Lo que la visita de Rigoberta Menchú nos recordó en el bicentenario de la independencia

Lo que la visita de Rigoberta Menchú nos recordó en el bicentenario de la independencia

"Gracias, señora Nobel de Paz, por su visita, sus palabras, su tiempo para venir a tierras tan lejanas y encontrar aquí esas mismas ganas de ser libres y soberanos"

Por: Manuel Humberto Restrepo Dominguez
agosto 06, 2019
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Lo que la visita de Rigoberta Menchú nos recordó en el bicentenario de la independencia
Foto: Twitter @RigobertMenchu

Rigoberta Menchú, la señora Nobel de la Paz, con su sola presencia llena de alegrías los auditorios de la ciudad de Tunja, que el 6 de agosto cumple 481 años de fundada y que ha servido de escenario central para conmemorar desde las academias y el gobierno departamental y municipal el diálogo y el encuentro para celebrar el bicentenario de la independencia de Colombia.

El mojón de derrota al colonialismo, que finalmente nunca se ha materializado, fue la batalla del Puente de Boyacá, del 7 de agosto de 1819, con la derrota del general español Barreiro, propiciada por el ejército libertador de Simón Bolívar. Hoy el país es otro, la Nueva Granada de entonces, que debería haberse convertido en la patria grande y libre de América, es solo un recuerdo y un sueño todavía pendiente. Los derechos traducidos por Nariño años atrás nunca se recuperaron de su condición de llegada, en calidad de ilegales, de afrenta al rey y de hecho delictivo. Así siguen siendo todavía, ofenden al soberano y anunciarlos para reclamar por mejores garantías para vivir con igualdad es motivo de persecución para sus defensores, que son estigmatizados, tratados como delincuentes y asesinados, como lo muestran las abultadas cifras del horror, que por ocurrir, ya no en tiempos de guerra total sino de paz firmada, son aún más oprobiosos y condenables.

Los pueblos, sin embargo, tienen mucho que celebrar a pesar del desprecio del poder y las imprecisiones infundadas por la posverdad que trata de minimizar, ridiculizar y borrar de la historia hasta la misma palabra independencia. Cizaña, odio y relaciones hipócritas entre gobernantes son lo que se dibuja todos los días en los diarios, noticieros y redes, que los muestra reunidos, declarando y proclamando alianzas que no consultan las demandas de sus pueblos. Los egos de los gobernantes son profundos, se muestran investidos con un aura de poder sin límites y poco interés por la suerte de sus países durante los próximos doscientos años. Sus actuaciones se alinderan con el modelo contrario, de neocolonialismo, basado en modelos extractivistas y depredadores.

Rigoberta Menchú, la señora premio Nobel de la paz, es una voz de aliento, porque escuchar sus palabras, consejos, historias y recuerdos trae alegría y convoca a volver a la solidaridad y a mantener la esperanza, a volver a creer que es posible diseñar un futuro común, con muchos proyectos educativos que tengan por objeto principal educar al ser humano y saber respetar a todos los que coexistimos en este planeta que se agota y sufre por la avaricia del gran capital. Hace 200 años en los campos de Colombia y del continente entero, el grito de independencia, comandado por Simón Bolívar, le mostró al país que el sueño de libertad era posible. A doscientos años retumba en las calles del país ya no un grito de independencia, sino de dignidad y de esperanza por un país soberano, en paz y con derechos para vivir plenamente la vida con dignidad.

Por eso es especial la visita de Rigoberta Menchú en estas tierras, de las que siempre queda la sensación de estar habitadas por gentes humildes, honestas y francas, de ruana y sombrero, con pequeños poblados de calles que parecen detenidas en el tiempo y jóvenes que saben atravesar mundos distantes para ser mejores humanos, congratula oír sus relatos y reconocer que la humildad siempre valdrá más que todo el oro o la riqueza material. También llena de felicidad saber que los estudiantes la observan, se acercan, comparten sus afectos y dicen lo importante que es su presencia para un país que quiere la paz por encima de todo.

Gracias, señora Nobel de Paz, por su visita, sus palabras, su tiempo para venir a tierras tan lejanas a su natal Guatemala y encontrar aquí en los rostros del bicentenario esas mismas ganas de ser libres y soberanos.

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