URIBITO Y CASA VERDE
Las tácticas de la plutocracia colombiana no se olvidan. Cuando se celebró el día de elección de la Constituyente de 1991, luego de la guerra con el M-19, el presidente Gaviria ordenó a las tropas que invadieran Casa Verde, el campamento madre de las Farc y así significó a unos y otros que iba para adelante contra quienes se oponían a la nueva Colombia que se estaba armando. El mismo día que se firmó el pacto de La Habana y comenzó la implementación de la otra nueva Colombia, las autoridades norteamericanas, a petición del gobierno Santos, detuvieron al exministro Andrés Felipe Arias, el favorito ungido del expresidente Uribe para significar que esto va para adelante y dejar muy claro que como no se pararán en pelitos, no habrá espacio ni gringo ni nacional donde se puedan esconder los enemigos de la paz.
SANTOS Y LA DESCONFIANZA NACIONAL
El exultante presidente Santos, que es aplaudido hoy por todo el mundo por haber conseguido la paz con las Farc, (como él lo quería para poder llegar en andas al palacio de la reina Isabel en noviembre y a Oslo en diciembre), no es aplaudido en Colombia. La desconfianza que el colombiano común sufre endémicamente ha aflorado por estos días. Algunos porque creen que las Farc no cumplen. Otros porque temen que Santo traicione a las Farc como ingenió y apoyó a Uribe, cuando era su ministro de Defensa, para que mandara a los capos paramilitares extraditados a EE. UU. Y el resto porque la pobreza de metas nacionales nos lleva a pensar que de esto tan bueno no dan tanto y debe haber gato encerrado. Pero ahí está Santos exultante y victorioso y Uribe achicopalado, sin tener un eslogan todavía con qué combatir en las urnas el plebiscito.
ÁLVARO LEYVA Y HENRY ACOSTA
Ahora que la paz se logró, el país debería saber que ella no fue conseguida solamente con la tenacidad del presidente Santos y su hermano, y con el trabajo día a día de todos los que fueron a La Habana en representación de gobierno y guerrilla. Hubo dos personas a quienes el presidente Santos nunca nombró oficialmente pero que hicieron los puentes y las interpretaciones y no desfallecieron. Algunos desde el primer día como Henry Acosta Patiño, que con visión abrió la primera puerta en las montañas de Tuluá. El otro, Álvaro Leyva Durán, que batalló por décadas buscando que las Farc se reintegraran a la vida civil y con sus luces y sus concepciones armó el gran toldo que hoy es este sancocho de esperanzas.
