Lo que (tristemente) nos enseña Mancuso sobre la historia de este país

Lo que (tristemente) nos enseña Mancuso sobre la historia de este país

El terrorismo de Estado fue real, no accidental. El paramilitarismo como política de Estado tuvo beneplácito de industriales, comerciantes, banqueros, terratenientes

Por: Edgar Velásquez Rivera
mayo 24, 2023
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Lo que (tristemente) nos enseña Mancuso sobre la historia de este país

La Historia la escriben los vencedores, se ha dicho. En Colombia no hay vencedores, todos han sido vencidos en el fragor de la guerra ininterrumpida desde su misma fundación como Estado-Nación. Las guerras por motivaciones religiosas no lograron fundar, netamente un Estado confesional, ni uno laico. Las guerras desencadenas para imponer el federalismo o el centralismo, no alcanzaron ninguno de los dos propósitos. Las guerras originadas por las maneras de acceder al poder (mecanismos electorales), no facilitaron la configuración de mecanismos confiables en esa materia. De ese modo, ideologías de derecha como el liberalismo y el conservatismo empujaron a Colombia, desde sus orígenes, y luego el comunismo a las más espantosas formas de violencias de las cuales, aún no sale (2023). La denominada “Paz total” refleja, palmariamente, que quien no conoce la historia, está condenado a repetirla. Es, por tanto, un estrepitoso fracaso.

Los anteriores fenómenos arrojaron como resultado un Estado en contravía de la nación (¿de las naciones?), un remedo de república, instituciones de opereta, falsa división de poderes, modelos económicos predatorios e impuestos por los imperialismos, venal administración de justicia, cuerpos legislativos carcomidos por la corrupción, dirigencia política ignorante y retrógrada; masas fundamentalistas, cínicas y masoquistas; organismos de seguridad compuestos por el ripio y con atávicos comportamientos criminales, hordas que caminan plácidamente a su degüello; élites enhiestas de soberbia, sin límites en sus ambiciones, proclives al crimen y genuflexas ante poderes foráneos; partidos políticos dedicados al tráfico de expectativas, clases medias arribistas y aparentadoras e instituciones religiosas convertidas en negociantes de la fe y cómplices, por transitividad, de crímenes de toda laya, son, entre otras, algunas de las características de esa Colombia sin independencia ni autonomía, tampoco soberana, dependiente, empobrecida, sin futuro, ridícula y, con sobrada razón, objeto de burla dentro y fuera de ella.

Así, la historia de ese país ha sido un campo de combate. No tiene una única historia, tiene innumerables historias; traslapadas unas, yuxtapuestas otras; algunas admirables y ruines las demás. Siendo un rasgo esencial de la historia como ámbito del saber el que se puede reescribir una y otra vez, cada quien (desde su trinchera ideológica) tiene su historia, pretende imponerla como la “verdad revelada” y utilizarla como demiurgo para exorcizar los fantasmas que le agobian como clase social, élite, estamento, gremio, institución, etnia o individuo. Cada quien habla de la fiesta, según la haya ido, señala una expresión coloquial. El parafraseo puede ser, cada quien escribe la historia, según el puesto elegido en el campo de combate.

Quienes en el campo de combate de la historia elegimos estar en el puesto de la vanguardia (sin más armas que nuestras convicciones) para derruir el orden existente, con fuentes (primarias y secundarias), análisis críticos, artículos, libros, conferencias y en el ejercicio docente denunciamos el terrorismo de Estado (como política oficial), fuimos zaheridos con todo tipo de expresiones ultrajantes (agentes del comunismo, calumniadores, enemigos de la patria), excluidos, estigmatizados, señalados y perseguidos algunos, paradójicamente por oscurantistas académicos de la caverna que creen estúpidamente en la imparcialidad de la historia, aparte de la Espada de Damocles que sobre nuestras cabezas pende por parte de ese Leviatán (Estado) con sus legiones de asesinos pagados con el erario. La luenga mano del terrorismo de Estado hizo sus estragos en el mundo académico (asesinatos, desapariciones, torturas, desplazamientos e intimidaciones).

