“Llueva o truene, el paro se mantiene”: la consigna de los estudiantes que acampaban en Popayán

“Llueva o truene, el paro se mantiene”: la consigna de los estudiantes que acampaban en Popayán

Con carpas, colchonetas, linternas, libros y lo necesario, un grupo de jóvenes se instaló en el Parque Caldas. Una mirada íntima a lo que ocurrió al interior

Por: Diego Felipe Dorado Collazos
diciembre 20, 2018
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“Llueva o truene, el paro se mantiene”: la consigna de los estudiantes que acampaban en Popayán

Ya los estudiantes habían entendido que la reducción al presupuesto de la educación pública en Colombia para el 2019 era una propuesta firme, seria y con señales de victoria en el gobierno del recién electo presidente.

Por eso estaban ahí los estudiantes en Popayán, Cauca, a sol y agua marchando pacíficamente el 23 de octubre del 2018, reclamando con firmeza sobre el asfalto caliente de las calles blancas, tiñendo de color su andar, con arengas, actitudes corajudas y a pura voz exigiendo un presupuesto mejor para las aulas del país.

Como la noticia de la reducción al presupuesto venía dando tumbos, de puerta en puerta y de boca en boca entre el estudiantado y los ciudadanos payaneses, una idea también venía echando raíces en las cabezas de los protestantes: montar un campamento en el Parque Caldas (el Parque Principal de la Ciudad) y materializar con un acto representativo, sublime y sin violencia el paro nacional que ya daba sus primeros pálpitos en Colombia.

Con esto, el Estado pondría sus ojos en la situación y pensaría en sentarse a negociar, porque estaban cerca de la mesa, pero no habían tocado si quiera el respaldar del asiento para posarse en ella y dialogar.

La marcha terminó en “El Caldas”, se alistaron treinta y treinta se quedaron, armando carpas, colchonetas, linternas, libros y lo necesario para pasar una noche ahí, a la intemperie, una intemperie de protesta y frío.

Nacieron los primeros comités: vigilancia, logística y cocina. En este último terminó Cristián Tobar, estudiante de Ciencias Políticas de la Unicauca, quien nunca se imaginó terminar en esa situación, adquiriendo destrezas y servicios de cocina, preparando alimentos para los demás.

En la mañana de ese mismo día, las plazas de mercado de la ciudad habían dado su grano de arena para la causa, algunos alimentos en apoyo al Campamento que se iba a construir, maíz, papa, zanahoria, pollo, carne de res y más provisiones que terminaron en una olla dando como resultado un súper sancocho variado y diverso como nuestra propia idiosincrasia. Se consumó a las cinco de la tarde para dar el primer envión de fuerza en un día histórico y largo para la educación en el Cauca y el país.

La Facultad de Artes que queda a pocas cuadras del Parque Caldas se convirtió en un lugar indispensable para la gastronomía estudiantil, se cocinaba en el salón de escultura, y futuros politólogos y abogados se reunían para preparar, alimentar y cuidar a los suyos durante todo el tiempo que duró el campamento.

La comida terminó siendo un punto de encuentro muy importante y de consolidación grupal y entender eso fue para Tobar y sus compañeros la motivación para pasar despiertos alrededor de 15 a 20 horas por día, responsables de los tres golpes de comida y fuerza para los estudiantes.

“A través de la comida nos conocimos todos, Ciencias Agrarias, Artes, Derecho, Medicina de todas las Facultades, logramos unirnos y trabajar en equipo, nos conocimos y convertimos en una familia” dijo Cristian Tobar.

Llegó el anochecer en el primer día del campamento y el comité de vigilancia se echó a andar, tuvo 15 participantes, es decir, la mitad cuidando a la otra mitad, pasaron toda la noche cumpliendo su trabajo, con el sueño olvidado y la incertidumbre agigantada, expectantes, vigilantes y envalentonados pendientes a cualquier novedad o movimiento que pusiera en peligro el alojamiento y el descanso del protestante.

El miedo al desalojo y a alguna acción de la fuerza pública era un pensamiento recurrente, por eso, de inmediato y pensando en el bienestar propio, se crearon rutas de evacuación que llevaran a las dos facultades escogidas para el resguardo: Humanas y Artes.

