Los hombres no sirvieron.... ya es hora de que una mujer sea alcalde de Bogotá

Los hombres no sirvieron.... ya es hora de que una mujer sea alcalde de Bogotá

Entre las aspirantes al cargo se destacan Ángela Garzón y Claudia López, quienes representan alternativas completamente distintas para la capital

Por: Fernando Álvarez Corredor
noviembre 29, 2018
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Los hombres no sirvieron.... ya es hora de que una mujer sea alcalde de Bogotá
Foto: Twitter @angelagarzonc / Las2orillas

Si algo recuerdan los bogotanos como una buena alcaldía fue la primera administración de Antanas Mockus. Esa época en la que Mockus respondía cuando le preguntaban si era de izquierda o de derecha: “Yo no sé, pero en política a veces hay que actuar como en el tráfico bogotano, que irónicamente fluye más por la derecha”, dijo con su habitual estilo informal y reflexivo. Y a pesar de que era un resultado de una audaz propuesta semipopulista de Gustavo Petro, gobernó con un criterio incluyente, nada sectario y cero mamerto, hasta el punto de que terminó como el mejor aliado del entonces presidente Alvaro Uribe Vélez en la lucha por la seguridad democrática en la ciudad. Ahí fue cuando los bogotanos aprendieron por primera vez conceptos como cultura ciudadana y ética de lo público.

Esa mirada sensitiva, cuasifemenina de Antanas, en la que se notaba la preocupación por los recursos públicos como intocables, donde la vida era sagrada y el respeto por las normas era lo adecuado, dejaba en el hipotálamo de los ciudadanos un constructo de pensamiento en el que la solidaridad primaba y el camino del atajo era repudiado. Era un concepto ético de la función pública y un precepto estético del deber ser del servicio social. Se vivió y se sintió irrigar un compromiso general según el cual todos ponían, simbolizado en la perinola que pretendía lúdicamente sembrar conciencia de amor al prójimo y de respeto al otro como un legítimo otro en la diferencia. Pero mucha agua sucia ha corrido bajo el río Bogotá.

Vino la administración de Enrique Peñalosa, inspirada en el resultado eficientista por encima de cualquier criterio social, que por suerte copió algunas buenas intenciones a Mockus. Y gracias a que este había logrado sanear las finanzas públicas del distrito, aunque no logró ejecutar muchas obras, Peñalosa las ejecutó. Sin embargo, su administración marcó una diferencia sustancial con Antanas en la ética de lo social. Para Peñalosa el espacio público era tan prioritario que no importaba que fuera a costa del público, como se evidenció en una orden administrativa de echarle encima un muro a los ciudadanos, que lo defendían como mecanismo para garantizar la seguridad del vecindario, con un saldo ejemplarizante de autoritarismo: dos muertos.

Después llegó la reelección de Antanas, quien había dejado un déficit de credibilidad por haber renunciado en busca de dar el salto a las presidenciales en medio del sabor de frustración en los bogotanos, pero como lo anunció El Quijote, nunca segundas partes fueron buenas. Luego llegó la administración de Lucho Garzón, que cabalgó en la solidaridad y le abrió las puertas al discurso mamerto que había estado opacado en las dos administraciones anteriores, alcaldía que se caracterizó por más carreta que obras y más chistes que propuestas. Y después vino la debacle de la mamertería con la administración de Samuel Moreno y su hermanito Iván, que por poco se roban a Bogotá y construyeron la ruta a la corrupción administrativa al mejor estilo de los saqueadores de las películas del antiguo oeste americano.

Alcaldía que es justo reconocerlo no tuvo un final más infeliz gracias a que la heredó una mujer, Clara López Obregón, que aunque mal acompañada, logró ponerle ese toque femenino a la administración de los recursos y a la solidaridad con los más necesitados. Desde Antanas no se sentía esa mirada amorosa y femenina hacia la ciudad y ella lo intentó pero atrapada por la izquierda oportunista que encabezaba su marido Carlos Romero, a la que se le sumaban los mamertos oportunistas y los izquierdosos corruptos que le había legado la administración de los hermanitos Moreno. Y para colmo de males se coló Gustavo Petro aprovechando la mezquindad de Carlos Fernando Galán y de Gina Parody, que se le atravesaron a Peñalosa.