Hoy (mayo de 2023) el más abominable asesino convicto y confeso de finales del siglo XX (Salvatore Mancuso) a la sazón uno de los principales ejecutores del terrorismo de Estado, nos da la razón. Sus confesiones no pueden ser desestimadas por su condición jurídica y por tanto descalificadas por sus antiguos correligionarios que, desde el ejercicio de cargos públicos, auspiciaron, protegieron, encubrieron y justificaron el terrorismo de Estado. Es claro que, desde las declaraciones del personaje en comento, la historia de Colombia debe ser reescrita, especialmente desde la segunda mitad del siglo XX, desde ese cruel, pero a la vez fascinante campo de combate como lo es la historia. Esa reescritura de la historia de Colombia, probablemente aludirá a los siguientes tópicos.

  1. El terrorismo de Estado en Colombia fue real. No fue un hecho circunstancial, aleatorio o accidental. Fue una política de Estado que, obviamente, no aparece con ese nombre en acción de gobierno alguna, pero sí en la práctica. Se trató de una letal e informal política de Estado, independientemente de la ideología que profesaran los mandatarios Alberto Lleras Camargo, Guillermo León Valencia, Carlos Lleras Restrepo, Misael Pastrana Borrero, Alfonso López Michelsen, Julio César Turbay Ayala, Belisario Betancur Cuartas, Virgilio Barco Vargas, César Gaviria Trujillo, Ernesto Samper Pizano, Andrés Pastrana Arango, Álvaro Uribe Vélez, Juan Manuel Santos e Iván Duque Márquez.
  1. Desde la figura del Frente Nacional tuvo lugar una revolución conservadora a cuyo paso, las fronteras agrícolas del país ampliaron el daño ecológico, ese tipo de revolución hizo de Colombia una nación de desplazados; profundizó, extendió y generalizó las violencias; convirtió a los estamentos armados estatales en avezados asesinos al servicio de elites plutocráticas y de las multinacionales, permitió la extensión del narcotráfico; elevó a política de Estado el clientelismo, la corrupción y la impunidad; aniquiló las izquierdas, pulverizó al sindicalismo, pateó la cultura; despreció la ciencia, el deporte y las artes; censuró la prensa libre, crítica o adversa; arruinó la industria colombiana, puso al país en condición de inseguridad alimentaria e impuso el neoliberalismo y, con ese modelo económico, la revolución conservadora se apoyó en el paramilitarismo para la concreción de sus políticas e intereses.
  1. El paramilitarismo, como política de Estado (según las versiones de su más encumbrado líder) con asombrosa rapidez se extendió por todo el país en virtud del apoyo, anuencia y beneplácito de industriales, comerciantes, banqueros, mineros, transportadores, terratenientes, narcotraficantes, políticos de derecha; los poderes ejecutivo, legislativo y judicial; medios de comunicación al servicio del poder, iglesia católica, multinacionales, iglesias evangélicas, Estados Unidos, el Reino Unido, Israel y todo el estamento castrense colombiano que terminó, tristemente, engullido por el paramilitarismo librando guerras sin brillo, sin honor y sin grandeza. Lo que ya se sabía, ahora se corrobora con la confesión del más destacado ejecutor del terrorismo de Estado, en el sentido de que, desde la institucionalidad estatal eran señalados los ciudadanos que, por razón de sus militancias políticas, cargos o por simple sospecha, debían ser asesinados, como en efecto ocurrió.
  1. Las élites que han gobernado, con su estrategia paramilitar, convirtieron a Colombia en una nación tristemente célebre en el contexto latinoamericano por sus abultadas cifras de víctimas del terrorismo de Estado, superando con creces a todas las clásicas dictaduras militares de la región. En algo teníamos que ser campeones y primeros, afirman quienes, instalados en la razón cínica, estiman al paramilitarismo y al terrorismo de Estado como una especie defensa de las instituciones “legítimamente constituidas”.
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