Las mesas de paz
Opinión

Las mesas de paz

Por:
junio 24, 2013
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La paz se firma con los ciudadanos. Todos los días. La paz se firma en una mesa de dibujo en la universidad y en un pupitre de primaria cuando el estudiante encuentra condiciones para cumplir el sueño que lo llevó a ese lugar. La paz se firma en la mesa del restaurante donde se puede comer por un precio justo para el chef y el comensal. La paz se firma en la mesa del billar de la esquina con dos amigos que después de años se han vuelto a ver y tienen tantas historias que les recordarán que alguna vez fueron casi hermanos, la verdad. La paz se firma en la mesa de costura de una señora que tiene listo el vestido blanco que mañana estrenará con ilusión esa mujer que ayer juraba no volver a creer en el amor. Que los oficios sean verbos es una forma de conjugar la paz: que el trabajador trabaje, que el estudiante estudie, que el vendedor venda, que el legislador legisle no por el bien propio sino el de los demás.

La paz es cotidiana. Por eso mismo es necesaria en los actos mínimos, no solo en los grandes actos. Es la violencia doméstica, tan salvaje, la que más muertos suma en las estadísticas de nuestra realidad, muchas más que las que suma el conflicto armado que es hora de que empiece a terminar. Sesenta años de desencuentros no tienen que esperar a cumplir cien años de soledad.

Vivo en Medellín y puedo decir que he visto de qué está hecha la paz: la he visto en la esperanza que brinda Marcela Trujillo a sus niños en Momo. He visto la paz en la mirada de Teresita Gaviria que abraza como abuela a cada una de las Madres de la Candelaria. He visto la paz en un grafiti del Perro y en un rap de Jeihhco en Comuna 13. He visto la paz en la sonrisa que enseña Lenis Yelin en su discreta Fundación Huellas. He visto la paz en unas líneas de Fernando Rendón en el Festival de Poesía y he visto la paz sobre las tablas en una obra de Carlos Mario Aguirre con su Águila Descalza. Si buscas esos nombres en Google sabrás que hablo de personas que respiran el mismo aire que vos y yo pero que han decidido sumar en un país donde para algunos la resta parece regla general. Sumar haciendo bien lo que saben hacer, nada más. Y eso es mucho. Es todo.

Hay entre nosotros una costumbre que casi parece enfermedad: otorgarle la responsabilidad de la vida propia a los demás. Ha de ser por el temor católico que nos infundieron con la palabra culpa que preferimos que de lo nuestro se encargue otro: es que el país se jodió por culpa del político corrupto como si no tuviera culpa también su elector. Es que esta vaina no se compone porque nos boletean a todos como si el extorsionista no pudiera derrotarse a partir de la denuncia. Es que aquel esto, es que aquella lo otro y se nos olvida el obvio Es que yo...

La paz no es un asunto que sucede allá, entre los otros, sino aquí, entre nosotros. Entre todos.

El acuerdo de paz en Colombia ya ha sido firmado, el más reciente fue hace años —en 1991— y se llama Constitución. Ése es el único libro sagrado de una nación, no importa qué piense a esta hora el Procurador. En la base de nuestros conflicto una balanza inclinada en la que todos en la sociedad debemos trabajar: es la inequidad. Eso no es harina de otro costal sino harina de este mismo pan. El gran reto de Colombia está en encontrar la equidad.

Vuelvo al principio, a las mesas, y te digo que la paz de Colombia no está sólo en una mesa en La Habana, también está acá. Y comienza por una palabra hermosa y difícil: perdonar.

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