Los médicos de la calle
Opinión

Los médicos de la calle

Del maletín sacó una serie de productos, que fue explicando con una verbosidad hipnótica, para el mal de ojos, la incontinencia senil, el prurito anal, los dolores menstruales…

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enero 11, 2017
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El general

En la terminal satélite de Cartagena, donde se arman tenderetes que venden desde sancochos de pescado de mar, hasta baterías de relojes importados, escuché a uno de los más avezados “médicos” de la urbe. Su discurso es completo, sin muletillas ni titubeos.

Arriba en el pasillo de un bus que va hacia Maríalabaja tiene el público en cautiverio, luego lo cautiva con su verbo. Suelta entonces frases que parecen espontáneas pero en realidad se trata de una exposición armada con inteligencia.

Primero ofrece unas pastillas mentoladas para el dolor de garganta, la inflamación de las amígdalas, la carraspera y la tos seca. “Usted lo va a comprobar una vez la adquiera, póngase esta pastilla sobre la lengua y es como si prendieran enseguida un potente aire acondicionado, un mini split, le refresca y le cura esa garganta en segundos, no me pregunte por el precio, si piensa en su salud ningún precio es alto, pero déjeme mostrarle otras maravillas”.

Luego devuelve las pastillas a un maletín de cuero azulado que se cruza sobre el hombro derecho y aparece con un sobre verde que levanta hasta los pasamanos del bus. “Este es uno de los secretos chinos contra todo tipo de dolores: artríticos, lumbalgias, espasmos musculares, el uso es muy sencillo. Destapa usted el producto, desliza suavemente los dedos índice y medio sobre la crema; con masaje suave y constante aplica de manera generosa en la parte afectada, una vez la crema ha hecho contacto con la piel su fórmula ancestral a base de hoja de coca, marihuana, eucalipto, bejuco maravilloso y otros hierbas orientales, sentirá el alivio en pocos segundos”.

De ese maletín azul sacó una serie de productos, que fue explicando con una verbosidad  hipnótica, para el mal de ojos, la incontinencia senil, el prurito anal, los dolores menstruales, el sabañón axilar, las callosidades vaginales, el hígado graso…

Era tan convincente que los pasajeros, al tiempo que compraban algún producto, iban revelando en voz alta sus intimidades, interrogando al “médico general” sobre males a los que no había hecho referencia y que ellos sufrían desde hace tiempo.

 

El optómetra

avenida venezuela

El vendedor se ubica sobre uno de los andenes de la avenida Venezuela en Cartagena.

En la mañana, cuando el sol golpea la acera norte, él se ubica en la acera sur. En la tarde, lo contrario. Se llama trabajar “De sol a sol, papi”, me explica el vendedor. “¿Te vas a maltratar?, uno se acomoda, mi vale”.  Agrega, mientras organiza los juegos de lentes que exhibe en una tabla forrada con un paño rojo.

En cada espejuelo tiene un diminuto adhesivo que establece su dioptría. El procedimiento de elegir un par de gafas, pasa por una sencilla prueba que se realiza de forma rutinaria.

El cliente se acerca y de inmediato el vendedor le entrega un pequeño cuadernillo de percalina negra con portada en letras doradas que dice Santa Biblia. El vendedor con serenidad, pregunta si ve las diminutas letrillas y lo invita a leer un pasaje. Interroga entonces por el capítulo del texto leído, pide el dato de los versículos, unos numerillos ubicados arriba de cada frase, y exige precisión en las respuestas.

Si el futuro comprador, acierta, entones el vendedor le dirá que esas son las “Efectivas, las propias, las verdaderas, para leer cualquier tipo libro”. Culmina así la visita al optómetra callejero, cuya consulta es gratis: “Porque usted solo paga el valor de los lentes una vez comprobada su efectividad, sí o no, mi vale”. Concluye el optómetra callejero.

Por aceras y pretiles se escuchan especialistas en todas las ramas: ginecólogos, andrólogos, reumatólogos, terapistas familiares y hasta siquiatras, que  transitan las calles de la urbe entregando nuevos males o efímeros ali

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