soportar —que no es lo mismo— sus petardos literarios que nos quitan el sueño de soñar en paz y tranquilidad.

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