Los gallinazos espantaron a los vuelos de Satena

Los gallinazos espantaron a los vuelos de Satena

Los viajeros que querían ir a Coveñas y Sincelejo se quedaron sin la ruta directa a Corozal. Esta es la historia.

Por: Alfonso Hamburger
septiembre 13, 2013
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Los gallinazos espantaron a los vuelos de Satena

 

-  ¿Este avión que viaja a Corozal trabaja con manteca de puerco, señorita?

-  Diga, señor?

La muchacha blanca y de acento cachaco, soltó el teléfono fijo para atenderme y percatarse de que el avión en realidad trabajaba con gasolina fina y no con el crudo excremento del Diablo. De pronto  pareció darse cuenta de  que yo le estaba mamando gallo. Eran ya las tres de la tarde del jueves 18 de octubre de 2012. El vuelo 8722, Bogotá- Corozal de Satena, que estaba previsto inicialmente a las 11:13 y después a las 13:00 horas, había sido cancelado por mal tiempo.

A esas alturas, cuando los 52 pasajeros frustrados ya habíamos dado la lora, pues nos dejaron tirados en el aeropuerto, no teníamos otro recurso que el humor. Al menos en mi caso, que soy un defensor de la costeñidad, creo que al mal tiempo hay que ponerle buena cara.

Más allá del buen humor, que es magnífico en estos casos, es necesario advertir que no es la primera vez que esta empresa( Satena), la única que prestaba el servicio de vuelos diarios Bogotá-Corozal- Bogotá, deja tirados a los pasajeros. En Corozal, hace algunos meses, sucedió lo mismo. Fue entonces cuando el director de la Cámara de Comercio de Sincelejo, Helman  García Amador, elevó su voz de protesta por la irresponsabilidad de esta compañía, que canceló un vuelo en forma irresponsable, aquella vez en el aeropuerto  Las Brujas, de Corozal.

En este frio 18 de octubre, el avión estuvo en el Hangar del aeropuerto El Dorado desde las cinco de la mañana e inexplicablemente, el vuelo, previsto para las 11:13 minutos, fue postergado para las 13 horas, según el  Meridian Time . Se dijo que había mal tiempo en Casanare y el avión  no había podido despegar a Bogotá para seguir la ruta a Corozal. Una pasajera ducha dice haberlo visto parqueado desde las siete de la mañanaen la pista. Nos habían mentido.

Al menos, mientras esperábamos, nos autorizaron una merienda en el restaurante Presto como alivio al anunciarse que el tiempo seguía bravo y que el vuelo se aplazaba para las cinco de la tarde. Un periódico, un libro sobre las 33 estrategias de la guerra, Internet, caminar los pasillos, visitar la librería, las artesanías, las disco tiendas, ver las muchachas caminar o sentadas, fueron necesarias distracciones  mientras se esperaba.  Es engorroso entrar a la zona de abordaje. Las requisas, aunque necesarias, son fastidiosas. A veces da vergüenza quitarse el cinturón y despojarse de todo lo que sea metal. Alzar los brazos y ser requisado cuantas veces entres y salgas. Los restaurantes y los almacenes están fuera de esa zona, de modo que las niñas que meten las maletas para ser analizadas con luces infrarrojas, deberían memorizarse la cara de la gente buena como nosotros y dejarnos entrar con una sonrisa. A la quinta requisada, saqué del alma mi buen humor.

-         Vea, muñeca, mire bien mi rostro, no soy capaz de matar ni a una gallina.

-         ¿Diga señor?

-         Tampoco soy capaz de maniobrar una bomba, las únicas que utilicé en el pasado eran de Bom Bom Bum.

Ella, tan tierna, sonrió y me dejó pasar sin quitarme la chaqueta ni el cinturón.

Me acordé que siempre pito o hago pitar esas máquinas en los aeropuertos, pues tengo un clavo intramedular de 20 centímetros de largo ( puro acero inoxidable) en el tercio superior del fémur izquierdo, implantado en Barranquilla por el doctor Luis Haut el 17 de diciembre de 1982,  después de que un bus de la línea Murillo destripara mis 23 goles de aquel año aciago.

-         ¿Señorita, ya le arreglaron la llanta al avión?

No respondió la señorita de cachetes rosados y hablado cachaco. Esta vez se apresuró a responder el hombre que parece ampararlas. El que perecía un gorila, de ceño fruncido, casi listo a disparar.

-         No, señor,  el avión no tiene daños. Es que hay mal tiempo en todo el país.

Me senté en una de las sillas de espera a ver las noticias sobre los diálogos del Gobierno- Farc en Oslo, cuando por los altoparlantes llamaron a los pasajeros del vuelo  No 7822 Bogotá-Corozal.  Nos amontonamos ante  los tres operarios. Ya eran las tres de la tarde y fue sólo a esa hora cuando se confirmó que el vuelo quedaba suspendido. Solo había seis cupos para quienes quisieran viajar el viernes y 18 para los del sábado a la misma hora. ¿Cómo seleccionar los afortunados? ¿Quién respondía por las pérdidas de tiempo y de dinero, la angustia de la espera, los trabajos, Las citas? Nadie.

No había  posibilidad de vuelo ni siquiera a ciudades más cercanas a nuestros destinos, como Montería, Cartagena o Barranquilla.

¿Cómo haría la señora que no tenía ni para el taxi de regreso? O El juez que tenía una audiencia al día siguiente a las ocho de la mañana?

¿Caso fortuito? ¿Fuerzas externas a la  compañía? Nadie aclaraba nada.

Reclamar el dinero y la maleta se convirtió en todo un lío en el que sólo el humor podía salvarnos.

Queda la duda en el ambiente. Estaba dañado el avión o fue por mal tiempo en otros aeropuertos?

¿O es que esos aviones de Satena trabajan con manteca de puercos?

Amaneció y Satena se fue de Corozal.

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