Las mujeres empoderadas
Opinión

Las mujeres empoderadas

Vemos en las mujeres que llegan al poder que son marcadamente afirmativas -se diría que agresivas-, necesitan ser protagónicas, radicales, impositivas, y reivindican racionalidad sobre intuición

Por:
septiembre 09, 2020
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Era tal vez García Márquez quien decía que muy pronto serían las mujeres quienes dirigirían el mundo, y que eso sería para bien.

Tenía esta afirmación algo de predicción y algo de aspiración. Pero se encontraba enmarcado dentro de un doble sistema que ya no existe: el de lo binario de los géneros -hombres o mujeres- y dentro de la idea de la sustitución de lo uno por lo otro y no de la complementación o integración entre el orden anterior y el que se crearía.

El punto es que ya está científicamente más que establecido que todos los seres humanos tienen características o energías tanto masculinas como femeninas; más o menos marcadas en unos u otros individuos, pero existentes en todos (no existe ni el ‘mero mero macho’ ni la Eva perfecta).

Eso que está en la naturaleza misma ha ido evolucionando a la par de los cambios de la humanidad. Ya las funciones primitivas no definen las relaciones ni las capacidades según el sexo. No solo puede una mujer remplazar al hombre en cualquier actividad o cargo sino el varón ya asume indistintamente labores que antes eran responsabilidad de las mujeres. Es más: ya se perdió en gran parte el instinto de preservación de la especie y la reproducción es más una decisión racional que animal. Con el control de la natalidad -sobre todo desde la píldora anticonceptiva- no solo se alteró la pirámide demográfica (la proporción de viejos a jóvenes es cada vez menos distante) sino comienza a darse una tendencia en las nuevas generaciones a no tener hijos.

Esa evolución o transformación se manifiesta no solo o no únicamente en la dispersión de géneros  (LGBT y otros más) que ya son reconocidos desde el punto de vista médico, sino también desde el punto de la actividad social en la cual se expresan en mayor o menor forma esa dualidad de caracteres del lo masculino y lo femenino.

En especial -y aceptando la tesis garciamarquiana- las mujeres se están ‘empoderando’ pero no solo en cuanto a acceder a los puestos de poder, sino en cuanto a ejercer el poder en remplazo de o como lo hacían los hombres. Se masculinizan en cierta forma. No aportan el elemento femenino sino exacerban la característica masculina.

Dentro de los estereotipos se supone que la mujer es menos agresiva, más compasiva, más responsable, más dada a consensuar que a competir, más discretas y más conciliadoras.

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Les dejan a las no empoderadas el heroismo de sobrellevar y sobrevivir a la carga de ser mujeres en un entorno machista (el cual las empoderadas mismas fortalecen)

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 Pero lo que vemos en las mujeres empoderadas (tal vez más en nuestro contexto) es que las que llegan al poder son marcadamente afirmativas -se diría que agresivas-; necesitan ser protagónicas, radicales, impositivas dentro del medio al cual pertenecen; para bien o para mal reivindican y se basan menos en la intuición femenina se apoyan más en la racionalidad. Compiten dentro del mundo masculino pero no tratan de integrar los caracteres o la esencia de lo femenino en su ejercicio del poder. Dejan a las no empoderadas la función de representar la feminidad; que sean las anónimas las que hacen las obras de caridad; las que encarnan y enaltecen las virtudes maternales; les dejan el heroismo de sobrellevar y sobrevivir a la carga de ser mujeres en un entorno machista (el cual las empoderadas mismas fortalecen).

Las empoderadas, como bien lo dicen, son mujeres ‘berracas’ en el sentido estricto de la palabra; desarrollan y manifiestan no solo la necesidad de poder y de dominio que caracteriza al macho sino lo ejercen como él y en competencia con él.

Conservan -o esperemos que conserven- las virtudes de ser más honestas, más altruistas, más discretas, más responsables que los hombres, y en ese sentido podríamos llegar a estar en mejores manos. Pero, por lo menos en el momento, tal vez mientras se completa el tránsito para que asuman efectivamente como natural el poder y dejen de verlo como una competencia en la que se debe ganar en el mundo masculino, están irrumpiendo ‘a codazos’, marcando una pauta y proyectando una imagen que no presagia nada de lo que imaginaba García Márquez.

 

 

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