La primera semana fue un reto, no se dormía, mientras se vigilaba en la noche, en el día se hacían labores de pedagogía, se subía a los buses a recoger recursos e ilustrar ciudadanos al respecto, se recogía comida en las plazas o se organizaba mejor el campamento.

Poco a poco se empezó a naturalizar la estadía, el miedo a ser quitados se desvanecía por pedazos y la confianza a instalarse crecía, en aumento también los integrantes del mismo que llegó alrededor de 100 participantes en su máximo esplendor, gente que instaló con un solo motivo: defender la educación pública.

Creció tanto que nacieron “barrios”: Hotel La Catedral, Balcones de la Privatización, Privatizame Ésta y a los que iban llegando se les acomodaba en la “Invasión” que a paso lento iba adquiriendo las destrezas y singularidades de dicha estadía.

La lluvia no demoró en aparecer, una tarde en la que sin piedad el agua caía desmedida del cielo sobre el intento material de un reclamo legítimo y pacífico del estudiantado, sepultaba al parecer la continuidad del Campamento, desde el inicio de la tarde y hasta las 7:00 p.m. no hizo más que llover, estropeando las carpas, plásticos, enseres y la lucha del estudiante. Escampó y desde diversos rincones iban apareciendo los hospedados, bajo la briza que quedaba rezagada de la lluvia, volvían a re armar sus carpas, a sacar el agua de los plásticos que cubrían el campamento, a volver con entusiasmo, ese entusiasmo de quien tiene una lucha y meta segura en la vida.  A veces, llovía en la madrugada y vigilancia advertía a los que descansaban, que levantaran los brazos para mantener el techo de la carpa templado o estable y así no dejar que el agua se acumulara en sus cabezas.  Durante la adversidad del clima, todos se unían a una sola voz, y con el ánimo de levantar el espíritu y la cabeza gritaban:

“Llueva o truene, el paro se mantiene”

Las falsas alarmas eran pan de cada día, más de una vez salieron corriendo con sus cobijas, colchonetas o lo que fuese que pudiera rescatarse en mano, pues alguien azuzaba un desalojo imprevisto que terminaba siendo falso; la convivencia se iba tornando difícil, dormir con diez personas en una carpa, malos olores a veces, ánimos tempestivos y diversos, iban complicando los días, al final, todo se resolvía en la mañana al despertar con una canción que cumplía la función de despertador, “Almas rebeldes despiértense” de Che Sudaca, si no era esto lo que alivianaba lo, era la “Concha Acústica”, un micrófono instalado en la mitad del Parque donde los transeúntes paraban un momento del día y se dedicaban a darles mensajes de apoyo, de aliento o de ánimo; esto sin duda levantaba la moral de los que la habían perdido.

8 de noviembre, un desalojo inminente

Una nueva marcha se ponía en pie por las calles de la ciudad, 8 de noviembre y Kevin Rivera, estudiante de Antropología y encargado de la Vigilancia, decidió quedarse junto algunos de sus compañeros a cuidar el campamento mientras la protesta seguía su rumbo, se acomodaron en sus carpas y pusieron música para pasar el rato. Llegaron como se tenía previsto, se asomó entonces, por una calle del Caldas, la punta de la marcha, fue entonces cuando se escucharon los primeros “aturdidores”, dando inicio a una batalla campal entre el ESMAD y los protestantes.

Las mujeres se pusieron pañoletas en la cara y se sentaron en el suelo dividiendo a los rivales, en una señal de pacifismo puro, pero este acto no duró mucho, el campamento quedó cubierto por una espesa capa blanca de gas lacrimógeno y sustancias intratables.  El desalojo era inminente, un gas había caído dentro de la brigada de Salud que atendía en el parque a algunos heridos de la pelea, las carpas estaban destruidas, el ESMAD se había tomado por completo el campamento, sólo quedaba una alternativa: Las rutas de evacuación.

El bus de la Universidad luego regresó para recoger las pertenencias del campamento olvidadas en el caos, tiradas en el suelo como objetos de memoria y ausencia de una causa justa.

“Nosotros luchamos primero por las futuras generaciones y porque nos parece muy indigno que alguien se muera diciendo que no pudo estudiar porque no tenía dinero para pagar su educación” – Kevin Rivera.

 

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