La administración de Gustavo Petro no pudo ser más accidentada. Su estilo populista se enfocó más en tomar la alcaldía como una tarima para las elecciones presidenciales y enervó a la extrema derecha, que torpemente lo quiso sacar del camino por medio de una exagerada medida disciplinaria impuesta por el entonces procurador Alejandro Ordóñez, la cual no tardó en surtir el efecto bumerán. Petro experto en jornadas agitaciones llenó la Plaza de Bolívar y concitó la solidaridad de los pobres bogotanos, a quienes por poco les promete manutención eterna y gratuita sin importar si dejaba en la ruina a Bogotá. Exacerbó la lucha de clases y aunque hablaba de una Bogotá Humana se caracterizó por generar los sentimientos más inhumanos en los desarrapados de la ciudad y a pesar de que cacareaba la política del amor fomentaba el odio por los ricos y por los medios de producción, al mejor estilo estalinista.

Y como segundas partes nunca fueron buenas Peñalosa resultó, en un efecto pendular, alcalde apoyado por todos los antipetristas. Los petristas lo recibieron con los taches y sacaron lo peor del alcalde Peñalosa, quien renunció a la humildad que había aprendido en los Verdes al lado de Mockus y Sergio Fajardo y le dio rienda suelta a su soberbia de gomelo tardío. Sus medidas no parecen inspiradas ya ni siquiera por el eficientismo neoliberal de su primera administración, la cual era insensible socialmente pero producía resultados a largo plazo. Esta administración de Peñalosa se debate en las medidas anti sostenibles como la de los buses que no aceptan otros países y el culto a la ilegalidad que promueve al afirmar que la reglamentación de los parqueaderos es un problema menor en la ciudad.

El panorama de la ciudad ahora reclama ponerle corazón a Bogotá. Ya los ciudadanos que habitan en la capital no están dispuestos a que se monten izquierdistas ni del socialismo del siglo XXI que acaben con lo bueno que de todas formas se ha avanzado, ni un derechista que venga a atrincherarse contra el castrochavismo y deje de lado las soluciones urgentes de una ciudad atascada. La ciudadanía quiere un gobernante con hemisferio femenino, que sepa administrar sagradamente los recursos públicos, que se conduela con las necesidades de los estratos bajos pero que genere oportunidades más que subsidios. Ojalá una alcaldesa con sensibilidad y ética femeninas pero que sepa que obras son amores.

Y por este camino habría quien diga entonces que las condiciones están para Claudia López. Sin embargo, habría que decirle que los ciudadanos que viven en Bogotá y tienen sentido de pertenencia merecen una oportunidad para que la lucha por mejorar lo que hay sea a partir de construir sobre lo construido, aislar a los corruptos pero no a punta de cantaleta y gritería sino de medidas eficientes y gestión transparente. Y en eso Ángela Garzón puede no ser tan macha como Claudia López, pero de seguro sí es más seria y más consagrada con los resultados antes que con los efectos sonoros. Angelita, como le dicen los que la quieren de siempre, es sensible y efectiva, en cambio Claudia es sensiblera y efectista, que es muy distinto.

Ojalá que los uribistas, que no son unos militantes endemoniados aunque haya uno que otro extremista, a la hora de escoger entre las variables internas para esta aspiración recuerden que es mejor alguien menos radical de derecha para una Bogotá centrista; alguien que le ponga corazón a los problemas y mano dura a las ilegalidades. Alguien que no se desgaste tanto en la lucha ideológica como que se gaste en la combinación necesaria de la ética y la estética. Ojalá todo esto lleve pronto además a que Ángela sea la que digan Duque y Uribe, la que promueva Marta Lucía y la que el Centro Democrático quiera postular para un escenario más de conciliación que de confrontación que urge en la Bogotá viable. Y ojalá los izquierdistas centrados vean en ella un salida democrática más que simbólica.

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