Los cuentos de la vieja Regina
Opinión

Los cuentos de la vieja Regina

Su voz se escucha aún en las calles de Ovejas en las voces de aquellos que conocieron su lengua y su lenguaje para contar

Por:
agosto 10, 2016
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 Hay seres que tienen por vacación proclamar la memoria de un pueblo. Eso hacía Regina Teherán en el municipio de Ovejas, zona centro de los Montes de María.

La conocí una tarde de octubre de 2000, momento en que escribía una crónica sobre la gaita en pueblos como El Piñal, Chalán,  y la Peña. Estaba sentada en su mecedora, con una taza de café humeante en sus manos. Las mismas con las que acariciaba y doblaba hojas de tabaco. Hacía unas calillas impecables, mientras refería las historias que contaba generosamente al forastero.

Regina murió el pasado domingo 30 de julio, en medio de la tristeza de un pueblo y el silencio mediático. Pasa.

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Ella era el tipo de narrador que el filósofo alemán, Walter Benjamín, denominó campesino sedentario. Aquel que nunca salía de su pueblo, pero que guardaba las experiencias de ese territorio que habitaba, construyendo luego relatos únicos, amalgamados de ingenio y fantasía.

Cuando Regina contaba, convocaba el silencio. Hipnotizaba con sus gestos y la palabra precisa. Nació en 1928. Aquella tarde que la conocí, le dije que sus relatos se parecían a los contados por Gabriel García Márquez. Recuerdo que me miró con ojos de duda, su ceño fruncido y su boca entreabierta, y advirtió enseguida: “Vea usted, yo a ese señor Gabriel García, que usted nombra, yo no lo conocí, ese señor como que no es de por aquí”. Tenía razón, no era de por ahí.

Sabía de Ovejas, de su pueblo, de la gente que conoció; de los hechos que vivió de cerca o le contaron sus padres, tíos o abuelos. “Si ellos lo dicen, es la puritica verdad, porque los ancestros de uno no mienten”. Sin duda.

Alentada por su hija Reginita y su nieta Paola, los cuentos de la vieja Regina, como la llamaban, fluían como si leyera o tejiera con aquellas agujas que apresuraron su matrimonio. Me contó que una noche, mientras su novio Andrés la visitaba, una aguja se le enredó en su falda; cuando haló, la falda se le subió. “Se me vio toda la rodilla, y hasta más arriba, me quise morir. Andrés me dijo, bueno camina pa’ la iglesia, si te sientes muy mal, voy a confesarle al padre que te vi la rodilla”. Luego le propuso matrimonio.

Regina me contó cómo llegó la primera imagen de San Francisco a Ovejas, cómo llegó “San Pachito”, imagen de un santo más pequeño, que usan aún para animar las velaciones de gaitas en la región y hacer las procesiones de la víspera. La vida durante la bonanza del tabaco en Montes de María. El ascenso y la decadencia de las familias ricas del pueblo. La de los hermanos Arias, una pareja de matarifes y gaiteros, que siguieron tocando sus gaitas cuando acordeones, trompetas, bombardinos, saxofones y clarinetes amenazan su desaparición. Hasta la narración del Siniestro de Ovejas, que sirvió al cronista Ernesto McCausland para hacer una película que carga el alma de las historias bien contadas, como las de Regina.

Su voz se escucha aún en las calles de Ovejas en las voces de aquellos que conocieron su lengua y su lenguaje para contar. Buen viaje Regi. Tus cuentos también son eternos.

 

 

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